Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray

Rodolfo Walsh en Cuba - Enrique Arrosagaray


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trabajo es en primer lugar, un humilde homenaje a Rodolfo Walsh. Al Walsh verdadero, al vivo, al de carne y hueso. Al que escribía porque le apasionaba. Al que puteaba, al que intentaba crear línea política. Al que polemizaba sin pausa. Al que se diver­tía. Al que alguna vez, aunque sea alguna vez, lloró tratando de contar cómo era un personaje -es decir, un hombre- a solas contra el papel. Este trabajo no está dedicado al estereotipo de Walsh. Es, al mismo tiempo, ganas de estar cerca de él.

      En segundo lugar, informo que este trabajo está construido a partir de algo más de cuarenta entrevistas con las veinticinco per­sonas que enumeramos, entrevistas realizadas en Buenos Aires y principalmente en La Habana, Cuba. Entrevistamos además a un puñado de personas que nos pidieron no aparecer citadas, las me­nos. Están incluidas acá unas cuantas horas de trabajo de archivo y de lectura, más de cuarenta horas de avión y otras muchas ho­ras de colectivo, y dos años y medio de perseverancia y paciencia.

      Es indispensable que le pida al lector que tenga presente unas pocas cosas antes de encarar la lectura.

      Primero, que todas las entrevistas fueron individuales aunque aquí aparezcan mezcladas. El criterio aplicado para fragmentar­las y luego reunirlas, fue el temático.

      Segundo, el tema central es Rodolfo Walsh en Cuba duran­te los primeros dos años de la revolución, por lo tanto el resto de los temas que aparecen, no tienen otra intención que poner algu­nos antecedentes y dibujar el marco necesario para ello. De he­cho muchos temas acá aparecen como secundarios pero sólo para este trabajo, aunque no lo hayan sido desde el punto de vista his­tórico y político.

      Tercero, decidimos dedicar espacio generoso a algunos hom­bres y a algunos hechos. Lo creímos necesario porque es útil saber, aunque abreviadamente, quién es cada uno de los que hablan de Walsh. Cómo no contar, por ejemplo, algunos datos que nos per­mitan saber quién es Gabriel Molina o Ricardo Sáenz o Joaquín Oramas; se podría escribir un libro sobre cada uno de ellos aun­que en algunos casos ya están escritos. Cómo hablar de Walsh en la Agencia Prensa Latina sin decir algunas cosas propias de la agencia. O de las visitas del Che Guevara a la agencia. Cómo no hacer algunas referencias a las polémicas políticas de la época dentro y fuera de la agencia, dentro y fuera de Cuba. Cómo ha­blar de Walsh en Prensa Latina sin hablar de quien lo convocó y que al mismo tiempo fue su jefe, Jorge Ricardo Masetti. Cómo no invitar a hablar a algunos amigos de Walsh que guardan de él buenos y malos recuerdos, valorando o reprochándole aún hoy algunas conductas.

      Hay entrevistas y respuestas que hubieran motivado de mi par­te, comentarios, aclaraciones y opiniones, pero decidí en casi todos los casos morderme la lengua y no interferir entre el entrevistado y el lector, a pesar de nuestra salud hepática.

      No están entrevistados en este trabajo todos los hombres que tuvieron que ver con Walsh en Cuba, pero creemos que están los principales. Tampoco hemos conversado con todos sus amigos de la etapa inmediatamente previa a su viaje. Hay algunos, valiosos. No pretende este trabajo contar toda esta historia sino por el con­trario, ayudar a abrirla.

      Cité lo menos posible los textos de Walsh. Su obra está allí al alcance de la mano y de los ojos de cualquiera. Tampoco traté de citar obras de otros investigadores. No quise hacer un libro en base a la lectura y relectura de otros libros. Tal vez lo debería ha­ber hecho un poco más y me hubiera equivocado menos. Pero fue una decisión consciente con riesgo incluido.

      Fui muy avaro en contar más sobre la revolución cubana, pro­ceso extremadamente interesante. Los lectores, sobre todo los más jóvenes, lo hubieran necesitado. Pero bueno, ya está. Para ayudar­me a tapar estos huecos, pido la complicidad del lector y entrego mi agradecimiento a todos aquellos que me prestaron sus horas y me regalaron sus recuerdos y sus opiniones.

      Un escueto agradecimiento a las tres personas que ayudaron con algún dinero a que pudiera enfrentar las complicaciones grandes que conlleva una investigación de este tipo. Un abrazo íntimo a quienes se sintieron cerca de mí a lo largo de estos años de inves­tigación y me lo dijeron.

      CAPÍTULO 1

      WHISKY, BOHEMIA Y TRABAJO

      Rodolfo Walsh se sentó frente a la máquina y comenzó a tipear, urgente pero sin desesperarse. Quería contar, describir:

      LA HABANA, 22 de octubre de 1959 (PL).- En el fastuoso hotel Habana Hilton los delegados norteamericanos que asisten a la con­vención de Agentes de Turismo se asomaron a las ventanas, en la tarde de ayer, para presenciar un curioso espectáculo: del aire caían nubes de papelitos blancos. Por la calle los transeúntes se detenían a recogerlos. Eran unas hojas blancas, mimeografiadas…, el bombardero B-25 de fabricación norteamericana, de cuyo vientre caía la lluvia de pape­les, sobrevolaba la ciudad sin ser molestado. En las esquinas los tran­seúntes lo señalaban con el dedo. Eran las seis de la tarde… Entonces comenzaron las explosiones y las ráfagas de ametralladora. El B-25 rastrillaba a baja altura las calles más concurridas de La Habana Vieja. Los inocuos papelitos se habían convertido en balas de calibre 35 y en granadas de fragmentación… Cuando terminó la operación había dos muertos (uno de ellos terriblemente destrozado), cincuenta heridos graves y un número indefinido de lesionados.

      Este texto -mucho más largo- penetraría en las teletipos de do­cenas de medios de prensa de todo el mundo. Llevaba el logotipo de “Prensa Latina”, flamante agencia de noticias de la Cuba de los barbudos. Algunos lo usaron en sus respectivas ediciones. Otros, es probable que la mayoría, lo tiraron a la basura.

      La diferencia era que ahora la metralla caía sobre miles de per­sonas indefensas. Era el primer ataque a La Habana y el tercero en el mes sobre suelo cubano. Un cuarto ataque ocurriría sólo dos días después, cuando el plomo aéreo calaría un tren en la provincia de Las Villas. Y un quinto ataque a las cuarenta y ocho horas, so­bre el ingenio azucarero Niágara, en la provincia de Pinar del Río.

      A Walsh le hubiera gustado empuñar una ametralladora anti­aérea en vez de una máquina de escribir. Pero hasta ese momento era sólo un escritor de cuentos y de artículos. Apenas había re­construido y parido una historia más larga, como la contada en Operación Masacre. Apenas se había sumergido hasta el cuello en la investigación sobre el asesinato del doctor Satanowsky ocurri­do el 13 de junio del 58, a lo largo de más de treinta artículos que publicó la revista Mayoría hasta enero del 59. Apenas eso. Walsh no era un combatiente, como lo sería años después. No tenía aún docenas o cientos de amigos y compañeros muertos o secuestrados a los que vengar, como le ocurriría para el fin de sus propios días.

      Además, Walsh tenía sólo 87 días en la Isla. Apenas empeza­ba a aprender qué estaba pasando en este paisito que sorprendía al mundo, incluso a los hombres más expertos en política inter­nacional. Incluso a aquellos que para sus análisis, tenían a su dis­posición todo el dinero que quisieran, todos los espías que se les antojaran y hasta la tecnología de punta más sofisticada para ver y oír allí en donde no llegan los oídos y los ojos de un hombre de carne y hueso.

      Su papel se resumía a accionar sobre el teclado.

      Sobre el teclado debía defender a la revolución cubana y estaba dispuesto a ello. ¿Que conocía de esta revolución? En realidad, casi nada. Ni dentro de las tropas revolucionarias había unidad teórica profunda. La había en lo central: contra la dictadura de Fulgencio Batista, y contra los yanquis hasta cierto punto. Walsh no conocía mucho más de lo que conocía todo el mundo. Y no tenía el espí­ritu revolucionario de los combatientes cubanos. No era cubano. No era marxista. Tenía una formación política de raíz conserva­dora y una actitud antiimperialista un tanto cándida. No cuestio­naba, por lo menos a fondo, al capitalismo.

      En la cabeza de Walsh, Cuba provocó una revolución. Una re­volución que lo arrasó.

      El


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