La libertad, conquista del espíritu. Omraam Mikhaël Aïvanhov

La libertad, conquista del espíritu - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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le envía! La noción de libertad no está ligada al espacio, porque no es el espacio el que da la verdadera libertad. Da una cierta libertad; en el espacio tenemos libertad de acción, podemos movernos, desplazarnos, pero la verdadera libertad, ¡es otra cosa! La verdadera libertad es la conciencia de la eternidad.

      “La vida eterna está en conocerte a Ti, el único Dios verdadero...” ha dicho Jesús. Y, ¿de qué conocimiento se trata aquí? No se trata de ese conocimiento intelectual que poseen las personas que habiendo leído algunos libros dicen: “Yo conozco la cuestión...” El verdadero conocimiento es otra cosa: “Conocerte a Ti, el único Dios verdadero...” Esto significa no ser más que uno con El, estar identificado con El. Esta identificación, esta fusión, el hombre sólo la realizará con su espíritu, y sólo en ese preciso momento será libre.

      ¿Sentís ahora la veracidad de todo lo que acabo de deciros? Evidentemente si me escucháis con una actitud puramente intelectual y objetiva, puede ser que no sintáis nada y encontréis que mis palabras no corresponden a vuestros criterios. Si toda la cultura contemporánea os ha metido en la cabeza ideas que os impiden comprender no es culpa mía, pero intentad adoptar mi forma de ver y quedaréis maravillados. Diréis: “Ha comprendido la importancia de este cuadro. Quiero llevarlo conmigo, y donde quiera que vaya, en el tren, en el metro, en la consulta del dentista... ¡e incluso en los salones de belleza!, lo tendré presente...” Este cuadro puede ayudaros mucho, no le neguéis el valor que tiene.

      1 Ver tomo 13 de las Obras completas.

      2 Se le ha dedicado una publicación particular, así como un CD.

      3 Ver “El plexo solar y el corazón”, tomo 4 de las Obras completas.

      II

      LAS RELACIONES ENTRE EL ESPÍRITU Y EL CUERPO

      El hombre posee un espíritu de esencia divina que participa en todos los acontecimientos del universo. Pero como la materia de los órganos encargados de recibir los mensajes del espíritu no está suficientemente refinada ni es lo suficientemente sutil, muy pocos de esos mensajes llegan hasta su conciencia. Es por eso que, así como los alquimistas se cuidaban de la transformación de la materia, el hombre debe ocuparse de su cuerpo físico, debe purificarlo, espiritualizarlo y divinizarlo.

      Los alquimistas tenían razón al no ocuparse más que de transformar la materia. Nosotros también debemos trabajar en ese sentido, debemos dar a nuestro cuerpo físico alimentos y bebidas sanas, aire puro, rayos de sol, e incluso rodearlo de todo aquello que es bello: formas, colores, perfumes... Sí, ¿os sorprende? El espíritu no tiene necesidad de que vosotros os ocupéis de él, porque es omnisciente, todopoderoso y libre como Dios. Pero sí que debéis ocuparos de vuestra materia para transformarla, pues vuestro espíritu tendrá así más y más posibilidades de manifestarse en el plano físico.

      Pero ésta es una cuestión que no ha sido del todo comprendida, incluso por los espiritualistas. Muchos creen que es al espíritu al que es necesario purificar, ennoblecer, y por el contrario, descuidar el cuerpo físico, despreciarlo incluso. Como el espíritu se manifiesta por medio del cuerpo de una forma imperfecta, ellos piensan que es el espíritu el imperfecto y que debe ser desarrollado, reforzado, purificado. No, el espíritu es una chispa purísima salida de Dios y dotada de facultades infinitas; ahora bien, es necesario proporcionarle las condiciones favorables para que pueda manifestarse. Se da el caso de que ciertos seres, pensadores, artistas, místicos, entran en estados tan extraordinarios de inspiración, de iluminación, que llegan a palpar las realidades sublimes, pero cuando vuelven de estos estados, apenas comprenden lo que les ha pasado. Esto prueba que si mejoramos en el hombre sus capacidades de recepción, si le situamos en condiciones en que su espíritu pueda manifestarse mejor, nos daremos cuenta de sus posibilidades inauditas.

      Consideremos el ejemplo de un hombre que es mentalmente retrasado o enfermo; su espíritu no está retrasado ni enfermo, pero sí lo está el órgano a través del cual su espíritu debe manifestarse, el cerebro, que sufre algunas anomalías. Es exactamente como un virtuoso al cual le diéramos un piano desafinado. Haga lo que haga, y a pesar de su buena voluntad o de su virtuosismo, no conseguirá más que sonidos espantosos. No es el virtuoso el culpable, sino el piano. El cerebro por medio del cual el espíritu debe manifestarse, es exactamente como el piano que debe tocar el virtuoso. Ya veis entonces, cuál es el estado de la materia de los distintos cuerpos (físico, astral y mental). El hombre debe trabajar para purificarla, de lo contrario el espíritu no llegará a transmitirle parte de sus poderes. El espíritu es una chispa divina, y todos los poderes, todo el saber del Señor, están contenidos en su quintaesencia; sólo es necesario darle el instrumento conveniente. Y el cuerpo físico es justamente uno de los instrumentos que Dios ha dado al hombre, un instrumento de una extraordinaria riqueza, construido con una sabiduría indescriptible. Y he aquí que algunos han despreciado y rechazado el cuerpo físico porque es material, mientras que el espíritu, ¿comprendéis?, el espíritu es noble, divino...

      Vosotros me diréis, seguramente, que en la actualidad los humanos han comprendido la importancia del cuerpo físico. Sí, pero no en el sentido correcto; se ocupan del cuerpo físico para darle la alimentación, la higiene, el confort, los placeres sensuales, para que sea seductor, atractivo, pero no para que se convierta en un instrumento del espíritu. Está escrito en los Evangelios: “Sois los templos de Dios vivo...” Ahora bien, ¿es el espíritu o el cuerpo el templo de Dios? El espíritu no puede ser el templo puesto que es inmaterial; el espíritu es el oficiante, aquél que hace la ceremonia. Está claro que el templo es el cuerpo físico, pero eso no ha sido aún bien comprendido. ¡Cuántas cosas escritas en los Evangelios necesitan aún aclaración!

      El espíritu es Hijo de Dios, es un principio inmortal, ¿qué podríamos nosotros añadirle? Por tanto, es en el cuerpo físico donde está nuestro trabajo. Nuestros problemas, nuestras dificultades, nuestros sufrimientos, están en el cuerpo físico. Es necesario volverlo tan puro, tan invulnerable, tan inaccesible al mal y a las enfermedades, tan vivo y sutil, que se transforme verdaderamente en el portavoz del espíritu, un medio de expresión para todo el cielo, a fin de que todas las maravillas del universo puedan aparecer a través de él. Por el momento el cuerpo físico no es un templo, sino más bien una taberna en la que todo el infierno viene a divertirse. Nos servimos de él para las cosas más abominables, pensamos que está ahí para eso. Pues no, el cuerpo está hecho para llegar a ser el instrumento ideal del espíritu, y cuando el cuerpo llega a ser este instrumento, es capaz de realizar curaciones, proyectar luces, desplazarse en el espacio... Un día, ya lo veréis, el hombre hará maravillas con su cuerpo físico. Para el espíritu es muy fácil; cuando deja el cuerpo que es pesado y torpe, puede ir por todas partes, es libre, nada le retiene, sube hasta las estrellas, penetra en los océanos... Pero el cuerpo no está aún preparado para tales empresas.

      Esto que os he dicho es muy importante. La historia de la humanidad demuestra que muy raramente los hombres han sabido qué lugar deben asignar al espíritu y al cuerpo. Para algunos no hay más que espíritu, y el cuerpo al ser despreciado, languidece. Pero si el cuerpo es despreciable y si sólo cuenta el espíritu, no deberíamos descender sobre la tierra, deberíamos permanecer arriba, allí donde está el espíritu. Si descendemos, si encarnamos en la tierra, es porque tenemos un trabajo a realizar aquí. La misión del espíritu al descender y tomar un cuerpo físico es trabajar en la tierra a fin de transformarla en un magnífico jardín, donde el Señor vendrá a pasearse. Si hubiéramos de rechazar la materia, ¿ para qué habríamos descendido aquí? ¿Para qué penetrar en esta tierra si no es para sublimarla, para volverla luminosa y transparente como el espíritu? Cuando Jesús decía: “Que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, hablaba ya de que el resplandor del espíritu debe manifestarse en la materia. Desgraciadamente, cuando los hombres encarnan en la tierra olvidan la misión que vienen a realizar, y cuando retornan arriba, no han hecho otra cosa que destrozar y ensuciar la materia sobre la cual debían trabajar. Ha llegado el momento de ocuparse de la materia, (la materia es tanto nuestro cuerpo físico como la tierra), para transformarla, haciendo descender el


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