V Congreso iberoamericano de personalismo. Группа авторов
y, según alguna proporción, la misma, para varias cosas.
Esto sirve de manera excelente al hablar de las personas, porque entre ellas hay mucho de común, toda una naturaleza, pero también mucho de diverso, como son las diferencias entre los individuos. Que la noción de persona es analógica, ya lo había señalado Maritain, como nos lo dice la exposición de Juan Manuel Burgos, pues es diverso el concepto de persona en Dios, en el ángel y en el ser humano.8 Y más recientemente lo ha dicho Julián Marías, en el mismo ser humano, en relación con el varón y a la mujer.9 En ellos caben muchas diferencias. No conviene aquí una actitud de homogeneizar a todos impositivamente, pero tampoco de permitir todas las diferencias indiscriminadamente. Cuando se llama a la tolerancia, ésta no puede ser completa, pues llevaría a la antinomia de tener que tolerar la intolerancia. Se autorrefutaría.
Así, con un personalismo analógico estamos evitando excesos de personalismos unívocos, como el de los que endurecen el lado substancial de la persona, y de los equívocos, que exageran sólo su lado relacional. Veamos, por pasos, a qué nos lleva la analogía, tratando de señalar en la persona su aspecto ontológico, su aspecto psicológico y su aspecto social.
Aspecto ontológico
En el aspecto ontológico, un personalismo analógico no tiene dificultad en aceptar la definición clásica de Boecio de persona, la cual fue admitida por Santo Tomás. Sólo que hay que completarla. Ésta rezaba como “la substancia individual de naturaleza racional”.10 Falta añadir el lado relacional, pero es fácil hacerlo, porque en la misma naturaleza racional que al ser humano caracteriza está indicado que tiene un cúmulo de relaciones, de manera consciente y responsable.
Algunos, por obra del pensamiento posmoderno, tienen miedo de hablar de substancias; pero, al aplicarlo a la persona, eso no es otra cosa que decir que tiene un ser, una esencia a la que compete algún tipo de existencia o acto de ser. Teniendo el aspecto substancial, o substantivo (como prefiere Zubiri), tenemos la posibilidad de que sea relacional. Un célebre personalista, Maurice Nédoncelle, primero rechazó las categorías tomistas y después las aceptó para hacer una ontología de la persona.11 Y hay otros más.
Aquí hay que evitar dos antinomias, que llevan a contradicción y se autodestruyen. Una es la de los que, para evitar la substancia en la persona, dicen que es relación, un cúmulo de relaciones. Pero esta postura relacional es peor que la substancialista, pues las relaciones se dan entre correlatos, es decir, entre cosas, entre substancias, y si no se aceptan substancias, se está substancializando a las mismas relaciones, se cosifica la relación, lo cual es pésimo, ya que se hace de la relación una substancia, de modo muy platónico. Otros, para resaltar el aspecto relacional de la persona, han dicho que ésta se puede definir como relación substancial,12 pero esto solamente se aplica a las personas divinas, no a las humanas, y si se les aplicara caeríamos en un panteísmo insostenible.
Una postura analógica, es decir, moderada, nos lleva a sostener, yo diría, que la persona es una substancia relacional, es decir, que tiene un núcleo ontológico, substancial1, que se manifiesta y expresa en las múltiples relaciones en las que se distiende. En lugar de que la persona sea pura relación, evitar que sea pura substancia; y, en lugar de que se la ponga como relación subsistente, porque eso únicamente compete a Dios, hay que ponerla como substancia relacional, es decir como substancia en relación, como sujeto que se distiende intencionalmente a las demás cosas.
Esto nos prepara para dar el paso hacia la antropología filosófica, la cual no parece ser otra cosa que una ontología de la persona, y, como Heidegger llamó a la ontología “hermenéutica de la facticidad”, la filosofía del hombre bien puede ser una hermenéutica de la facticidad humana. Es ociosa la pelea de Heidegger contra Cassirer, para suplantar la antropología filosófica con su ontología fundamental. Necesitamos una filosofía del hombre. Por eso, vayamos a ella.
Aspecto antropológico
Así, pues, en el aspecto antropológico, que abarca y acoge al psicológico, hay que ver a la persona como un ser intencional, un núcleo de relaciones. Esto lo vio claramente Franz Brentano, aristotélico y tomista del siglo XIX, que recuperó la noción de intencionalidad para la psicología y, en realidad, para la concepción del hombre. En su Psicología desde el punto de vista empírico.13
Brentano tuvo dos discípulos geniales, que rescataron la noción de intencionalidad: Sigmund Freud y Edmund Husserl. Freud lo hizo en forma de pulsión (Triebe), que es la intencionalidad hacia la otra persona, la que saca del narcisismo, el cual es la enfermedad, y nos hace salir hacia el otro, en lo que consiste la salud mental o psíquica.14 Husserl lo hizo recobrando la noción de intencionalidad para la fenomenología.15 Y hasta en la filosofía analítica se ha usado la noción de intencionalidad para hacer ver que el funcionalismo o conductismo no es suficiente, pues no puede dar cuenta de la intencionalidad con sus propios medios, tan reduccionistas, y la intencionalidad es lo más peculiar del ser humano, como lo ha sostenido Hilary Putnam.16
La intencionalidad se ha visto sobre todo en la voluntad, pero también se da en el conocimiento, y aun puede hablarse de que se da en el ser. La intencionalidad cognoscitiva consiste en asimilarse el objeto conocido, es decir, hacerse él mismo psíquicamente, por la semejanza suya que llevamos a nuestro intelecto. La intencionalidad volitiva consiste en asimilarse el objeto deseado o la persona amada, hacerse un alter ego o un semejante suyo. Es como en la parábola del buen samaritano, hacerse prójimo o semejante, análogo. Y también hay una intencionalidad ontológica, pues todo ente posee una tensión hacia el ser, hacia el existir, ese conatus, vis o fuerza que vieron Spinoza y Leibniz, la cual inclina a permanecer en el ser, el instinto de autoconservación.
Como se ve, la noción de intencionalidad es sumamente analógica, pues abarca varios campos, se dice de muchas maneras, y conjunta lo cognoscitivo, lo volitivo y lo ontológico. Deseamos conocer para amar y, en definitiva, para existir, para subsistir. Incluso después de la muerte, como muchos pensadores han visto al amor, que perdura más allá de ella.
Aquí tenemos que hacer intervenir una antropología filosófica analógica, pues se han dado muchas unívocas y equívocas, que distorsionan a la persona. De hecho, el estudio filosófico de la persona se da en la antropología filosófica. Ésta ha tenido representantes unívocos, como, en el lado de la filosofía analítica, a Ernst Tugendhat, el cual hace una antropología cientificista, biologicista, centrada en el estudio de la base orgánica del hombre o en las conductas de los animales, como los primates.17 Eso es desconocer que tenemos cultura. Pero otros han hecho una antropología filosófica demasiado culturalista, como la de Clifford Geertz, que se va a los productos culturales del hombre, como si no tuviéramos una base biológica.18 Hay que unir, analógicamente, ambas perspectivas, y lograr una antropología filosófica que conjunte biología y cultura, en el límite.
Y ya que en la analogía predomina la diferencia, hasta podemos decir que en el hombre predomina la cultura sobre la biología, lo simbólico sobre lo biológico, por eso Cassirer lo definió como animal simbólico. Y Luis Cencillo como animal hermenéutico. Ese predominio de lo cultural o simbólico se ve en que alguien puede amar mucho a un hijo adoptivo, a diferencia de los que no aman a su hijo biológico. Así San José pudo aceptar al niño Jesús para cuidarlo, y estoy seguro de que éste lo quería como a un padre de verdad.
Pero tampoco podemos desconocer lo biológico. A pesar de eso, el malestar en la sociedad no es sólo biológico, es también cultural, y tal vez más esto último, porque en las culturas, como lo hizo ver Ricoeur, lo principal son los símbolos.19 Cuando Freud habla del malestar en la cultura, se centra en el problema sexual, pero habría que ir más allá, a la falta de simbolicidad en la sociedad, pues estamos en un tiempo de símbolos caídos.
La persona vive de los símbolos, es el alimento que su psiquismo le pide, más allá del alimento y el medicamento biológicos. No en balde se ha hablado del símbolo como un fármaco. Es el alimento del espíritu, como se ve en la vida religiosa.
Fuentes de sentido han sido el arte y la religión. Nietzsche lo buscaba en el arte, sobre todo en la música, desdeñando la religión. Pero en la actualidad, filósofos clarividentes, como