A ver qué se puede hacer. Lorrie Moore
Una vez lo abrí y miré varias ilustraciones sobre artesanías para hacer en casa, luego lo cerré transpirada. Necesito más ayuda con esto. La indiferencia de mi esposo respecto a las fiestas ahora me parece pereza. No tiene la más mínima idea de cuándo empieza Janucá este año. De repente, me encuentro diciendo: “¿Por qué la shikse tiene que sacar la menorah todos los años? ¿Por qué la shikse tiene que encender las velas?...”.
Todo lo que nuestro hijo de dos años quiere para las fiestas es chicle. Vio un chicle en la boca de una niñera una vez, y desde entonces hace su propia campaña radial de niño de dos años. ¡Chicle, chicle, chicle! Estudia mi boca en busca de movimientos reveladores… si me muerdo la lengua o si la tengo contra la mejilla, dice, esperanzado, “Mami, ¿qué hay en tu boca?, ¿tienes chicle?”.
Este año –estamos en 1996– conseguimos un árbol de Navidad levemente deshidratado, lo ponemos cerca del radiador y lo decoramos de forma salpicada y loca. La mañana siguiente, se caen todas las agujas. El árbol ahora se parece a una antena gigante. La noche de Navidad, prendemos un fuego, después lo apagamos con una toalla vieja húmeda, al darnos cuenta, llenos de temor, de que no hemos limpiado la chimenea en cinco años. Luego se rompe la caldera. Enchufamos las estufas individuales. Pedimos comida china.
Solo entonces, cuando casi todo está perdido y me siento tan inesperadamente triste, me doy cuenta de que me enloquece la hermosa Navidad falsa que el comercio alemán estadounidense elaboró para nosotros años atrás. En realidad me gustan las compras, los envoltorios de los regalos, los villancicos… Me gustan los milagros inventados de las fiestas, la amabilidad y las transformaciones inesperadas… al menos como las muestran en los especiales de televisión. Y, cuando miro por la ventana y veo solo aguanieve, me doy cuenta de que incluso me gusta la nieve. ¿Dónde está ahora la perfecta y encantadora Navidad? ¿En las fogatas de quién están tostándose esas malditas castañas? Tengo una debilidad por la ficción, propia de una escritora de ficción. Es un riesgo profesional.
–Bueno –digo, mientras sirvo castañas de agua rebanadas, en lugar de las tostadas. ¿Acaso puedo servir también un poco de ánimo?–. ¡Feliz Navidad para ustedes! ¡Feliz, feliz, feliz Navidad!
Nuestro hijo de dos años observa mis labios y mi mandíbula. Levanta las cejas, los ojos cómplices y brillantes.
–¿Mami? –dice–, ¿tienes chicle?
(1997)
STARR-CLINTON-LEWINSKY
Oh, qué enfermedad autoinmune es el asunto Starr-Clinton-Lewinsky. Enemigos inadecuados –o de alguna forma, poco impresionantes– tienen a nuestro gobierno acelerado y atacándose a sí mismo. Estamos paralizados… y estremecidos de esa forma que da un poco de asco. Los terroristas, con sus bombas, no pueden hacer que el escándalo desaparezca; los aviones y los mercados no pueden derribarlo. JonBenét Ramsey y Neil LaBute no pueden asustarlo para que se vaya corriendo. Como dijimos en Chicago en 1968, “El mundo entero está mirando”, mientras nos desplomamos sobre nuestra silla de ruedas y tenemos un ataque de nervios.
No es confidencial: encuentro la posición moral de Linda Tripp intrigante y literaria. Creo que Paula Jones fue degradada por su jefe, y eso, seguramente, de forma ilegal. Y voté por Bill Clinton. (Aunque ahora lo siento por él, de la misma forma en que lo sentí por Pee-wee Herman cuando lo arrestaron en aquel cine de Florida). Voté en varias primarias y elecciones por Jesse Jackson, Jerry Brown y Ralph Nader. Clinton en el poder ha sido desalentador de formas predecibles: sus nombramientos en el poder judicial, su chapucero plan de salud nacional, su debacle de los gays en el ejército, su creación de políticas dubitativas, aparatosas, afectadas por intereses demasiado ambiguos. Lo que más he pensado es que era un tiburón encantador, un aprovechador, un yuppie, un mal actor y un tonto sexy y mentiroso. Esto último lo tiene en común con mucha gente (quizás incluso con el pobre Pee-wee Herman).
De todas formas, Bill Clinton no dijo en ningún momento de su vida: “No soy un adicto al sexo”. Aquellos que lo votaron conocían su desafortunada y compulsiva vida privada y decidieron que no les importaba. Ahora, de repente, ¿a los votantes les importa? (No creo). Ahora, de repente, ¿el Congreso está sorprendido? ¿Dónde están los verdaderos y los valientes? Ahora, los congresistas demócratas (y la misma primera dama) fingen estar sorprendidos, tristes o enojados, para lograr cierta distancia de este tipo y mantener sus patéticos trabajos improductivos. ¿De veras es tan bueno el sueldo?
Sin duda, son muchas las razones por las que el affair Lewinsky se ha apoderado de nuestra conversación a nivel nacional.
1. La vacuidad política de la Casa Blanca de Clinton. Tanto la naturaleza como el teatro político detestan el vacío: atrapada en una suerte de patrón de espera beckettiano, la presidencia de Clinton fue superada por una comedia sexual que la masa veraniega encuentra más entretenida.
2. El aspecto falso del matrimonio Clinton. Observamos la familia presidencial de la forma en que los niños lo harían: imaginándonos que somos parte de ella, poniéndonos siempre de lado de Chelsea y preguntándonos en qué diablos andan metidos papá y mamá. De todas formas, la extraña infelicidad de Hillary y Bill nos repele. La infelicidad rara nunca es tan atractiva como la diversión rara. Y lo que es todavía más interesante es la diversión rara financiada con el apoyo de los sindicatos, la confianza del gabinete, el testimonio del gran jurado, la humillación pública y los dichos sobre destitución.
3. Finalmente, está el extraño personaje de Ken Starr, que no debe ser boicoteado; futuro hombre del año según la revista Times. (¿Y dónde está el material sobre las transacciones inmobiliarias, señor Starr?) Que la falla poco caballeresca de nuestro presidente de jactarse de sus conquistas sea sometida a los legalismos de los procedimientos judiciales es, por supuesto, una locura total, una tortura y un regicidio, que solo podía haber sido realizado por Starr, el fanático alocado que la derecha ni siquiera sabía que tenía. Es, por supuesto, Javert de Victor Hugo. Pero Starr no ha perseguido a Jean Valjean. De hecho, en un momento de surrealismo intertextual financiado con fondos públicos (y ambición literaria reducida), ha dado un salto por completo fuera del libro y se ha puesto a perseguir a Candy de Terry Southern.
Para esto pagamos impuestos. ¿Vieron? Al final que el Congreso financiara el Fondo Nacional de la Artes no era algo tan terrible.
(1998)
NEW AND SELECTED STORIES, DE ANN BEATTIE
Siempre hay algo enervante en un libro de trabajos “nuevos y seleccionados”. Tiene un tufillo a homenaje, un uso fúnebre de las existencias, quizás la búsqueda ansiosa de un nuevo público, lo que puede indicar una ralentización del avance de la obra. Siempre hay algo de trabajo nuevo, pero eso no es lo que importa: los textos nuevos han llegado de forma errática, sin que se los solicite. No han sido seleccionados, son como vecinos que irrumpen en una reunión familiar.
Pero Park City: New and Selected Stories tiene algo de magnificencia. La colección está hecha de tres docenas de relatos escritos durante veinticinco años, y al leerlos, uno tras otro, sorprenden la confianza, la constancia y calidad del resultado. Sin duda, un libro como este señalará los hábitos y predilecciones de su autor, y eso hace que sea divertido y pedagógico para cualquier lector. Pero Park City es también un libro que debería ganarse la admiración de los escritores y lectores de cuentos de todas partes, pues nos recuerda de forma inequívoca la insuperable devoción, sólida, inteligente y amorosa, que tiene Beattie por la forma.
La primera colección de Ann Beattie, Distortions, fue publicada en 1976 y, rápidamente, la autora pareció un avatar de esa época en particular: sus secuelas y derivas históricas, su opulencia en aumento y su amigable narcisismo generacional. Ahora, por supuesto, se encuentra escribiendo en un tiempo que parece no tener avatares, y da la impresión que ni siquiera el final del milenio fuera un tiempo particular, entonces es interesante ver las maneras en que su trabajo se ha modificado y no se ha modificado a través de las décadas.
En Park City, Distorsions está representado por cuatro cuentos que