Manifiesto por una izquierda digital. José Moisés Martín Carretero

Manifiesto por una izquierda digital - José Moisés Martín Carretero


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pueden enriquecer nuestra vida personal y, en definitiva, hacernos más felices.

      Sucede que el ser humano se ha liberado de prácticamente todos los condicionantes materiales de la vida. Y ahora por fin puede —sin barreras, ni mentiras, ni letargos— experimentar la plenitud de lo que significa estar vivo.

      Pero igual que el futuro puede ser positivo para la mayoría de los seres humanos y para el planeta tierra, como nada está escrito y todo depende de las decisiones que tomemos, también podría sobrevenir una realidad radicalmente distinta.

      El avance de la tecnología, que en un primer momento debía beneficiar a todos, terminó logrando lo contrario. Los desequilibrios y las diferencias entre clases sociales han ido aumentando de forma progresiva. Las personas que poseían la mayoría del capital, un porcentaje muy pequeño de la población, se han hecho todavía más ricas y han aumentado su poder. Son los poseedores de todos los medios de producción y de toda la tecnología, y se han convertido en los únicos que pueden generar valor y aumentar su riqueza. Por contraste, la mayoría de la población se ha convertido en mera consumidora, aunque sin recursos para comprar. Tanto la influencia como las herramientas de reequilibrio que aportaban el Estado y la política han ido desapareciendo: ahora los únicos que influyen y tienen poder de decisión son los poseedores del capital, que actúan pensando en sus intereses, los intereses de una minoría. Se ha ido produciendo una clasificación natural en cuatro tipos de personas: uno, las poseedoras del capital; dos, las que tienen los únicos empleos que aún siguen ocupando los seres humanos, pero como solo se les paga en función de las tareas que realizan y sin ningún tipo de contrato, para sobrevivir deben encadenar muchos trabajos en una misma jornada laboral; tres, los «sin recursos» que vagan por el planeta en la más pura indigencia, confinados en espacios que preferentemente no interfieren en la vida normal del resto de la gente; y cuatro, las pequeñas comunidades apartadas que se autoabastecen de todo lo que necesitan aprovechando los avances tecnológicos: cultivan sus tierra, generan energía a partir de recursos renovables y fabrican determinados productos con impresión 3D.

      El haber hecho caso omiso a las advertencias de la comunidad científica sobre las consecuencias del cambio climático derivó en que tengamos un planeta prácticamente inhabitable. Los poderosos, los dueños del capital, ocupan los pocos lugares que quedan para llevar una vida normal y son los únicos que fueron capaces de recrear espacios vírgenes en los que vivir. Incluso colonizaron otros planetas en los que pudieron crear entornos con gran calidad de vida.

      Los conflictos bélicos han ido aumentando. Sin embargo han variado mucho. Existen ahora dos bandos bien diferenciados: el de los dueños del capital, cuyos soldados son robots y todo tipo de máquinas; y el de los más desfavorecidos, compuesto por una gran parte de la población que tiene que luchar por sí misma y sin contar con robots entre sus soldados. Los primeros solo se arriesgan a perder parte de sus recursos. Los segundos pueden perder la vida, pero es la única esperanza que les queda.

      Los robots y la inteligencia artificial, que en un primer momento seguían las pautas que les marcaban sus dueños (el capital), y trabajaban para que estos cada día fueran poseedores de más riquezas y más poderosos, han empezado ahora a tomar sus propias decisiones sin un objetivo concreto. Se genera así más incertidumbre sobre cómo se desenvolverá el futuro.

      La educación y la formación están reservadas a los más poderosos, aunque una pequeña parte de los humildes que ha conseguido hacerse de materiales educativos encontró las vías para formarse por su cuenta. Si bien pueden llegar a salir de las escalas más bajas, solo aspiran a ingresar en la clase social de aquellos que tienen los pocos trabajos que todavía siguen ejerciendo los humanos.

      La esperanza de vida es muy diferente entre los poseedores del capital y el resto de la humanidad. Los mejores tratamientos para luchar contra las nuevas enfermedades solo están disponibles para los primeros. Los avances tecnológicos y científicos han aumentado las desigualdades, en todos los aspectos de la vida y hasta unos límites insoportables.

      Para apreciar hasta qué punto el futuro se acelera —y para tratar de entrever qué es lo que al fin y al cabo puede terminar por convertirlo en utopía o distopía— vamos de aquí en más a echar mano a la historia, tanto a la muy antigua como a la más reciente. Vamos a explorar cuáles son las lógicas y fuerzas que traccionan este proceso de digitalización en el que, todavía un poco perplejos, nos encontramos del todo inmersos. Vamos, también, a meternos con la nueva política, y con lo que sucede en el ámbito de las empresas; y con los nuevos liderazgos, y con los trolls y las fake news y los influencers. Vamos a hablar de robots, y de los estragos que la concentración económica es capaz de generar. Vamos a reflexionar acerca de cómo un virus cambia el mundo en poco tiempo y para en seco este ritmo endiablado en el que tendemos a vivir. Vamos a usar la imaginación. Y a ponernos críticos. Vamos, en definitiva, a intentar pensar unas líneas de acción que al mismo tiempo resulten actuales, posibles y audaces.

      Lo decíamos recién: el futuro se acelera. El progreso tecnológico de los últimos años, y particularmente tras la aparición de Internet, ha multiplicado los retos y las oportunidades. La aceleración de la innovación tecnológica sumada a la aparición de nuevas tecnologías y de modelos de negocio disruptivos —y sus efectos económicos y sociales— están haciendo que se viertan ríos de tinta sobre aspectos como el impacto en la productividad, el empleo y las formas de producción y consumo.

      El uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) no es nuevo. Los primeros ordenadores con aplicaciones comerciales se pusieron en funcionamiento en los años cincuenta y sesenta, y con la llegada en los ochenta del ordenador personal esa utilización se generalizó tanto en las empresas grandes como en aquellas medianas y pequeñas. Tampoco resulta reciente la mecanización de las cadenas de montaje en sectores como el de la automoción.

      Sin embargo fue recién a partir de los noventa que se produjo la aparición y expansión de Internet, y fue entonces cuando el ya disparado proceso de cambio se aceleró hasta unos límites nunca vistos. Gracias a las economías de escala que la red genera asistimos a un aumento prácticamente exponencial en la adopción de las nuevas tecnologías. Según datos del Mckinsey Global Institute la radio necesitó 38 años desde su invención para lograr 50 millones de usuarios. Internet requirió de tres, y la aplicación Pokemon Go lo consiguió en solo… ¡19 días! Esta aceleración de la innovación tecnológica imprime una velocidad de cambio que reclama de nuestra parte una constante adaptación.

      En medio de esa vorágine surgen nuevos modelos de negocio que, basados en las nuevas tecnologías, amenazan con transformar industrias enteras otrora consideradas intocables por el hecho de estar sólidamente establecidas. Empresas centenarias como Kodak, con más de 130 años y un incontestable liderazgo en el terreno de la fotografía, se derrumbó en menos de una década. La compañía que había alcanzado su máximo de capitalización bursátil en la década de los 90 con 30.000 millones de dólares se declaró en bancarrota en 2012, apenas diez años después de la aparición de las primeras cámaras digitales de consumo masivo. Si no fuera por su reciente (y aun incierta) reconversión a la industria farmacéutica, la clásica firma fotográfica ya hubiera desaparecido. Similar suerte corrieron desde discográficas hasta firmas editoriales, pasando por medios de comunicación y empresas de distribución minorista.

      La revolución no solo ha afectado a compañías tradicionales: también a aquellas que basaron su innovación en modelos de negocio analógico. Blockbuster fue fundada en 1985 con un modelo basado en el alquiler de películas VHS y DVD para consumo doméstico. En 2004, con más de 9.000 locales, Blockbuster era el líder mundial de distribución de películas para hogares. Seis años más tarde, en 2010, la compañía se declaraba en quiebra. Nokia, que lideró el mercado de los teléfonos móviles durante casi una década, llegó a tener una capitalización bursátil de 260.000 millones de dólares. Diez años más tarde, vendía


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