V Congreso iberoamericano de personalismo. Группа авторов

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y, según alguna proporción, la misma, para varias cosas.

      Así, con un personalismo analógico estamos evitando excesos de personalismos unívocos, como el de los que endurecen el lado substancial de la persona, y de los equívocos, que exageran sólo su lado relacional. Veamos, por pasos, a qué nos lleva la analogía, tratando de señalar en la persona su aspecto ontológico, su aspecto psicológico y su aspecto social.

      Aspecto ontológico

      Una postura analógica, es decir, moderada, nos lleva a sostener, yo diría, que la persona es una substancia relacional, es decir, que tiene un núcleo ontológico, substancial1, que se manifiesta y expresa en las múltiples relaciones en las que se distiende. En lugar de que la persona sea pura relación, evitar que sea pura substancia; y, en lugar de que se la ponga como relación subsistente, porque eso únicamente compete a Dios, hay que ponerla como substancia relacional, es decir como substancia en relación, como sujeto que se distiende intencionalmente a las demás cosas.

      Esto nos prepara para dar el paso hacia la antropología filosófica, la cual no parece ser otra cosa que una ontología de la persona, y, como Heidegger llamó a la ontología “hermenéutica de la facticidad”, la filosofía del hombre bien puede ser una hermenéutica de la facticidad humana. Es ociosa la pelea de Heidegger contra Cassirer, para suplantar la antropología filosófica con su ontología fundamental. Necesitamos una filosofía del hombre. Por eso, vayamos a ella.

      Aspecto antropológico

      La intencionalidad se ha visto sobre todo en la voluntad, pero también se da en el conocimiento, y aun puede hablarse de que se da en el ser. La intencionalidad cognoscitiva consiste en asimilarse el objeto conocido, es decir, hacerse él mismo psíquicamente, por la semejanza suya que llevamos a nuestro intelecto. La intencionalidad volitiva consiste en asimilarse el objeto deseado o la persona amada, hacerse un alter ego o un semejante suyo. Es como en la parábola del buen samaritano, hacerse prójimo o semejante, análogo. Y también hay una intencionalidad ontológica, pues todo ente posee una tensión hacia el ser, hacia el existir, ese conatus, vis o fuerza que vieron Spinoza y Leibniz, la cual inclina a permanecer en el ser, el instinto de autoconservación.

      Como se ve, la noción de intencionalidad es sumamente analógica, pues abarca varios campos, se dice de muchas maneras, y conjunta lo cognoscitivo, lo volitivo y lo ontológico. Deseamos conocer para amar y, en definitiva, para existir, para subsistir. Incluso después de la muerte, como muchos pensadores han visto al amor, que perdura más allá de ella.

      Y ya que en la analogía predomina la diferencia, hasta podemos decir que en el hombre predomina la cultura sobre la biología, lo simbólico sobre lo biológico, por eso Cassirer lo definió como animal simbólico. Y Luis Cencillo como animal hermenéutico. Ese predominio de lo cultural o simbólico se ve en que alguien puede amar mucho a un hijo adoptivo, a diferencia de los que no aman a su hijo biológico. Así San José pudo aceptar al niño Jesús para cuidarlo, y estoy seguro de que éste lo quería como a un padre de verdad.

      La persona vive de los símbolos, es el alimento que su psiquismo le pide, más allá del alimento y el medicamento biológicos. No en balde se ha hablado del símbolo como un fármaco. Es el alimento del espíritu, como se ve en la vida religiosa.


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