En defensa de Julián Besteiro, socialista. Andrés Saborit
colegisladores, las Diputaciones provinciales y los Ayuntamientos
Claro está que esto impone que haya un plazo para acabar, traer la cuestión al Parlamento y para que se discuta de una manera concreta, y ese plazo debe ser breve; pero nosotros no vamos a regatear días. Mas hay una condición esencial, sin la cual la desconfianza justificada de la opinión acompañaría a nuestros actos, y es que las Cortes estén abiertas mientras trabaje la Comisión. Mientras la Comisión no venga aquí con el resultado de su trabajo, se discuta y se tome acuerdo, las Cortes no pueden cerrarse. Para nosotros eso es lo más importante de todo. Cierto que hace mucho calor. Yo, profesionalmente, tengo el privilegio de las vacaciones, y lo sentiré mucho; pero ante una necesidad de esta naturaleza no se puede reparar en tan pequeño sacrificio. Espero que los demás señores diputados harán lo mismo. Si no lo hicieran, serían unos suicidas, porque, realmente, el porvenir de la democracia y del régimen parlamentario, y la relativa tranquilidad del país, dependen de eso.
En efecto, de eso dependieron. ¡Cuántos insensatos creerían exagerados esos pronósticos clarividentes! Por desgracia para España, por las consecuencias políticas que de ahí se derivaron, a lo largo de varios años, los vaticinios de Besteiro tuvieron trágica confirmación.
Se hundió la monarquía y vino la República. En el discurso presidencial del Parlamento constituyente, al tomar posesión de tan alto sitial, Besteiro no se hacía ilusiones. Estimuló al Gobierno y a los diputados a que no creyeran que España caminaba tranquilamente hacia un periodo paradisiaco, de paz y tranquilidad. Algunos de los que le escucharon siguieron opinando que, una vez más, estaba fuera de la realidad, como —decían, faltando a la verdad— lo había estado al no creer en la República. Besteiro creyó en la República desde el 13 de septiembre de 1923; en lo que no creía tanto era en los republicanos, que habían olvidado la Historia de España, sobre todo el periodo de 1873, con cuatro presidentes del Poder ejecutivo en once meses de régimen republicano… ¡Cuántas veces he leído a ciertos hombres que para el progreso de los pueblos es un estorbo el conocimiento del pasado!…
¿Era pesimista Besteiro? Un socialista que había tenido papel preponderante en la huelga general de agosto de 1917 no podía ser pesimista. Tenía fe en el socialismo. Dudaba de la preparación y del tacto político de ciertos hombres. Eso era todo. Y llegó la sesión del Congreso de los Diputados del día 14 de junio de 1934, con Besteiro en los bancos de la minoría socialista, sin presidirla oficialmente, aunque siendo su portavoz en los momentos cruciales por decisión de quienes le escogían forzados por su talento y su autoridad moral, obligados por las circunstancias, sin estar de acuerdo con sus pensamientos. Pero Besteiro lo sabía y no lo ocultaba. Habló aludiendo a los que dentro de su campo ponían ilusiones en un golpe de fuerza de las masas populares para instaurar una dictadura que terminara con el capitalismo. ¡Como si Besteiro no hubiera luchado desde el primer momento por ese ideal, preparando inteligentemente su triunfo, que no podía ser en España —ni fuera de España— obra de la improvisación y de la inconsciencia! Y habló aludiendo a otros sectores de la Cámara, monárquicos defensores de un régimen hitleriano y mussolinista, cuyas excelencias cantaban, He aquí un párrafo fundamental del discurso que pronunció en el Congreso de los Diputados el 14 de junio de 1934, frente a una mayoría de centro y derecha y con una minoría dispuesta a desencadenar, cuatro meses más tarde, un movimiento revolucionario de notoria apariencia dictatorial:
Y claro está, el peligro es este, no solamente para ellos, sino para todos: las masas, intranquilizadas, las masas, desesperadas, que no ven fácilmente la solución de su problema de conjunto, se hallan en una situación espiritual muy propicia para que cualquier hombre ingenuo, quizá de buena fe, o cualquier vividor de la política, les ofrezca una panacea para curar todos sus males, y se le entreguen, sobreviniendo una forma más o menos baja y depresiva de la dictadura (todas las formas de dictadura, para mí, son depresivas). Si en alguien de esta Cámara hay veleidades de considerar eso como un remedio, lo debe procurar evitar; porque en los pueblos fuertes, todavía el tránsito por una dictadura brutal puede ser un reactivo para nacer a una nueva vida; pero en los pueblos débiles un régimen de opresión, de fuerza, de apagamiento de las energías que no están muy despiertas, puede ocasionar, si no la muerte definitiva, un colapso de varios años, y en los momentos de gran transformación vital de toda la humanidad un retraso de unos años, en un país ya retrasado como España, puede ser condenarlo para una cantidad de tiempo, cuya dimensión no se puede prever, a una situación de servidumbre y de inferioridad verdaderamente lamentable.
Mayor clarividencia imposible encontrarla en ningún otro político español. Pero Besteiro no tuvo suerte con sus críticos, que solían criticarle… sin leerle y sin oírle. Estando ayunos de ciencia, se creían sabios indiscutibles. Besteiro hablaba pensando en la masa general del país, dentro de la cual estaba bien seguro de encontrar eco, como lo demostraban las votaciones que alcanzaba cada vez que había elecciones para diputados a Cortes, siempre en los primeros lugares. Quizá radicaba ahí la explicación de ciertos odios.
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