Dame tiempo. Carmen Guaita Fernández
de liberarme? Aunque sea con un gesto pequeño, significará un paso adelante. En la vida de un ser humano no hay nada indiferente; cada decisión, cada aprendizaje o encuentro, suma o resta.
Es importante «customizar» el momento presente, hacerlo nuestro. Debemos encontrar las claves y modos particulares de la familia: la escala de valores, a qué vamos a dar importancia y a qué no. Un niño necesita saber cuáles son los dos o tres límites infranqueables. Y necesita que mantengan su nivel. Quien, con la excusa de la hartura o el cansancio, los modifica a diario, desorienta profundamente a sus hijos. Por supuesto, las claves de familia incluyen todo lo positivo: aficiones que compartimos, actividades en común, nuestro lado freakie, nuestros gustos singulares. El sello «Unidos» es manantial inagotable de felicidad.
No quiero continuar sin avisaros de que un estupendo modo de celebrar el tiempo es leer junto a vuestros hijos los cuentos que aparecen en este libro.
Cada amanecer, el reloj y la agenda, el día número equis de mi vida y las oportunidades que trae consigo despiertan junto a mí. Con todos tengo que contar.
En la duración incógnita de mi vida debo desenvolver mi pensamiento, mi libertad y mi proyecto personal. ¿Viviré el día completo? Eso permanece en el misterio. El reloj es una herramienta de la que no puedo prescindir y debo aprender a manejar. Pero el momento presente soy yo. Aquí y ahora.
¿Y por qué nos lo ponen tan difícil?
Cada oportunidad de convivir, de crear, de proporcionar felicidad, de compartir, de educar, necesita de lo cronológico para manifestarse. Al fin y al cabo, hay un tiempo para cada cosa. Victoria Camps hablaba de la educación como tiempo y ejemplo, ya lo hemos visto. La segunda variable, el ejemplo, es una elección personal –me comporto ante mis hijos según lo que quiero que ellos aprendan–, pero la primera, el tiempo necesario, es también una necesidad social.
Victor Hugo decía: nada hay más importante que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Es hora de que se permita a todos conciliar trabajo y vida personal. El debate está abierto, las leyes y las empresas empiezan tímidamente a contemplar iniciativas y se extiende la certeza de que debemos armonizar nuestro ritmo de vida. Los ciudadanos del siglo XXI necesitamos tiempo. Hace años, si alguien nos preguntaba por la actividad, describíamos el trabajo. Hoy las cosas han cambiado. El tiempo es oro, sí, pero esto ya no significa lo mismo que para Benjamin Franklin en los inicios del capitalismo.
Todos conocemos los devastadores efectos colaterales de la falta de tiempo para la convivencia familiar: los niños de la llave, solos durante muchas horas; la compañía casi perpetua de las pantallas, a través de las cuales penetra en el perímetro de un niño un volumen de información que no puede asimilar; la falta de comunicación entre padres e hijos; las jornadas maratonianas de los chiquillos, obligados a vivir con el ritmo de un adulto pluriempleado; los adolescentes sin ningún control; la exagerada importancia que la comida en el colegio tiene para la alimentación; los desajustes en el sueño, que se van arrastrando semana tras semana y en parte causan el elevado índice de fracaso escolar en nuestro país, y tantas otras cosas.
La única manera de facilitar a los padres la asunción de sus responsabilidades educativas es racionalizar los horarios laborales de todos, sin generar desigualdades, sin perder de vista que los niños de la llave son, en ocasiones, hijos de personas que cuidan a los hijos de otros. El éxito del sistema educativo, que tanto nos preocupa como país, precisa del apoyo de la familia, de su participación en la escuela, de su disponibilidad de tiempo para atender los requerimientos de los profesores y de los propios hijos. La propuesta de permiso laboral para entrevistarse con los profesores, la ampliación del permiso de maternidad y la ampliación del permiso de maternidad y de paternidad son tímidos acercamientos a la realidad social en un país que destina muy poco dinero a las ayudas familiares. Conciliar la vida personal y laboral es una idea a la que ya le ha llegado su hora. La certeza es inapelable: necesitamos tiempo para vivir.
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TIC, TAC, TIC, TAC...
Estos primeros cuentos nos presentan el tiempo: su medida, su necesidad, en su profundidad. Los protagonistas son las horas y los minutos de cada vida.
EL TIEMPO Y YO.
BREVE CUENTO RETROSPECTIVO
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
Mi madre no había tenido estudios, pero era enormemente inteligente y sabia. Permanentemente nos hacía pensar y nos hacía preguntas para que nos diéramos cuenta de que cada uno es capaz de hallar soluciones, de inventarlas.
–No imitéis, escuchad, responded a todos... y venid después a decirme vuestras reacciones.
Era una gran educadora, porque nos enseñaba a actuar «libre y responsablemente», que en esto consiste la educación genuina. Recuerdo especialmente cuando me dijo:
–Duerme lo justo y descansa lo indispensable. La vida es un misterio del que no podemos desperdiciar un solo instante. ¡Ja descansarem quan ens morim! [«¡Ya descansaremos cuando nos muramos!»].
Hay que tener tiempo para estudiar, para imaginar, para escribir, para jugar, para conversar... Dominar el tiempo es fundamental para vivir plenamente.
Y así crecí, procurando aprovechar cada instante. Madrugar para, acto seguido, tener unos minutos para establecer la «hoja de ruta», de tal modo que no tuviéramos nunca que repetir aquella frase de Rigoberta Menchú que tanto me impresionó: «Perdona, amanecer, por no haberte recibido como mereces».
¡Agradecer un nuevo día! Cómo comenzar la jornada renovando los principios que nos guían y, de vez en cuando, incorporar otros, de tal modo que nos sintamos, entre certezas e incertidumbres, intensamente activos y autónomos.
No comprendía entonces y sigo sin comprender ahora la «anomalía horaria española». Cuando ya tuve la edad y la oportunidad de visitar otros países, incluidos los más cercanos, me sorprendieron especialmente sus horas de levantarse, desayunar, almorzar, cenar y acostarse... y no me convencía que se excusaran en las singulares costumbres hispánicas.
Por todo ello me complacen mucho las iniciativas actuales de «normalización horaria» y cuento lo que cuento en este cuento retrospectivo: «No desperdiciemos ni un instante. Aprovechémoslos todos. ¡Ja descansarem quan ens morim!».
Federico Mayor Zaragoza conoce el secreto para ser siempre joven, y nos lo cuenta en esta historia. Es científico, pero también humanista: catedrático de Bioquímica y poeta; investigador en el laboratorio y viajero por el mundo. Le interesa profundamente la educación, fue rector de la Universidad de Granada y ministro de Educación y Ciencia. De 1987 a 1999 fue director general de la UNESCO, la organización de las Naciones Unidas para la Cultura. Allí se hizo amigo de las mejores personalidades del mundo, desde Rigoberta Menchú a Teresa de Calcuta o Nelson Mandela. Desde el año 2000 preside la Fundación Cultura de Paz. Desde ella sigue trabajando para hacer del mundo un lugar mejor. Ha publicado muchos libros de ciencia, de poesía, de ensayo. Todos tienen en común la experiencia de Federico, una persona comprometida con la humanidad. Por supuesto, disfruta con sus hijos, sus nietos... ¡y sus bisnietos!
LA CARRERA DEL RELOJ
ELSA GONZÁLEZ,
ELSA TADEA
Tic, tac, tic, tac..., resuena el reloj, sin dejar de anunciar el paso del tiempo.
La aguja más menuda se mueve inquieta, corre veloz por la esfera, tratando de alcanzar el minuto siguiente. Apenas es consciente de que ese segundo deja atrás un instante