¡Llévame contigo a Afganistán!. Lorenzo Chaparro

¡Llévame contigo a Afganistán! - Lorenzo Chaparro


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el pianista.

      —No fastidies, Miriam —dijo Morgan, con los ojos como platos—. ¿De verdad te estás tirando al sordomudo?

      La mujer asintió moviendo la cabeza afirmativamente.

      —¿Todos los lunes?

      —Sí, aprovechando que se va el padre Murray a ver a su madre a Silver City.

      —¿Y desde cuándo?

      —¿Qué más da eso?

      —Pero Miriam, si es un crío…

      —Bueno, no tan crío. Hoy cumple diecisiete años.

      —Ah, o sea, que hoy es su cumpleaños… Ahora comprendo. Y por ese motivo le regalaste el jamón.

      —Así es. Por eso te digo que, aunque no le vi salir porque ya me había ido, sé que él no llevaba la Virgen de la Manzana, sino el jamón que yo le regalé. ¿Comprendes?

      —¿Y cómo es que el sacristán…?

      —Supongo que nada más levantarse, al salir de la sacristía, debió de ver que Jimmy llevaba algo oculto en la chaqueta y por ese motivo creyó que era la Virgen. No se me ocurre otra explicación.

      —Bueno, y entonces, ¿dónde está la Virgen?

      —¿Y yo qué coño sé? Subida a un árbol, imagino. ¿A mí qué me cuentas?

      —¿Y por qué no vas y lo dices?

      —Joder, Morgan, pareces tonto. Si voy y lo digo, descubro que Jimmy y yo follamos los lunes en la iglesia.

      —¡Virgen santa! —exclamó el gordo santiguándose—. ¿Cómo es posible, Miriam? Por amor de Dios…

      —Mira, no te hagas el beato ahora, ¿vale?

      —Miriam, por favor, en una iglesia… ¿Dónde se ha visto eso?

      —¿Y dónde quieres que lo hagamos?

      —Pues no lo sé, pero… ¿Y cómo es que Charlie no se entera?

      —Ese duerme como un bendito en la sacristía. Hasta se le oye roncar. Aparte de eso, los lunes se levanta tarde aprovechando que no está el padre Murray, así que…

      —No lo entiendo. Forzosamente os tiene que oír por muy poco ruido que hagáis.

      —Es que no lo hacemos allí.

      —Entonces, ¿dónde…?

      —A ti te lo voy a decir… Venga, lléname el vaso.

      —Miriam, de verdad que me dejas de piedra… —dijo el gordo volviendo a servir a la mujer—. ¿Qué tiene ese crío para…?

      Miriam vació de un golpe el vaso, y sin decir nada puso la palma de una mano frente a la otra, a una distancia que hizo abrir los ojos de Morgan al máximo.

      —Por Dios bendito… ¿Tanto? ¿En serio?

      —En serio, cariño.

      —¡Qué barbaridad! Entonces cuando cumpla veinte…

      —Ya te digo…

      En ese preciso instante irrumpió en el saloon Richard, que se dirigió sin más a la mujer.

      —Miriam, el sheriff quiere que vayas —dijo señalando con el pulgar hacia el exterior.

      —¿Por qué? —preguntó ella sin inmutarse.

      —Pues porque nadie entiende al sordomudo y te necesita para hablar con él y sonsacarle dónde tiene a nuestra patrona.

      —Él no tiene a la Virgen.

      —Pero el sacristán…

      —El sacristán es gilipollas y no ve tres en un burro.

      —A ver, Miriam, cielo… La Virgen ha desaparecido y te juro que el domingo en misa yo la vi. Y si ahora no está en su sitio y el sacristán dice que le sorprendió saliendo con ella oculta en la chaqueta… Pues no sé… Todo encaja, ¿no? ¿Qué más pruebas quieres?

      —Paparruchas. El chico no ha sido.

      —Entonces, ¿quién la ha robado? —intervino Morgan.

      —No lo sé. No tengo ni idea. Lo único que puedo afirmar es que Jimmy no fue.

      —Bueno, ¿qué pasa? ¿Vienes o no? Porque el sheriff te está esperando y la gente anda muy revolucionada. Con razón, por cierto.

      —¡Joder, estoy hasta el coño de este pueblo de beatos! —escupió con rabia la mujer.

      —Miriam, por Dios… Desde luego…

      —Será mejor que vayas, Miriam —terció Morgan—. McGregor tiene un pronto que… Es mejor que no le hagas enfadar. Y, por otro lado, si el crío no ha sido, más vale que lo cuentes todo porque de lo contrario igual lo linchan.

      —Vale, vale, iré. Ponme el último trago.

      —Puedes estar segura de que es el último. Hoy no te sirvo más.

      —¡Mierda de pueblo! —exclamó la mujer vaciando el contenido de golpe, para dirigirse a continuación hacia a la salida.

      —¿Qué tienes que contar, Miriam? —preguntó Richard siguiéndola.

      —A ti te lo voy a decir —respondió ella empujando con ímpetu las puertas, que golpearon en el retorno al pianista.

      —Por Dios, Miriam… Anda que…

      A las puertas de la prisión, McGregor acababa de revelar algo tan sorprendente, que todos los que se encontraban allí comenzaron de inmediato a hablar de forma atropellada, produciéndose un alboroto que iba en aumento.

      «No es posible»… «No me lo puedo creer, es el demonio en persona»… «Dios mío, a mí me va a dar algo»… «Es absolutamente intolerable»… «Esto no puede quedar así»… «Hay que entrar y lincharle».

      De nuevo, el sheriff McGregor disparó al aire haciéndoles callar en el acto.

      —¡Aquí no va a entrar nadie mientras yo sea el sheriff! —gritó mirándolos con desafío—. Jimmy necesita un juicio y un jurado que le condene. Nadie le va a linchar. ¿Entendido?

      —¿Y qué más pruebas quieres? —preguntó Johnny desde lo alto del barril—. Acabas de decir que donde vive el sordomudo no hay ni rastro de la Virgen, y en su lugar habéis encontrado un jamón.

      —¡Ha cambiado a la Virgen por un jamón! —gritó con dramatismo la mujer del veterinario, para desmayarse a continuación en brazos de su marido.

      Y cuando, como de costumbre, se iban a iniciar los consabidos murmullos, McGregor volvió a disparar al aire.

      —¡Callaos de una vez! —vociferó.

      —Ahí vienen Miriam y Richard —gritó en ese momento alguien.

      Efectivamente, caminando sin prisas, entre otras cosas para no levantar polvo, los dos aludidos se dirigían hacia donde se encontraban todos. Miriam avanzaba muy erguida, con pasos casi masculinos. Y detrás de ella, Richard caminaba de forma lánguida y con pasos casi… etéreos.

      Al llegar por fin los dos, se apartaron para que la mujer avanzase hasta donde estaba McGregor, y al poco rato se encontraba junto a él frente a una multitud silenciosa.

      —Hola, Miriam, gracias por venir —empezó a decir McGregor, al mismo tiempo que se quitaba el sombrero—. Supongo que ya te ha informado Richard de lo que pasa.

      —Sí, me lo ha dicho. Queréis que hable con Jimmy, ¿no es así?

      —Sí, eso es. Porque tú sabes el lenguaje de signos, ¿no?

      —Sí, sé el lenguaje de los signos.

      —Muy bien. Pues, por favor, habla con


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