In memoriam. Niño de Elche
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Primera edición: noviembre de 2020
Primera edición digital: marzo de 2021
© De los textos: Francisco Contreras Molina, 2020
© De esta edición:
Hurtado & Ortega Editores
Imágenes de la faja y del interior: Ángela Martín-Retortillo
Diseño de colección: Silvio García Aguirre
Corrección: Guillermo Pérez
eisbn: 978-84-122832-2-8
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Todo está escrito in memoriam.
Aforismos, Ramón Andrés
Un secreto es como el oro. Lo que es bonito en el oro es que brilla. Para que brille, no se lo puede dejar en un bolsillo, hay que sacarlo a la luz. Un secreto es algo parecido. Si uno es el único que lo ve, no es nada. Hace falta decirlo para que se convierta en secreto.
Geai, Christian Bobin
¡Atrás, vosotros también!, gentes de buena memoria. Sabed que siento un especial placer en no recordar fechas exactas.
Boire à la source, Supervielle
La posesión es la institución emblemática del retorno: en África, como en América, quien ha sido poseído, siguiendo diversas fórmulas rituales, por un espíritu, un ancestro o un dios, debe olvidar ese episodio en cuanto ha finalizado. La presencia de otro en él, o de otro él mismo, se borra entonces de su conciencia, pero los demás, quienes le rodean, han sido testimonios de esta posesión y a veces destinatarios del mensaje que la fuerza poseedora entregaba por boca de su poseído.
Las formas del olvido, Marc Augé
Las primeras uñas
Mi padre me cortó las uñas detrás de una puerta para que saliera cantaor. Cuenta la tradición que el primer corte de uñas que se le debe hacer a una criatura recién nacida con el deseo de que desarrolle buenas dotes para el cante ha de realizarse detrás de una puerta a la vez que se entona una bonita canción. También se piensa que ese primer corte de pezuñas detrás de una puerta servirá para que el retoño tenga suerte en la vida. Por el contrario, y según una antigua costumbre de los judíos ashkenazíes, no es recomendable cortarlas de forma secuencial, ya que esto puede ocasionar males como el olvido, la pobreza y la muerte prematura del hijo. Otras teorías señalan que este rito hará del niño un mañoso ladrón con problemas de crecimiento. La tradición dota a los humanos de un conocimiento popular que les hace reconocer qué día es el mejor para seccionar las garras del animalito. Muchas de las leyendas nos hablan del lunes como el día propicio para que el pequeño no sufra de cefalea o migraña. Entre los flamencos existe la costumbre de que finalizado el corte de uñas, se introduzcan las manos del bebé en una copa de vino tinto, de la cual beben todos los allí congregados, para después celebrar entre cantes, bailes y comida su bienvenida al mundo seco. Probablemente dicha superstición sea tan antigua que se remonte a los mismísimos Adán y Eva, de los que se decía que estaban originalmente cubiertos por una delgada “armadura”, similar a una uña, en lugar de por piel. En ese desprendimiento de la coraza se puede encontrar la razón de la liberación a través del cantar. Por eso mi padre me cortó las uñas detrás de una puerta. Por eso canto.
Ea
La primera nana que escuché fue la canción de cabecera de los dibujos animados infantiles titulados Marco. Mi madre tenía la costumbre de susurrármela al oído mientras me acunaba en su pecho para calmarme, ya que era demasiado grande y pesado como para dejarme dormir en su regazo. La entonación de mi madre me emocionaba y, desde el primer instante, empezó a fraguar en mí el sentido melancólico como forma de relacionarme con el mundo. La profunda angustia de no encontrar a una madre es parecida a la de quien busca sin éxito su voz en el universo del arte, o a la de quien sabe que no es escuchado por su Dios. De ella aprendí que una nana debe cantarse siempre en voz baja, pianísimo que dirían los clásicos, y no chillando, que es como la suelen cantar los flamencos.
Pese a no haber leído la conferencia sobre nanas o canciones de cuna de Federico García Lorca, mi madre, antes de entonar la melodía con cualquier letra que se inventaba, me daba una galleta o un trozo de bizcocho. Y es que ya nos enseñó el poeta granaíno que en la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la historia. Al finalizar el ritual mariano, todo en la habitación eran sollozos de paz. ¿Un regalo para ella o para mí? Aquí el significado no se encarna en palabras, sino en arrullos y melodías inventadas con un suave aliento a modo de somnífero. Yo, como todo niño, ser inacabado, fui componiéndome de esa forma de improvisar ante una situación que demanda atención, cuidado y, sobre todo, escucha. Que viene el coco o el duende y te comerá, dice la letra popular. ¿Quién puede negar que mi vínculo con el flamenco no está influenciado también por mi madre y no sólo por las corrientes estéticas del flamenco de turno que tanto gustan a los periodistas musicales? Pues eso, que viene el duende y te comerá.
Frío vacacional
Mi padre nos llevó a mis hermanos y a mí a presenciar un concurso de cante flamenco que se celebraba en el campo de fútbol de Montejícar, el pueblo en el que veraneábamos, en la provincia de Granada. En esta posesión intuyo a un cantaor al fondo de la imagen desgañitándose en mitad del frío ensordecedor de la madrugada. No aguanté la envestida del temporal y mis hermanos me llevaron a casa de mi abuelo, aunque mi padre se quedó allí para ver qué gallo ganaba.
Las noches en aquel pueblo siempre eran frías, pero aquella noche del cante flamenco lo fue de manera excepcional. No había techo, el micro no funcionaba correctamente, ni siquiera los guitarristas podían tocar por tener las manos heladas. El flamenco de pueblo aturde las manos y otros miembros.
Siento que aquella noche silbaba el viento de la devastación, porque cuando el aire sopla con fuerza los sonidos no reverberan, no se obtiene eco alguno. Ni los olés de los aficionados allí presentes encontraban pared con la que toparse en aquel desangelado campo de fútbol de tierra para resonar en los corazones de los participantes.
Mis primeros contactos con el flamenco las recuerdo siempre entre el frío. Ese frío constante del cuerpo de un viejo. Después vendrían muchos cantes que me condujeron a una cámara frigorífica, otros que me dejaron literalmente helado. Así debía entonar los cantes, congelados en el tiempo.
Mis gritos de hoy provienen de ese paseíllo al escenario del crimen, como un cerdo que intuye que su sagrado sacrificio conlleva la muerte. Con el paso del tiempo pude cambiar el venir de una pena por el andar hacia una liberación. Hacer de una muerte una exención. Ahí está el milagro del arte. Por eso todos mis pasos se dieron en caliente, nunca en frío.
Buena compañía
El coche era nuestra discoteca familiar. Subirse a él para emprender un trayecto, por corto que fuera, suponía el momento idóneo para disfrutar de aquellas casetes que la gustosa vagancia del hogar no nos invitaba a escuchar. La guantera de aquel Seat 131 de color gris, que como todo lo que compraba mi padre era de segunda mano, estaba siempre llena de nuevas adquisiciones musicales que encontrábamos en las muchas gasolineras en las que parábamos a repostar. Ir de viaje al pueblo y parar en una venta llamada El Puntal, situada entre Darro y Montejícar, donde se comía una carne a la brasa que nos reconciliaba con la miseria del pasado, llevaba implícito comprar varias de aquellas cintas. El criterio a seguir en nuestra búsqueda enfervorecida se basaba en encontrar las palabras clave: rumba, tangos, bulerías o fandangos, inscritas en algunas de las portadas a modo de anuncio publicitario, aunque en muchas ocasiones el anuncio no se ajustaba a los estilos contenidos. Nombres como los del Paquiro, el Zingaro o el Junco, con sus icónicas canciones, se convirtieron en compañeros habituales en aquellos interminables trayectos. Grupos como Sombra y Luz, Bordón-4 o Casta se alternaban entre los innumerables fandangos de Huelva del Cabrero,