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miedo de que me doliera la primera vez, recordaba las palabras de mis compañeras que decían que habían sangrado, pero que igual era rico, y empecé a imaginarlas con sus pololos; no podía creer que ahora estuviéramos haciéndolo.
Me gustó sentirte adentro, era como si estuvieras unido a mí desde las entrañas de mi ser. Empezaste a moverte más rápido y te dije que siguieras, pero lo hacías más fuerte, ya no me preguntabas. Ahora te confieso que me dolió un poquito, porque había perdido excitación, no estimulabas mi clítoris y yo tampoco. Acabaste, te echaste pa’trás y te quedaste dormido. Mientras te hacía cariño y miraba tu pelito largo y tus labios gruesos, comprendí que te amaba y, en un acto performativo, te nombré mi príncipe.
Después de esa primera vez, nos pusimos a culiar a cada rato y en cualquier parte, era incontrolable, al rato sentíamos culpa y nos íbamos a confesar. Una vez nos pilló mi mamá, pero no nos dijo nada, ¿te acuerdas? porque justo ese día había ganado Ricardo Lagos y andaba celebrando. Otro día fuimos a andar en bicicleta a la Reina Sur y descansamos un rato en Las Lechugas. Apenas nos mirábamos con esa complicidad, nos daban ataques de risa y calentura, y nos besábamos como si el mundo se fuera a acabar, entre los surcos, llenos de tierra.
Otra vez, fuimos a un retiro a la capilla de Santa Filomena. Mientras los chiquillos hacían la oración final, preparamos la once y empezamos a acariciarnos bromeando con las manos como cuando se tocan las paltas para saber si están maduras. Ahora que escribo esto, me parecen locuras totalmente normales que se hacen durante la adolescencia cuando empiezas a conocer el amor y el sexo, pero somos un país tan cartucho.
A veces usábamos condón y otras no. Iba a tomar pastillas, pero no me dejaste, porque tenías profundos conflictos morales en aceptar que nuestra vida sexual ya había comenzado. Recordábamos al cura de la caminata de Los Andes: si no podíamos aguantarnos, teníamos que hacer el amor como dios manda y aceptar su voluntad.
Seguimos creciendo de manera conjunta y, al mismo tiempo, cambiando; yo había empezado a estudiar en la universidad y tú a trabajar. Los fines de semanas ya no los pasábamos juntos: tú seguías en las actividades de tu grupo de acción social, mientras yo iba a un grupo feminista. Los horarios no encajaban y empezamos a discutir; te pedía que pasaras más tiempo conmigo, pero decías que no te paqueara. A veces terminábamos y me daban ataques de llanto, entonces llamaba a la Mary o al Feo y me consolaban. Al cabo de unos días, volvíamos y prometíamos que estaríamos juntos for ever. Así estuvimos varios años, hasta que me gané la beca.
Al principio fue bueno. Por un tiempo volvimos a amarnos como dos adolescentes, y contábamos los días que faltaban para mi partida. Ya me había ido de Colina, arrendaba un departamento en el centro de Santiago, así es que te quedabas a dormir conmigo. A veces discutíamos, cada vez más heavy, incluso con garabatos. Nunca antes había pasado algo así. Después te extrañaba por adelantado y volvíamos a juntarnos.
Siento que todavía te amo. Cuando pienso que no tendré tus abrazos por tanto tiempo, me pongo triste. Extraño que me hables de tu revolución, extraño tu voz grave que ahora vuelve a mis oídos como una caricia tardía. Deseo tocar tu pelito que he visto crecer durante años. Añoro tu cuerpo pegado al mío y poder amarte, mirándote a los ojos y que me digas que vamos a estar así, for ever.
El cuerpo es tan importante. Me siento unida a ti y tu cuerpo, eres un cuerpo en resistencia, al unísono, con tu alma, en conexión, y tu mente en movimiento, tú eres mi lucha social, mi amor es un panfleto. Digo que estoy lejos de ti, pero en realidad estoy lejos de tu cuerpo, porque seguimos unidos. Quisiera algún día estar tranquila y descansar junto a ti. ¿Cuándo llegará esa tranquilidad? ¿Tiene que haber esta distancia corporal para que llegue? A veces siento que no me vas a perdonar, aunque dices respetar mis decisiones. La culpa que siento es como un saco de arena que está arriba de mi cabeza y va a caer en cualquier momento, tú tienes el control remoto para hacer que caiga.
¿Experimentas algo parecido?
¿Te sientes abandonado, porque mi cuerpo no está en Chile? ¿Quién abandonó a quién?
Cuando abro el correo y no tengo respuestas de tu parte, siento que me has abandonado.
23 de octubre de 2005/Carpeta: Chat
Ivana: Hola.
—Que te ves rico en esa foto.
—Ahí estoy en la casa nueva.
—Es grande para dos personas.
—Vivo con un compañero de piso.
—Un amigo de la beca.
—Chileno.
—En realidad, es mapuche.
—Es viejo.
—Queda leeeeejos.
—San Cugat del Vallès, es como vivir en Colina, pero con otras condiciones, por supuesto.
—Como a 40 minutos de Barcelona, en tren, pero a 20 minutos de la universidad.
—Lo del mail son ataos míos, tú sabes cómo soy.
—Pero, Luchito, ¿prefieres que no te cuente nada?
—Entonces voy a tener que hacer una llamada internacional cuando quiera hablar contigo.
—Pucha.
—Basta con que digas “tranquila, todo va a estar bien”.
—No, no sientas eso.
—Es justamente lo contrario, me haces bien.
—Quiero contarte mis rollos.
—Escuchar y acogerme.
—Pero recuerda que la última vez que volvimos, al principio, tú estabas pololeando y no te dije nada, después terminaste.
—Todo el mail habla de mí, no sobre lo que tú hiciste o no hiciste.
—Oye, he pensado que quizás podrías venir a Barcelona.
—Para las vacaciones.
—¿Febrero?
—Yo te invito, podría pagarte el pasaje.
—Quiero verte, te echo de menos.
—¿Podría ser en febrero?
—Ya po’, te vení’ hasta Madrid y te voy a buscar.
—Conocemos Madrid y después nos venimos a Barcelona.
—Pero ¿por qué no?
—Si están súper baratos en Air Madrid.
—Que no sea por la plata.
—¿Te gustaría venir a Barcelona? Tendría que haber empezado con esa pregunta.
—¿Para las fiestas?
—Entonces cancelo el viaje a Suiza.
—Pero me tienes que asegurar, porque mañana debo darle una respuesta a mi amiga.
—En enero también estaría bien; voy a ver la página de Air Madrid.
—¿Como el 20 de enero, más o menos?
—No te preocupes, se puede reservar y, posteriormente, cambiar la fecha.
—¡Qué bien!
—Si tienes visto un trabajo, entonces mejor esperemos.
—¿Sabes?, hay harta gente de Chile acá, sin beca, sin nada, lanzados a la vida. Como te contaba, se puede vivir reciclando, trabajando, no sé, es distinto, la gente anda con otra disposición.
—Pienso en que podríamos habernos venido juntos. Especialmente ahora que conocí a la Pilar, una mujer chilena, que se vino así, a la vida, con un préstamo para estudiar y está buscando trabajo. Ella lleva un año de pololeo y el mino se va a venir en diciembre.
—Si algo sale mal, cualquiera puede rehacer su vida. Esa flexibilidad me impresionó, no me lo había planteado así, la gente de aquí es más relajada.