La fidelidad en el tiempo. Mercedes Navarro Puerto

La fidelidad en el tiempo - Mercedes Navarro Puerto


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se ha introducido en poco tiempo y sin permiso piden urgentemente cambiar, adaptarse. En la mayoría de los casos, sin embargo, fidelidad se sigue vinculando con la permanencia de las religiosas en sus respectivas instituciones, con la perseverancia y con la santidad (10).

      La fidelidad y sus acepciones

      Las acepciones de la fidelidad nos llevan a distinguir dos niveles, al menos, que estando conectados entre sí no son reductibles el uno al otro. El primero es el nivel individual: quién es fiel y a qué o a quiénes. El segundo es el institucional: qué grupo, con qué ideología, sobre qué aspectos es fiel y exige fidelidad. La persona que profesa fidelidad o que jura fidelidad, puede hacerlo fuera, al margen o dentro de una institución. La institución, inconcebible sin sus miembros, es o puede ser la depositaria de la fidelidad de sus componentes, de una determinada ideología, de un sistema de creencias o, simplemente, de unas normas de conducta a las que se exige a sus miembros ser “fieles”.

      También indico, ya desde el principio, que aunque mi reflexión parte de la VR de las mujeres y se dirige preferentemente a ella, entiendo el tema y su desarrollo dentro y como parte del sistema social, cultural y político en el que vivo y del formo parte activa. Por esta razón, iré constantemente de uno a otro contexto. Por esta razón, además, el tema no se ciñe solo a la VR, sino que se extiende al resto de la realidad de la que, repito, formo parte como mujer y como religiosa.

      La fidelidad y sus tentaciones narcisistas

      La intercambiabilidad entre fidelidad y perseverancia antes mencionada no es la única idea que ha convertido a la fidelidad en un concepto ñoño y desfasado. También ha contribuido a ello la vinculación de este valor con cierta mirada narcisista hacia el pasado. La fidelidad, tal como la entiendo, no es el espejo en el que una determinada religiosa o una determinada congregación se miran, como Narciso, para descubrir lo inmutable de sí mismas, o para admirarlo y amarlo, incapaces de abandonar la auto referencia. Esta mirada auto referencial al pasado queda fijada en conductas de inspección y vigilancia sobre la inmutabilidad de la imagen reflejada. Tales acciones equivalen, en la práctica, a matar y congelar eso mismo que quienes las realizan dicen apreciar. La realidad, sin embargo, muestra que esta mirada es una tentación presente a la que ceden religiosas y congregaciones. Se advierte, sin ir más lejos, en fijaciones hacia los propios fundadores y fundadoras, en intentos de volver a las fuentes, entendiendo por ello la repetición atemporal de actitudes e incluso valores que, de hecho, solo son comprensibles en su propio contexto (pasado), que requieren la traducción creativa y novedosa a las condiciones y al contexto presente, traducción que se teme y, por ello, se tiende a demonizar.

      Esta conversión de fuera adentro alienta la falsa convicción de libertad de la persona que se exige ser fiel: nadie me obliga, yo sé que tengo que ser fiel a mí mismo, a mí misma. Pero ¿qué quiere decir eso, concretamente? ¿Quién es uno/a mismo/a? ¿La persona que fui hace diez, veinte o cuarenta años? ¿La institución que fue hace cien o cincuenta años? ¿Hay, por caso, un ente, personal o institucional, que responde a un sí mismo/a? Estas preguntas, lejos de ser vanas, acaban siendo ineludibles debido a que en ellas, de forma más o menos intencionada, encontramos una peligrosa idea de preexistencia, debido a que en ellas resuena un cierto esencialismo. En realidad, no es nada nuevo. El neoplatonismo ya postulaba la idea de una entidad preexistente, pura y auténtica, a la que cualquier concreción personal debía ajustarse en el transcurso de su vida. Es evidente que necesitamos cautela ante esta especie de moda que viene de tan antiguo.

      En este sentido, creo que el mandato “¡sé fiel a ti misma!” puede convertirse en una trampa para la fidelidad. En el contexto eclesiástico clerical resuena, institucionalmente, como una arenga al inmovilismo. Cuando se pide y se ordena a alguien o a una institución ser fiel a sí misma, se pretende con frecuencia que esa persona o institución busquen en sí aquello inmutable, lo que no cambia ni debería cambiar. “Sé fiel a ti misma” parece entenderse como, “adapta el cambio a lo estático, acomoda lo dinámico y libre a lo pasivo y sometido”.

      La


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