La divorciada dijo sí. Sandra Marton
de la vida.
–El problema es que he utilizado al pobre Milton de forma abominable. Ahora tendré que llamarlo para decirle que no pretendía decir lo que he dicho cuando se lo he presentado a Chase como mi prometido.
–Guau –dijo Deb suavemente–. Parece que has tenido un día muy ocupado…
–Ha sido un día desastroso.
–No me mates por decir esto, pero quizá deberías pensarte las cosas mejor. Me refiero a que es posible que todavía sientas algo por tu ex-marido, y aunque él vaya a casarse…
–¡Por mí como si decide meterse en un monasterio! –los ojos de Annie relampagueaban–. Admito que estoy muy afectada, pero no es por Chase, sino porque mi hija se ha casado.
–Ya sabes que criamos a nuestros hijos para que se vayan algún día de casa.
Annie tomó la botella de champán y se dirigió a la cocina.
–No es eso lo que me preocupa, Deb. El problema es que es demasiado joven para asumir un compromiso.
–Bueno, tú también eras joven cuando te casaste.
–Exactamente. Y mira cómo he terminado. Pensaba que sabía lo que estaba haciendo, pero me equivoqué. Eran las hormonas las que estaban tomando la iniciativa, y no la razón –sonó el teléfono y Annie corrió a contestar–. ¿Diga?
–¿Annie?
–¡Chase! ¿Qué quieres? Pensaba que ya nos habíamos dicho esta tarde todo lo que necesitábamos saber.
En el otro extremo de la ciudad, en la habitación del hotel, Chase miró al joven que permanecía asomado a la ventana, con los hombros hundidos y la cabeza gacha, en actitud de total desesperación.
Chase se aclaró la garganta.
–Annie… Nick está aquí.
–¿Nick? ¿Aquí? ¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que está en mi habitación, en el Hilton.
–No, eso es imposible. Nick está volando hacia Hawai, con Dawn –Annie palideció bruscamente–. Oh, Dios mío –susurró–. ¿Ha habido un accidente? ¿Dawn está…?
–No –se apresuró a tranquilizarla Chase–. Dawn está estupendamente. No le ha ocurrido nada, y tampoco a Nick.
–¿Entonces por qué…?
–Dawn lo ha dejado.
Annie se dejó caer en una de las sillas de la cocina.
–¿Que lo ha dejado? –repitió estúpidamente. Deb la miraba con expresión de incredulidad–. ¿Dawn ha dejado a Nick?
–Sí –Chase se frotó el cuello; tenía los músculos completamente agarrotados–. Esto… han ido al aeropuerto y han facturado el equipaje, después han pasado a la zona VIP. Yo les había cambiado los billetes por unos de primera clase. Sabía que no lo aprobarías, pero…
–Maldita sea, Chase, ¿qué ha pasado?
Chase suspiró.
–Nick ha ido a buscar un café para los dos y, cuando ha vuelto, Dawn ya no estaba.
–Entonces no es que lo haya abandonado –dijo Annie, con la mano en el corazón–. ¡La han secuestrado!
–¿Secuestrado? ¿A Dawn? –preguntó inquieta Deb.
–¿Has llamado a la policía? –le preguntó Annie a su ex-marido.
–Ha dejado una nota diciendo que para el matrimonio no bastaba con el amor que sentía por él y la única opción que le quedaba era dar por terminado su matrimonio antes de que empezara.
Annie se llevó la mano a los ojos.
–Oh, Dios mío. Eso es un mal presagio.
–Nick y yo también lo pensamos. Él la ha estado buscando por todas partes, pero no la ha encontrado. Dios mío, si le hubiera ocurrido algo a nuestra hija…
Annie alzó la cabeza. Oyó algo parecido a un susurro. La puerta principal se abrió y después se cerró. Al cabo de unos segundos, apareció Dawn en el marco de la puerta de la cocina.
–¿Mamá?
–¿Dawn? –susurró Annie.
Dawn le dirigió una temblorosa sonrisa y sollozó.
–Oh, mamá –se lamentó. Annie dejó caer el teléfono y le abrió los brazos. Su hija voló hasta ella y enterró la cara en su regazo.
Deb se hizo cargo del teléfono.
–¿Chase?
–Maldita sea –gruñó Chase–. ¿Y ahora quién demonios es? ¿Qué está pasando ahí?
–Soy una amiga de Annie –dijo Deb–. Y ya podéis dejar de preocuparos. Dawn está aquí. Acaba de llegar.
Chase hizo una señal a Nick, que corrió inmediatamente a su lado.
–¿Mi hija está bien?
–Sí, parece que…
Pero Chase colgó bruscamente el teléfono y corrió con Nick hacia la puerta.
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