La parte enferma. Cecilia Ferreiroa

La parte enferma - Cecilia Ferreiroa


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      LA parte enferma

      LA parte enferma

      CECILIA FERREIROA

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      Dirección editorial: Gastón Levin / Silvia Itkin

      Diseño de tapa e interior: Donagh / Matulich,

      sobre diseño de colección Estudio ZkySky

      © Cecilia Ferreiroa, 2019

      © Obloshka, 2019

      ISBN: 978-987-47529-1-8

      Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

      Libro de edición argentina. Impreso en Argentina.

       Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial

      de esta obra sin previo consentimiento del editor/autor.

Ferreiroa, CeciliaLa parte enferma / Cecilia Ferreiroa. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Obloshka, 2020.136 p. ; 20 x 14 cm.ISBN 978-987-47529-1-81. Literatura Argentina. 2. Narrativa Argentina Contemporánea. I. Título.CDD A863

      A Cata y a Tere, mis sobrinas adoradas y hermosas personas.

      A mi queridísima madre, quien me enseñó a amar la literatura en todas sus maneras.

      A Caíto, mi familia, con todo mi amor, siempre.

      Tal vez yo sea ‘la parte enferma

      de una cosa enferma’.

      Denise Levertov

      Todos los seres, reales o inventados,

      merecen el destino abierto de la vida.

      Grace Paley

      Virgo

      A Luis Loayza

      Carolina Soto empezó en el nuevo instituto a principios de año. Un poco antes había tenido una entrevista con la coordinadora del área, Estela Saavedra, en la que contó su experiencia en la enseñanza de inglés y luego dejó su currículum. Estela Saavedra fue muy amable. La escuchaba como si cada información que daba Carolina fuera relevante y creyera en su importancia. Eso la tranquilizó y a la vez la desconcertó. ¿Era tan importante su recorrido en el inglés? Carolina había trabajado en varios institutos y daba clases en colegios secundarios. Y como broche de oro, comentó que era traductora. Se sentía orgullosa de serlo, especialmente cuando lo contaba, a pesar de que solo se tratara de libros técnicos, extremadamente aburridos y que padecía al traducir; pero Estela Saavedra no la defraudó al reaccionar con una expresión de sorpresa y asombro. Al parecer eso era un plus, algo que no todas las profesoras de inglés hacían. Dos días después de la entrevista la llamaron para anunciarle que la habían seleccionado y que debía presentarse en el instituto para hacer el papeleo.

      Llegó puntual. Tocó el timbre en el momento en el que daba la hora exacta a la que había sido citada. Mantuvo suspendido el dedo mientras con su celular vigilaba el momento en que dieran las tres. La atendió Mariela, la secretaria del instituto, con una sonrisa.

      En la oficina las dos mujeres se sentaron. Era un instituto que pagaba mucho más que los otros en los que había trabajado, así que estaba contenta por haber obtenido el puesto. Como novedad, tendría que enseñarles a empleados, con distinta jerarquía, de una empresa de petróleo multinacional. Debía ir a las oficinas a dar las clases, que eran individuales, una después de la otra, como en una cadena de montaje. El horario en que terminaba una era el mismo en que empezaba la siguiente. Tendría que correr por los pasillos de la empresa de un alumno a otro.

      En un papel Mariela fue anotando sus datos personales, sacados del documento. Carolina la vio escribir su fecha de nacimiento y miró hacia abajo. Se quedó así todo el tiempo que le llevó a Mariela completar la planilla. La fecha que tenía en su documento, 24 de agosto, no era su verdadera fecha de nacimiento. Ella había nacido el 20 de diciembre del año anterior. No se trataba de un error en el documento, era la misma fecha que constaba en la partida. Sus padres, o más bien su padre no había ido a anotarla hasta agosto, o probablemente más tarde, a juzgar por los nervios que mostraba su madre cada vez que le preguntaba cuándo exactamente había ido a inscribirla. No tenía manera de preguntarle a él porque había muerto cuando ella tenía dos años.

      Con el tiempo aprendió a aceptar que la anotaron muchos meses después y que ni siquiera respetaron el mismo día, y encima tampoco el mismo año. Era así, era parte de su historia. Y había aprendido a decir alternativamente una fecha u otra según lo que correspondiera en cada situación. Para trámites legales sabía que lo que importaba era lo que decía en su documento, con los amigos su fecha real. Pero había zonas grises que todavía la desconcertaban. Cuando un médico le preguntaba el día de su nacimiento, se quedaba un rato dudando. Después se daba cuenta de que al médico le importaba su edad biológica. En el instituto Language Approach resolvió que lo que importaba era su fecha legal, entonces no le aclaró nada ni a la secretaria ni al resto del plantel.

      Carolina llegó al edificio de oficinas de la avenida Alem diez minutos antes de la hora de la primera clase. Se anunció a los de seguridad de la entrada. Le hicieron dejar el documento, firmar en una planilla su hora de ingreso y le sacaron una foto. En el primer piso la esperaba la secretaria del que sería su primer alumno. Esperó un rato sentada en un sillón del vestíbulo, al lado del escritorio de la secretaria, que después de saludarla no le prestó más atención. Finalmente, su alumno abrió la puerta de su oficina y la hizo pasar. Era una oficina amplia y con grandes ventanales que daban a Alem. Se veían las copas de los árboles de la vereda de enfrente, las hojas verde oscuro que vibraban en una agitación sostenida y nerviosa. Había un escritorio grande y una mesa redonda con sillas alrededor. Ahí se sentaron.

      Cuando terminó la clase se despidió de su alumno y se tomó el ascensor para el piso siguiente. Otra secretaria la recibió y la hizo esperar en un sillón, igual que en el piso anterior. Diez minutos pasada la hora de clase apareció la alumna, vestida con ropa muy elegante, alta y de pelo largo. Hablaba y se movía con mucha seguridad, la de alguien acostumbrado a mandar y conforme con hacerlo. Si bien ese piso estaba más arriba que el otro, los empleados eran de cargo más bajo. Su alumno del primero estaba por encima de su alumna del segundo, pero ella en su propio piso era la dueña y señora. Resultó ser una fanática de la astrología, lo que a Carolina le pareció contradictorio con su aspecto formal y serio. Le preguntó de qué signo era. Carolina dudó. Había dejado su documento y pensó que debía ser coherente con eso. Le dio miedo que esa empresa tan llena de controles de seguridad viera una contradicción con las fechas de su nacimiento y concluyera que era una mentirosa. Sabía su verdadero signo pero no sabía el que correspondía con su documento. Decidió decirle la fecha y que ella se lo dijera. Ah, sos de virgo. Eso pareció complacerla. Los de virgo son personas muy metódicas y ordenadas. Con gran pasión por el trabajo. Me gusta virgo porque tiene la capacidad de superar cualquier adversidad, dijo. Carolina escuchaba con fingido interés, tratando de aparentar que la descripción de ese signo ajeno se adecuaba perfectamente a ella. Finalmente, varias cosas le cuadraban; y era razonable, al fin y al cabo, ese signo era un poco el suyo. Después de todo, no tenía claro cuál le pertenecía más.

      —¿Y tus padres de qué signo son? —La sorprendió la alumna con esa pregunta—. En general el ascendente coincide con el signo de uno de los padres —explicó.

      Carolina se sobresaltó y le agarró la confusión de que también tenía que mentir con las fechas y signos de sus padres, y reaccionó como si la hubieran tomado desprevenida, con una mentira sin ensayar. Después se dio cuenta de que no tenía por qué mentir en ese caso. Le contó que su madre era escorpio y que su padre había fallecido cuando era muy chica y que no se acordaba de la fecha de nacimiento.

      —Lo siento —le dijo su alumna.

      —Gracias, fue hace mucho.

      —Claro —le dijo mirándola con una sonrisa compasiva—. Escorpio es un signo muy


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