Mi perversión. Angy Skay
que pueden hacerte muy rico. A mi anterior abogado, Paul, no volví a verlo, detalle que agradecí. La lealtad era una de las virtudes que sumaban puntos en mi lista, y él la había destrozado, aunque ahora la relación con Morgana fuese tan distinta y extraña como nunca imaginé.
Dos palmadas en mi espalda provocaron que girara el rostro lo justo para ver a Luke, que aceleraba el paso por el jardín perfectamente decorado hacia el escenario que había en medio de la mansión. Un breve vistazo fue suficiente para fijarme en los detalles de la piscina, iluminada hasta decir basta; en el escenario de delante, hacia donde Luke se encaminaba; en el gigantesco espesor verde que rodeaba toda la casa, colmada de luces llamativas, y en los altavoces último modelo que amenizaban el ambiente con música clásica.
Qué asco daba.
Qué asco dábamos la gente que teníamos dinero.
Sin embargo, en mis tiempos de miseria, había aprendido —o, más bien, una persona me había enseñado— lo que significaba la palabra humildad. Empatía. Y lo había aprendido a base de bien. Ahora, contemplando todo lo que tenía a mi alrededor después del levantamiento de Waris Luk y los éxitos que se sucedieron tras la detención de Oliver, veía que lo tenía todo. Incluso mucho más que antes. Pero había algo crucial que me faltaba en la vida, y se llamaba Enma Wilson.
Cinco meses.
Cinco meses sin saber nada de ella desde la última visita a la comisaría, sin poder localizarla, sin conseguir que cualquier amigo suyo me diese una pista; ni siquiera Luke, que se había cerrado en banda y no tocaba siquiera el tema. Lo único que me decía era «Estará bien», y a mí me entraban unos instintos asesinos tan grandes que un día, si no lo maté, fue porque mi madre estaba conmigo.
«Juré que no hablaría de ella, y esta vez cumpliré mi promesa». Promesa, había dicho el gran mamón, y esa vez sí que se fue con un ojo morado. Sabía que Luke no era el culpable, sino yo, que la había apartado de mi lado yo solito. Sin embargo, los días se sucedían como si de una rueda se tratase y mi vida se encontraba vacía. Por no hablar de mi hija.
Había visto una ecografía; y de puro milagro, porque le cogí el teléfono móvil a mi madre, a escondidas y como si tuviese trece años, y abrí una conversación muy asidua con Enma ese mismo día. No sabría calcular la de semanas que estuve tan cabreado que ni siquiera fui capaz de mirarla. Juliette argumentó que pensaba contármelo, que se la había enviado esa misma mañana. Y era verdad, pero la rabia me cegó tanto que no supe controlarla. La relación que ambas tenían se terminó tan pronto como añadí su número y comencé a llamarla como un desesperado, bajo la amenaza constante de mi madre para que no lo hiciese. Eso fue muy pocos días después de enterarme de que ya se había marchado a saber dónde. Desde ahí, la única posibilidad que tenía de saber de ella también se fue al traste.
Dakota.
La pequeña se llamaría Dakota, tal y como le dijo Lion. Y hasta ahí podía leer, porque no sabía una mierda más. ¡Si hasta mis hijos habían hablado con ella! Me preguntaban a todas horas cuándo vendrían, si tendrían una prima nueva o una amiga. ¡Una prima o una amiga! ¿Y cómo les explicaba que su padre se había portado como un cabrón con Enma y que Dakota no sería su prima, sino su hermana? Pues a esas alturas no lo sabía, porque tampoco tenía claro que pudiera conocer a mi hija.
—No tienes mucha prisa por llegar.
La dulce voz de Morgana me sacó de mis pensamientos a medida que llegaba a la primera barra. Alcé el mentón y me la encontré tan despampanante como siempre. Su figura estaba cubierta por un vestido de noche de color blanco hasta los pies, con una gran abertura en la pierna derecha. El contraste con aquel cabello rojo como el fuego era espectacular, y de no saber cómo era ella —o, según decía, había sido—, habría caído en sus redes por segunda vez sin pensarlo.
Me acerqué con pasos largos y deposité un beso en su mejilla.
—No. La verdad es que ninguna —le contesté. Ella sonrió y posó su mano con cariño en mi hombro. Obvié la caricia oculta en ese gesto—. ¿Cómo te encuentras hoy?
—Mucho mejor. Parece que las heridas de guerra van curándose poco a poco.
Había tardado unos meses en poder recuperarse de la herida de bala, gracias a su padre. Durante un tiempo, estuvo en estado crítico. Luego, la valentía que Morgana siempre tuvo salió a relucir y sobrevivió, incluso cuando su madre y yo pensábamos que moriría en el hospital tras un gran bajón.
—Entonces, disfruta esta noche. Emborráchate y permítete una buena juerga.
—De eso, tú sabes mucho últimamente. —Se acercó a mí.
Esa vez no retrocedí. La miré con atención y enarqué una ceja.
—¿Quién dice eso?
Sonrió, y noté un leve rubor en sus mejillas al sentirse inspeccionada por mí.
—Ya sabes, la gente habla. ¿Cómo estás? —me preguntó, cambiando el tono. Aunque nunca había hablado sobre Enma, sabía que se refería a ella.
—Bien —me limité a responderle de manera tajante.
Llevaba meses intentando que la dejase aparecer por casa; la casa de mi madre, la cual seguíamos manteniendo y que arreglamos por completo después del incendio. Todavía no concebía la idea de dejarla a solas con Jimmy y Lion. Ni siquiera me veía capacitado para contarles quién era ella, aunque tampoco lo requería. Y así me lo hizo saber Morgana en los cientos de veces que mantuvimos la misma conversación. Los mismos cientos que le había dicho que no. Podría estar equivocándome, como tantas veces lo hacía, pero si durante todos esos años no se había preocupado por los que un día fueron sus hijos, ahora tampoco tenía tanta importancia, y no pensaba permitir que les pusiese la vida patas arriba. Una cosa era comenzar a fiarme de ella y otra ser gilipollas. Retomó su trabajo en Waris Luk y se encargaba de llevar el cierre de acuerdos con algunas cadenas e incluso viajes concretos. Sabía de sobra que le encantaba aquel cargo, y en cierto modo estaba en deuda con ella por haber salvado a Enma de aquel disparo que podría haber sido mortal para ella o para el bebé.
Carraspeó y cambió de tema, tratando otra vez de sonar distendida:
—Estarías mejor en tu casa, arreglando esa tartana de coche lleno de grasa hasta las cejas. Me parece increíble que te hayas vuelto así. —Rio con fuerza.
Pedí un whisky, le di un sorbo y volví mi atención a ella, que me contemplaba expectante.
—Es un Mustang del 64, no una tartana. Y no me he vuelto así; siempre lo fui.
Puso los ojos en blanco y se llevó su copa de champán a los labios con mucha delicadeza, más de la habitual, y supe que mi comentario le había dado de lleno. Porque eso solo quería decir que, durante todo el tiempo que habíamos compartido, no se había molestado en conocerme ni en prestarme la suficiente atención para averiguar esos detalles. No hurgó en el asunto, siendo consciente de dónde acabaría la conversación. Otra cosa no, pero Morgana era experta en desviar temas que no le interesaban o que no era capaz de afrontar porque no podía rebatirlos.
—Con todo el dinero que tienes, podrías comprarte el coche que quisieras sin tener que mancharte las manos de grasa. Y, por supuesto, de una época moderna.
Negué con la cabeza y me marché de allí en dirección a Luke, dejándola con una sonrisa en la boca y, seguramente, con un suspiro de tranquilidad. Intentaba alejarme lo suficiente de Morgana. No quería que malinterpretásemos nuestra situación. No quería que se confundiese. Y sus ojos, desde hacía unos meses, me decían todo lo que pensaba.
A medida que avanzaba, fui saludando a la mayoría de los invitados. Habíamos cerrado un acuerdo con la cadena de Luke y la fiesta se había organizado por todo lo alto. Luke había conseguido subir a la cima y mantenerse allí y me alegraba, aunque no me apeteciese permanecer en aquella fiesta. Solo esperaba que, con el tiempo, no se diese un golpetazo.
Al verme, Luke le sonrió a la