Bloggerfucker. Antonio González de Cosío

Bloggerfucker - Antonio González de Cosío


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más íntimos.

      Y así, con una energía sacada de las entrañas, Helena hizo una gloriosa presentación; vamos, que si el dueño de la editorial hubiera estado ahí, seguro hasta le daba el trabajo de Adolfo. Por los rostros de sus interlocutores, supo que lo había hecho bien, que podía llevar a un siguiente nivel a su publicación. Satisfecha, tomó asiento en la cabecera de la mesa para recibir feedback. Anita quiso hablar, pero de reojo miró a Adolfo y no se atrevió. Él, por su parte, miraba la pantalla de su laptop y tecleaba a toda velocidad. Helena había estado tan entregada a su presentación que no recordaba si había estado haciendo eso también mientras ella hablaba. Es un cabrón maleducado, pensó. Aquello era importante y para él era como si ella hubiera recitado una poesía a la bandera en la escuela primaria. Pasaron un par de minutos que se le hicieron horas y, por debajo de la mesa, comenzó a clavar sus uñas en la silla. Anita había sacado su teléfono. Por fin, con el último golpe teatral al teclado, Adolfo volvió de donde estaba.

      —Me parece muy interesante y bien aterrizada tu propuesta, Helena, pero creo que necesitamos más.

      —¿Más qué? —dijo Helena con una sorpresa que alcanzó niveles insospechados de rabia. Estas mezclas emocionales se le daban mucho cuando no dormía.

      —Más radicalismo, Helena. Más novedad. Necesitamos hacer una nueva revista. Los jefes dicen que Couture sólo la leen las abuelas ya. Y en cuanto se muera la última lectora, se llevará en el ataúd lo que quede de la revista.

      —¿Eso es lo que le has dicho a los jefes? Digo, porque sabes que eso es mentira y que nuestra lectora tiene un promedio de treinta años…

      —Ésas son las abuelas —dijo Adolfo—. Hoy día si no te leen los jóvenes, estás perdido. Y las niñas de diez años ya están interesadas en la moda. Por eso…

      —No sé si estás consciente del enorme insulto que acabas de proferir, Adolfo. Pero voy a pasarlo por alto porque en el fondo creo que a veces no eres consciente de lo que dices. Y si escuchaste la presentación, pienso bajar el nivel de edad de la revista para lectoras en sus veinte…

      —Los veinte siguen siendo gente mayor, Helena. No sabes cuánto me están presionando con este tema. Los de arriba creen que hay que ser más drásticos…

      El teléfono de Adolfo se iluminó como señal de que había recibido un WhatsApp. Presuroso, lo tomó y respondió. Helena lo miró ponerse de pie y levantar un poco la cortina de la ventana que daba al pasillo, buscando sabía Dios qué. Volvió a sentarse en su sitio y cerró su laptop, poniendo ambas manos empuñadas encima de ella. Helena lo miraba con atención tratando de leerlo. ¿Era la presentación o algo más? ¿Sería que sus jefes habían decidido ahora sí cerrar Couture? Un golpe en la puerta la puso aún más nerviosa. Quería que Adolfo le dijera ya qué estaba pasando.

      —¿Se puede? —dijo Mary Montoya, la directora de Recursos Humanos de la editorial, entrando a la sala de juntas… seguida por Claudine.

      Helena las miró y recordó el memo que había dejado listo el viernes. Con tantas cosas en que pensar no recordaba que hoy también tenía que ocuparse de despedir a Claudine.

      —Querida, no es el momento. Si me esperan tú y Claudia en mi oficina, ahora bajo para hablar con ustedes.

      Montoya la miró extrañada. No sabía de qué estaba hablando Helena.

      —Yo les pedí que vinieran —dijo Adolfo.

      Helena se puso de pie y con toda discreción se acercó a Adolfo para decirle en voz baja: “¿La quieres despedir ahora? Acabemos primero con el otro tema”. Pero Adolfo sólo le pidió que regresara a su lugar e invitó a sentarse a las recién llegadas.

      —Le pedí a las chicas que vinieran, Helena, porque los jefes me pidieron proponerte un proyecto.

      Helena quiso buscar los ojos de Anita, pero ella había girado su cuerpo por completo hacia Adolfo, dándole la espalda. Mary le desvió la mirada y a Claudine no quiso ni verla. No entendía nada. Era Adolfo el único que ahora la miraba de frente.

      —Ese cambio extremo que queremos darle a la revista, Helena, no creemos que puedas dárselo tú. O por lo menos, no tú sola. Necesitas una mentalidad joven, alguien que conozca nuevos diseñadores y que tenga una imagen muy fuerte en redes sociales…

      Helena no podía creer lo que estaba pasando. Quizás era aún la noche del sábado y seguía adormilada en el taxi por culpa de los litros de rioja.

      —Creemos todos que es un buen momento para que des un paso más hacia el backstage y que entrenes a Claudine para que sea la nueva directora de Couture.

      Helena se sentía helada, blanca y transparente. Un soplido podría tirarla.

      —Pero no sólo a ella —continuó Adolfo—, sino a todas las editoras jóvenes de AO. Serás como una mentora. Te ofrecemos continuar con tu sueldo seis meses más mientras las preparas… y bueno, ya después vemos dónde ponerte.

      —¿Dónde ponerme? —dijo Helena al fin tras unos momentos de silencio—. ¿Dónde ponerme? No soy un mueble, ni un traste ni las cenizas de tu madre para que busques dónde ponerme, Adolfo…

      —Helena, no te pases. Deja a mi madre fuera de esto.

      —Sí, está fuera, porque tú no tienes madre. ¿Me hiciste trabajar todo este fin de semana como una imbécil y sabías que de nada iba a servir porque igual me iban a echar? Si eso no es no tener madre, Adolfo, que baje Dios y lo vea.

      —Yo no sabía nada de esto. Lo supe el sábado, cuando me llamaron de urgencia los jefes…

      —Es que vieron mi foto con Beckham —dijo Claudine muy oronda.

      —Cállate, imbécil —le dijo Helena—. Tú te ibas ir a la calle hoy por inútil y ¿resulta que ahora tengo que entrenarte para ocupar mi lugar?

      Claudine ahogó en lo profundo la contestación que le vino a la cabeza y dejó que Adolfo hablara:

      —Helena, no es cosa mía. Tú sabes cómo te he apoyado siempre, pero arriba me piden ganancias. Y ellos creen que con el coaching adecuado, Claudine podrá ser…

      —Una idiota, pero con iniciativa. Eso es lo que va a ser. Y una bomba de tiempo para la revista y para ti. Mark my words…

      —La decisión está tomada, Helena, lo siento mucho. Este número que estás cerrando es el último tuyo, y el siguiente tiene que estar ya firmado por Claudine. Su entrenamiento comienza esta misma semana y, poco a poco, iremos planeando los siguientes coachings en la editorial. Helena —dijo mirándola con esos ojos verdes que otrora la sedujeron—: ésta es una promoción, deberías estar feliz. Tenemos mucha fe de que, bajo tu batuta, las directoras jóvenes podrán dar lo mejor de sí.

      —¿De qué manera es una promoción? A ver: me quitan la revista en la que he trabajado por casi dos décadas y me ponen de institutriz de taradas que sólo son buenas para tomarse selfies —dijo mientras todos miraban a Claudine, quien, para no variar, estaba absorta en el teléfono.

      —Pues es lo que hay, Helena. Son tiempos difíciles, de reinvención. Y lo lamento, pero sólo tenemos para ti la posición que te ofrezco. Necesito que me digas si estás interesada o no —dijo Adolfo con contundencia.

      Mary Montoya hurgó entre sus folders, quizá para corroborar que llevara los contratos que le habían pedido tener preparados. Anita se preguntaba en qué momento la habían metido a ella en esto, y Claudine estaba radiante. Era una venganza mejor que la del conde de Montecristo… en caso de que supiese quién era.

      Helena respiró profundo, tomó su iPad y su bolsa, y se puso de pie.

      —Pero no me tienes que responder ahora, puedo esperar hasta la hora de la comida —dijo Adolfo con nulo tacto.

      —No, no necesito esperar a la comida, Adolfo: tengo tu respuesta ya. Mira: preferiría morirme apuñalada tres veces seguidas antes que preparar a Claudia para quedarse en mi lugar. Así que toma tu promoción y métetela por el


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