Un príncipe y una tentación. Dani Collins

Un príncipe y una tentación - Dani Collins


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Notó que se le enrojecían los pómulos y él también pareció darse cuenta, lo cual la acaloró más todavía.

      –Hola.

      No le dio las gracias por recibirlo ni le pidió que le llamara Kasim.

      –Gracias, Maurice –murmuró ella para despedir al guarda de seguridad–. Puedes retirarte.

      Tenía mucho cuidado de no tener que quedarse sola con hombres, o con mujeres, que no conocía, pero el príncipe había llegado por medio de Hasna y Sadiq y eso le daba seguridad. Si un hombre como el príncipe tenía pensado hacer algo improcedente, entonces todo el mundo se había vuelto loco y ella no tenía nada que hacer.

      Además, siempre llevaba el botón del pánico colgado del cuello.

      Ya estaba casi presa del pánico. Se le había acelerado el corazón y se le habían encogido las entrañas. Tenía todo el cuerpo en estado de alerta. Hacía unos segundos se había sentido agotada, pero había bastado que le estrechara la mano para sentirse llena de energía aunque también impotente. Estaba nerviosa como una colegiala y eso era impropio de ella. Tenía dos hermanos muy obstinados y había aprendido a mantenerse firme contra la fuerza masculina más arrolladora.

      Sin embargo, nunca se había encontrado con nada parecido. Encerrarse con él en su despacho le parecía peligroso. No era el tipo de peligro que había aprendido a sortear, era un peligro interior, como cuando se volcaba por completo en una creación y contenía el aliento como si estuviera en la pasarela para que la juzgaran.

      –Siéntese, por favor –le pidió ella señalándole la zona de recibimiento.

      Era una habitación sin ventanas y no había preciosas vista de París, pero era uno de sus sitios favoritos porque podía aislarse del mundo. Pasaba mucho tiempo en su mesa. La mesa de Trella estaba vacía, había ido a España, pero solían trabajar en un silencio muy agradable.

      –Hay café recién hecho. ¿Quiere una taza?

      –No voy a quedarme mucho tiempo.

      Debería ser una buena noticia porque estaba reaccionando con mucha intensidad a su presencia, pero se sintió decepcionada… y eso era muy raro. Siempre se ocupaba de poner una distancia mental entre los demás y ella. Todo el mundo tendría ese efecto en ella si no lo hiciera, pero bastaba que él mirara alrededor de su espacio privado para que se sintiera desnuda, expuesta, observada, y deseosa de que le diera su visto bueno.

      Él no parecía querer sentarse y ella puso las manos temblorosas en el respaldo de la butaca que solía usar cuando tenía la visita de algún cliente.

      –¿Quería comentar algo concreto sobre los preparativos de la boda?

      –Que tiene que mandarme a mí la factura –contestó él mientras dejaba una tarjeta en la mesa de Trella.

      Angelique se dio la vuelta para mirar ese movimiento preciso y fascinante. Además, ¿quién era su sastre? Ese traje era una obra de arte.

      Él la sorprendió mirándolo y ella se pasó el pelo por detrás de una oreja para disimular el rubor.

      –Su majestad también se ha ofrecido. No hacía falta que se hubiese molestado. Es un regalo de boda para Sadiq y la princesa.

      Él ladeó un poco la cabeza al oír la naturalidad con la que empleaba el nombre de pila de Sadiq.

      –Eso me ha dicho Hasna, pero prefiero pagarla.

      La miró tan directamente que a ella le pareció un enfrentamiento, como si esa conversación fuese un conflicto. A ella se le alteró el pulso.

      ¿Por qué era tan implacable…? ¿No estaría pensando que Sadiq y ella tenían una aventura…?

      ¿Por qué no iba a pensarlo? Según los titulares de todas las revistas, ella se había acostado con media Europa. Eso cuando no estaba drogándose y peleándose con las modelos, claro.

      –Sadiq es amigo de la familia desde hace mucho tiempo –replicó ella ocultándose detrás de la máscara gélida que mostraba a todo el mundo–. Es algo que queremos hacer por él.

      –¿En plural? –preguntó él con los ojos entrecerrados.

      Ella no sacó a relucir ni a su hermana ni lo que su familia le debía a Sadiq por habérsela devuelto. Por eso era un amigo tan querido, porque nunca había buscado la gloria por su heroísmo.

      –Si eso era todo quería… –ella dio por supuesto que iba a decir la última palabra sobre el asunto–. Tendría que terminar algunas cosas para su hermana.

      Kasim tenía que alabar el gusto de su futuro cuñado. Angelique Sauveterre había dejado de ser una niña muy mona y se había convertido en una joven impresionante. Además, en persona, tenía una belleza más cautivadora.

      Su pelo largo y moreno era resplandeciente y lo que en el ordenador le habían parecido unos ojos grises algo anodinos, tenían un color verdoso que era hipnótico. Era alta y esbelta, parecía una modelo aunque era la que las vestía, y la piel tenía un tono dorado que debía de deberse al origen español de su madre.

      Las cámaras no la captaban casi nunca con una sonrisa pero cuando lo hacía, era un gesto parecido al de la Mona Lisa, lo que le permitía vivir de acuerdo a la sangre francesa de su padre, distante e indiferente.

      Tenía esa expresión en ese momento, pero había sonreído abiertamente cuando lo había recibido. Tenía una belleza muy atractiva y él se había olvidado, durante un momento, de por qué estaba allí, el deseo de conquistarla se había adueñado de él.

      ¿Por eso estaba tan cautivado Sadiq?

      –En cuanto a esas cosas que tenía que terminar… ¿Ha salido todo bien hoy?

      Él sabía que había sido la prueba final del vestido de novia de su hermana y de los vestidos de las damas de compañía, así como la presentación de otra ropa que le habían hecho a Hasna. Una vez terminados los arreglos, todo se embalaría y se mandaría a Zhamair hasta la boda, que se celebraría dentro de un mes.

      –Tendría que preguntárselo a las mujeres que han estado aquí, pero parecían complacidas cuando se marcharon.

      Según lo que él había oído desde su ático, habían quedado encantadas por todo, desde la ropa a la bebida importada, los sándwiches y los pasteles.

      –Creo que Hasna no tuvo quejas –lo rebajó él–. Por eso quiero ahorrarle la molestia de tener que reemplazar todo lo que le ha prometido.

      Angelique era alta encima de los tacones. No tan alta como él, pero sí más alta que la mayoría de las mujeres que conocía, y resultó más alta cuando oyó lo que había dicho. Se puso rígida y parpadeó varias veces como si estuviera barajando distintas respuestas.

      –Todo lo que hemos hecho –le corrigió ella en un tono desenfadado que era cáustico y peligroso–. ¿Puede saberse por qué no quiere que lo reciba?

      –Puede olvidarse de la indignación –le aconsejó él–. No estoy juzgándola. Yo también he tenido amantes, pero llega un momento en el que hay que terminar… Y el suyo ha llegado.

      –Cree que soy la amante de Sadiq y que por eso me he ofrecido a hacer el vestido de la novia y el ajuar. Es muy generoso por parte de la amante, ¿no le parece?

      Ella fue soltando las palabras como si estuviera profundamente ofendida. Él se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y se balanceó sobre los talones.

      –Ha sido muy generoso que una modista de París tan famosa y exclusiva haya organizado un pase privado para un cortejo nupcial tan numeroso.

      No habían asistido solo su madre y su hermana, también habían estado la madre y las hermanas de Sadiq con primas y amigas de las dos partes.

      Naturalmente, el coste de todo eso no iba a mermar su fortuna. La familia del novio también podía permitírselo, y dado el patrimonio de la familia Sauveterre, según


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