Mi perversión. Angy Skay

Mi perversión - Angy Skay


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ordené.

      Él, en cambio, sí me observó con una fijeza que asustaba, aunque no rehuí sus ojos como habría hecho en otras ocasiones. Lo contemplé con rabia, con dolor y con un sentimiento en el que siquiera me detuve a pensar, pues me había costado mucho crear aquel muro que creía que no se rompería nunca.

      Nunca hasta que volviese a verlo.

      Porque era muy sencillo decir que has olvidado a una persona sin verla. El problema aparece de nuevo cuando el sujeto en cuestión se planta, después de miles de kilómetros, delante de tus narices. Y, para colmo, lo primero que hace es imponerte que debes marcharte con él sin una simple explicación. Tenía claro que mi vida no era un cuento de hadas, pero tampoco pensaba retroceder todo lo que había conseguido, que no había sido poco. Como, por ejemplo, darme más valor a mí misma, mirar más por mí y quererme por encima de todo.

      Todos esos pensamientos en plan coach se fueron al garete cuando sentí la rabia cegarme. Apreté los dientes y no lo pensé, incluso escuchando los gritos de los demás para que me detuviese y el casi agarre que Klaus intentó en mi brazo. Llegué a la altura de Edgar y lo empujé con saña, provocando que desviara sus manos en otra dirección a la vez que le ponía el seguro a la pistola. No quería ni saber cómo había conseguido introducir el arma en un avión, por mucho que fuese el suyo.

      —Enma, basta —bufó cuando lo empujé de nuevo.

      Lo golpeé otra vez en el hombro contrario y apreté los dientes; con más fuerza, con más saña si es que podía. La voz de Dexter se escuchó de fondo:

      —Enma, por favor, déjalo ya…

      Pero no escuchaba nada, solo lo veía a él. No se movía. No apartaba la mirada de mí. Solo se dejaba golpear, sin importarle. Sus ojos me mostraron una pena infinita, seguramente, al verme en ese estado, pero me daba igual. Todo me daba igual. Necesitaba desahogarme, y la mejor diana que tenía era él.

      —¡¿A qué coño has venido?! —Golpe—. ¿A buscar problemas?, ¿a joderme la vida? —Golpe, golpe y más golpes. Cada vez más fuertes, pero Edgar solo se movía una milésima, y eso me enfadaba muchísimo. Me dejé la garganta chillando cuando le dije—: ¡¡¿Qué cojones quieres?!! ¡¿Qué es lo que quieres?!

      Sentí que me faltaba el aliento, que las venas me latían condenadamente rápido, que no podía respirar. Mi padre se acercó con urgencia a mi lado para sostenerme con su mano; mano que volví a rechazar para abalanzarme sobre Edgar de nuevo, esa vez con el puño en alto y sin miramientos. Sin embargo, su voz me detuvo cuando vi que sus ojos se fijaban con rabia en Klaus:

      —No se lo has contado. —Rio de manera irónica.

      Fruncí el ceño y miré al escocés, que me observaba con cara de culpable. Guardó la pistola también, que la mantenía en dirección al suelo.

      La voz de George, mi padre, sonó antes que la mía:

      —¿Qué tiene que saber?

      —Papá, no te metas. —Miré a Klaus de nuevo—. ¿Qué es lo que no me has contado?

      Me observó con cautela y suspiró. Se llevó una mano al pelo y se lo mesó, dándome a entender que estaba nervioso. Desvié la vista hacia Edgar, que se mantenía inmóvil, y escuché a Luke justo en el instante en el que mi respiración se apresuraba y el pánico latía en cada uno de mis sentidos:

      —Enma, deberías calmarte y…

      —¡No! ¡Cállate! ¡¿Qué tengo que saber?! —grité desesperada.

      Otro silencio más grande se hizo eco en mitad de aquella tormenta, de aquel oscuro cielo y de aquellos dos hombres que no cejaban en su desafío visual.

      El primero en hablar, para mi sorpresa, fue Klaus:

      —Iba a contártelo ahora, pero…

      Edgar lo interrumpió antes de que terminase:

      —Lark está vivo. Y si Lark está vivo —continuó, con una chulería tan aplastante que me molestó—, Oliver estará fuera de la cárcel esta misma semana.

      Eso se reducía a algo muy simple: Oliver quería su dinero.

      Y yo lo tenía.

      —¿Estás loca, mujer? —espetó mi padre con mal genio, delante de todos.

      Mi madre pareció entrar en un constante estado de nervios y comenzó a empujar a todo el mundo hacia el interior de la casa, pero cuando llegó a nosotros, di un paso atrás para que no me tocase. Mi padre no se movió del sitio. Ni Klaus. Ni Edgar.

      —Vete de aquí ahora mismo, o llamaré a la Policía —sentencié con más firmeza que antes.

      —He hecho miles de kilómetros para…

      —No te necesito para nada. Y tampoco te he pedido que vinieses. Ya has escuchado a Klaus: iba a contármelo.

      Rio con cinismo. Yo pensé en qué momento había sido capaz de usar aquel tono tan dañino y venenoso con él.

      —Ya. ¿Eso ha sido lo primero que ha hecho cuando te ha visto?, ¿contártelo? Porque estaba muy preocupado, supongo —ironizó.

      El pecho de Klaus se pegó a mi espalda, pero no permití que entrase en un nuevo conflicto por algo que yo estaba provocando.

      —Será mejor que no te diga qué es lo primero que ha hecho cuando me ha visto.

      A Edgar se le hinchó la vena del cuello visiblemente. Alzó una ceja de forma intimidante y dio un paso hacia mí. Mi padre se interpuso entre los dos con cara de pocos amigos.

      —Te ha dicho que te vayas. Créeme que de haber sabido quién eras, ni siquiera estarías aquí, porque yo mismo te habría echado a patadas de mi casa.

      —Eso es entrar con buen pie… —se escuchó la voz de Luke al fondo, seguida de una regañina por parte de Dexter, a quien le importunó su descaro y humor a juzgar por cómo estaba la situación.

      —¿Acaso sabe quién soy? —Edgar levantó el mentón, desafiante.

      Mi padre también.

      —Sí. El hijo de puta que ha estado engañando a mi hija para robarle la fortuna que Robert le dejó. ¿Me equivoco?

      Edgar no se hizo pequeño ni mucho menos. Mi padre tampoco se amilanó, a pesar de que su oponente era un gigante.

      —Yo no he robado nada. Si estoy aquí, es por la seguridad de su hija. Créame, a mí más que a nadie le interesa que esté bien. —Su tono fue ascendiendo según hablaba.

      Tragué saliva por enésima vez, rezándoles a los dioses que existiesen para que no saliera también el tema y el motivo por el que intuía esa preocupación. Como si Dakota estuviese prestando atención, una patada rebotó en mi vientre.

      —¿Y se puede saber cuál es ese motivo? —quiso saber mi padre.

      Los truenos resonaron con más fuerza en el cielo. Apenas notaba el agua entrar en mi ropa de lo calada que estaba.

      Edgar me miró.

      Yo lo miré.

      También le supliqué que no lo hiciese.

      Observó a mi padre por encima del hombro, pasó por su lado manteniéndole la mirada y, antes de abrir la puerta del coche, justo a mi lado, me dijo:

      —Mañana vendré y nos iremos.

      No contesté. Ya lo hizo mi padre por mí:

      —Y yo estaré esperándote en la puerta con la escopeta de caza.

      Tenía claro que mi padre no decía nada a la ligera. Y que Edgar le caía muy mal.

      El rugido del motor al arrancar provocó que girase mi rostro y mi mirada impactase con la suya. Alcé mis ojos y me encontré con los de Luke, quien me


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