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Sin embargo, desde mis primeras entrevistas, logré tener acceso a historias de los padres o los abuelos que sus descendientes desconocían, porque no les gusta contarlas.

      Asimismo, una de las grandes ventajas de las fotografías es que facilitan reconstruir diferentes dimensiones de la experiencia tanto prácticas como discursivas y tanto activas como pasivas. Por ejemplo, permiten resaltar la dimensión práctica de la experiencia a través de relatos de situaciones concretas. Las fotografías remiten, a menudo, a situaciones en las cuales las personas actuaron o les pasaron cosas (o bien lo que aparece en las fotografías como tal, o bien el contexto general en el que fueron tomadas) que pueden ser descritas o reconstruidas. A través de relatos, las personas cuentan sus recuerdos de lo que estaban haciendo en ese momento particular y las circunstancias por las que pasaban. Las fotografías permiten reconstruir muchas situaciones prácticas cotidianas, ordinarias, que, sin su presencia, permanecerían invisibles o las personas hubiesen tardado mucho en contar.

      Asimismo, las fotografías permiten resaltar las dimensiones “interpretativas” y “emocionales” de la experiencia. Así como las fotografías suscitan el diálogo sobre la situación representada en la imagen y su contexto, también lo dirigen hacia lo que las personas piensan (y han pensado) o lo que sienten (y han sentido) en relación con su vida y sus recuerdos. En el trabajo de campo, mientras mirábamos las fotografías, las personas hablaban con más facilidad y profundidad de sus experiencias personales, sus sentimientos, añoranzas, sueños cumplidos o frustrados, dificultades y sufrimientos que cuando conversábamos sin mirarlas. Las imágenes familiares son, en ocasiones, vestigios de momentos importantes: las personas han querido tomarlas y conservarlas por lo que significan para ellas; por eso, algunas fotografías son potentes vehículos de recuerdos, con una importante carga emocional. De manera que algunas fotografías pusieron a sus protagonistas en una situación de especial sensibilidad para hablar de sus vidas. En más de una ocasión, algunas personas lloraron relatando sus historias, se les aguaron los ojos o se les quebró la voz. También había silencios, quizá, porque evitaban relatos sobre situaciones dolorosas o vergonzosas que más adelante pude conocer en otras entrevistas con ellos mismos o con otros miembros de sus familias.

      Esto me llevó a cuestionarme una y otra vez algo que me resulta paradójico: ¿por qué conservar una fotografía que contiene recuerdos dolorosos? En el fondo, me estaba preguntando sobre la ambivalencia del sufrimiento. Por un lado, lo entendía como algo negativo que se debería evitar. Pero, por el otro, constataba la capacidad del sufrimiento para moldear a las personas y generar lazos sociales.

      Viendo el sufrimiento desde la perspectiva del daño (producido o recibido), me parecía lógico que se quisiera evitar o acabar con él, pues ¿quién quiere recordar constantemente que fue víctima de ofensas, de exclusión social o familiar?, ¿quién quiere revivir que fue humillado por sus familiares o por personas cercanas de quienes espera apoyo y comprensión? Tampoco entendía por qué convivir con el resentimiento, la decepción y la amargura que producen los agravios. Entonces volvía a la pregunta: ¿por qué guardar algo que recuerda el daño vivido?, ¿es una forma de perpetuar el sufrimiento?, ¿podría ser esto como “hurgar en la herida” o una forma de victimizarse? Pienso que son muchas las respuestas que pueden encontrarse: depende de la persona, de su forma de enfrentar el sufrimiento, de su capacidad de adaptación ante situaciones adversas o para reflexionar sobre su pasado o sus decisiones.

      También fui entendiendo las respuestas de las personas ante el sufrimiento. Frente a las dificultades hay formas de reaccionar que demuestran que las personas no son pasivas. En este sentido, las fotografías me sirvieron de herramientas para comprender la vivencia del sufrimiento y las respuestas ante él. En algunos casos, ante el sufrimiento las personas desarrollan la capacidad de resiliencia, resistencia o la fortaleza para salir adelante, así como la solidaridad con otras en condiciones de vulnerabilidad que no necesariamente son cercanas.

      No obstante, como cualquier metodología, esta también tiene limitaciones e implica ciertos retos metodológicos. Uno de los retos de trabajar con fotografías es que tienden a generar confusión entre el pasado y el presente. Por un lado, las fotografías permiten “devolverse al pasado”: a un “pasado específico” que corresponde al momento concreto cuando se tomó la fotografía y a un “pasado más general”, que corresponde al contexto en el que se tomó la fotografía, como la situación por la que estaba pasando la familia. Por otro lado, la “lectura” (y la consecuente narración) de la fotografía tiene una dimensión necesariamente retrospectiva, se hace desde el presente mirando al pasado. Las interpretaciones que se hacen de las fotografías reflejan una mirada actual. Siendo la fotografía un documento contemporáneo de los hechos sucedidos hace algún tiempo, permite reflexionar sobre esa distancia (entre el presente y el pasado) en presencia de la imagen. El “contenido” de la fotografía nunca es obvio, lo que se puede decir de ella no se encuentra solo en la fotografía misma, sino también en quien la mira. Las fotografías necesitan ir acompañadas de los relatos para transmitir la profundidad de significados que contienen. Ahora bien, quien lee una fotografía siempre está ubicado en el “presente”.

      Durante la investigación, las personas contaban con espontaneidad lo que se les venía a la mente cuando veían sus fotografías y su relato nunca se limitaba a una descripción sencilla de lo que estábamos viendo. Sugerían interpretaciones de cómo esas experiencias pasadas los habían marcado y de cómo los habían llevado a tomar decisiones que determinaron su situación actual. Explicitaban también sus sentimientos retrospectivos en relación con esos recuerdos. No se trataba tanto de describir una imagen, sino de narrar sus vidas apoyándose en las fotografías (las cuales, por lo general, habían sido tomadas con el deseo de ser conservadas para poder volver a esos momentos “importantes”).

      Lo que muestran las fotografías son hechos que quedaron en el pasado, que en sí no cambian, aunque en los relatos puedan variar y la fotografía pueda constituirse en una “falsa prueba”. Las fotografías están ligadas a la expresión de interpretaciones y sentimientos, pero, tanto unos como otros, están asociados al momento en que fueron tomadas y las fotografías ayudan a revivirlos; pero también hay interpretaciones y sentimientos retrospectivos que surgen en el momento de verlas de nuevo, que pueden ser los mismos del pasado o diferentes. Las emociones que suscitan las imágenes familiares van mucho más allá de lo que se puede ver y sus interpretaciones pueden resultar muy distintas. Se trata de una tensión heurística, en la cual no siempre es posible separar de manera definitiva las experiencias y sus interpretaciones.

      Por eso, trabajar con fotografías es asumir el riesgo del anacronismo, en especial cuando se vuelve sobre historias lejanas en el tiempo, además, ellas están sujetas a la fragilidad de la memoria o a la subjetividad de las emociones. Esto constituye una importante limitación metodológica, pues al trabajar con la memoria y las historias de vida, se corre el riesgo de la ilusión biográfica (Bourdieu, 1989): una mirada retrospectiva que procura darles sentido a los hechos del pasado y analizarlos con elementos del presente; pero, al aplicarlos a ese pasado específico, pueden resultar anacrónicos. En ese proceso, quien relata su vida escoge hechos significativos, que va hilando entre sí con el propósito de dar coherencia y sentido a la propia vida. Necesariamente, en los relatos hay idas y vueltas entre el presente y el pasado: es, por ejemplo, el adulto que habla de sí mismo cuando era niño, luego de años de reflexión sobre su vida y no el niño que explica su vivencia con su visión de niño.

      Sin embargo, que no se pueda evitar del todo el riesgo del anacronismo y de la ilusión retrospectiva (inherente, en realidad, a todo trabajo histórico) no implica un trabajo menos interesante; al contrario, este reto se convierte en un motor de problematización, reflexión permanente y prudencia interpretativa. Para aprovechar estos sesgos y transformarlos en herramientas para la construcción de conocimientos, he concentrado la redacción de los relatos en las prácticas, pues tienen menos riesgo de etnocentrismo y anacronismo que los relatos sobre interpretaciones. No, por eso, he dejado de lado los relatos de interpretaciones, sino que he procurado contar que se trata de juicios de los entrevistados, especificando el momento en que los hicieron: cuando sucedieron o posteriormente.

      Otro reto importante es la dimensión “interaccionista” de las fotografías. Al ver las imágenes, apreciamos unas interacciones “visibles”, pero detrás de estas hay


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