La seducción de los relatos. Jorge Panesi

La seducción de los relatos - Jorge Panesi


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de su propio reverbero.

      Entonces es la desilusión, el desengaño, el escepticismo, la desdicha. Una nota que El arte de la transición sigue desde Néstor García Canclini hasta Tomás Abraham. Unos afirman las posibilidades de la micropolítica, otros parecen desdeñarlas, pero el balance intelectual es el mismo y no se evitan los tonos de la melancolía. Tonos justificadamente tangueros que nos asaltan sorpresivos pero inequívocos en la frase con que Beatriz Sarlo, en el número 70 (agosto de 2001) de su Punto de Vista, titula un comentario de actualidad. El título nos dice “Ya nada será igual”, y sintetiza el compartido sentimiento de la débacle argentina, sobre todo en su dimensión política. “Ya nada será igual”, en efecto, y el tono melancólico de la frase contrasta con una noticia de la primera página de este número, que queda opacada en lo que debería ser una perspectiva gozosa, o al menos nueva en el derrotero de la revista: Sarlo nos anuncia también que Punto de Vista ha inaugurado su página web. ¿Para qué? Para abrir un espacio de polémica, sobre todo. Un deslizamiento, una transformación del espacio de disputas, agregaría intencionalmente yo. Una apuesta casi loca, azarosa, tal como ella la pinta, un juego del todo o nada, coqueteo con la suerte, y la posibilidad del ruido total, un afuera poliédrico o rizomático de la polémica. Dice Sarlo:

      La red es una rueda de la suerte, del encuentro fortuito tanto como de la destreza para encontrar. […] Bazar Americano confía su futuro a un espacio donde los lectores, reales y virtuales, discutan con la revista y entre ellos.

      “Con la revista y entre ellos”. Notable variación en la perspectiva polémica del diálogo, un deslizamiento concreto en el terreno experimental con que se conciben los debates intelectuales en el presente. Pero del artículo con título tanguero queda una nota a modo de residuo que se hace cargo o soporta aún el encierro intelectual, el diálogo trunco, aquello que llamamos “reverberaciones”, y que bien podrían ser diálogos fantasmales. “Ya nada será igual” se hace eco de un debate grabado en el que el comité de la revista analizó la situación argentina en el mes de mayo de 2001. Diálogo y eco de un diálogo. Y así lo presenta Sarlo, como una vuelta y como un eco:

      La situación [política argentina] que parecía gravísima, todavía no anunciaba este momento de máxima cerrazón.

      Mucho de lo que se dijo en la reunión de mayo es retomado en el artículo de Beatriz Sarlo, como debate o como eco. Quien oficia de fantasma o eco intelectual es la voz de Oscar Terán desde un recuadro gris que “dialoga” con el cuerpo impreso de Sarlo. Interiorización del diálogo y la polémica. Acorralamiento de la discusión clásica entre intelectuales.

      Si la discusión no trasciende las fronteras de un “nosotros” que se afirma en una soledad compartida, entonces habrá que hacer lugar al repliegue dentro del material de la revista. Se trata de un corrimiento, una mutación o de un nuevo estatuto interior de la disputa. Ya no el reportaje polémico, ya no la polémica por escrito en que dos boxeadores intelectuales intercambian los golpes o las injurias retóricas, sino la charla, el diálogo ad hoc que luego se transcribe. Sustituto de una polémica que resignó saltar el muro. En estos diálogos transcriptos, un “nosotros” dialoga y eventualmente cree polemizar entre sí o con un invitado que casi siempre parece ser de la familia. Pero no me estoy refiriendo solamente a Punto de Vista, estoy describiendo un género o subgénero dentro de las revistas culturales, como puede verse en los extraños reportajes o diálogos de los que hace gala el contrapunto o la contracara polémica de Punto de Vista, la hermana tuerta de Punto de Vista, la que dirige Horacio González y se llama El Ojo Mocho. Extraños diálogos porque, a diferencia de la hermana mayor, El Ojo Mocho ostensiblemente declina (o finge declinar) la edición de los diálogos, mochos a fuerza de ser insistentes, al borde del anacoluto y el balbuceo.

      Este género o subgénero funcionaría en el actual contexto cultural argentino como portador de una definición o autodefinición del grupo editorial, y en el que los otros, el otro, los probables otros de la polémica se refractan y se desdibujan por medio de alusiones. El “nosotros” es exclusivo y se autoafirma en el subgénero que generaliza las particularidades, las exclusividades, las exclusiones. El diálogo trascripto marca un territorio interior, un repliegue, pero al mismo tiempo, lanza un pedido de escucha y de lectura más allá de los límites de la clausura real o imaginaria.

      Supongo que a esta altura de mi exposición ya existirán reparos u objeciones. Se me dirá que la frase “Ya no hay polémicas” no se refirió jamás a nada cuantitativo, sino a la calidad y el alcance de las discusiones. Sea, pero precisamente el tono de uniforme melancolía con el que los intelectuales se refieren a estas cuestiones indica no solo un desplazamiento del espacio de discusión, y de los términos mismos en que se emprenden los debates, sino también algo central en la guerra, constitutivo del combate como tal: la claridad con la que se constituye al enemigo. El enemigo es borroso, ubicuo, omnipresente, inasible. En la época de la globalización el enemigo está en todas partes y en ninguna, se nos escamotea sin esconderse, lo que reclama otros parámetros, otros medios y otros lenguajes abiertos, aún imprevisibles para establecer la discusión. Quizá Ludmer viera algo de esto cuando protestaba por las adhesiones congeladas a las teorías canónicas que repiten mecánicamente discusiones ajenas en vez de lanzarse por otros caminos más azarosos, menos reglamentados por el saldo de polémicas ya saldadas. Pero ¿en la teoría social, en la teoría literaria o política hay definitivamente algo ya saldado? Si se trata de políticas culturales, nada es del todo residual y no hay residuo que no permanezca actuante, que no exija una nueva polémica, en otros términos.

      Se me objetará también que hablar sobre este nuevo estatuto de las polémicas intelectuales habría exigido un análisis y recuento empírico más detallado del campo. No creo que el puntilloso examen de las numerosas y hasta proliferantes disputas, además del previsible tedio de la audiencia, hubiese arrojado más luz sobre una situación que Horacio González, en consonancia inadvertida con Punto de Vista, ha titulado “Hombres en tiempos de oscuridad”.7 Oscuridad o incomodidad intelectual ante el nuevo estatuto de las polémicas. Es, como en el caso de González, tener que disputar incesantemente con el hermano o con el amigo, según podemos comprobar en la polémica política y teórica que El Ojo Mocho ha sostenido con El Rodaballo de Horacio Tarcus. “Zoon polemikón” titula González un apartado de su revista para disputar con Tarcus. Y comprobamos en este último un empecinado aferrarse a la discusión como un modo de esclarecimiento intelectual, necesario, indispensable, último bastión de la racionalidad. Lo que González le reprocha es la adhesión a un núcleo teórico novedoso, “la nueva subjetividad global”, porque “la nueva subjetividad global […] se parece demasiado al internacionalismo de Juan B. Justo o de la Segunda Internacional”. La racionalidad que El Rodaballo reclama tiene para Horacio González el aire de un prejuicioso dogmatismo:

      Los compañeros de El Rodaballo formulan temas relevantes y necesarios. Festejamos su ánimo para la polémica, pues no podemos reclamarla y después desentendernos cuando esta se da. Lo que resulta incómodo –y toda polémica, sin duda, lo es, pues la incomodidad es su propia “búsqueda de racionalidad”– lo encontramos en el blasón pedagógico que se evidencia en una rectitud profesoral que aquí y allá [reparte] amonestaciones como populismo o vitalismo. Demasiados fantasmas para tan escasos intentos –el de todos nosotros, incluyendo los de El Rodaballo– por renovar el pensamiento crítico argentino.8

      Quizá sea difícil imaginar una polémica desinteresada en la que no se mezclen los turbios intereses que mueven siempre la lucha por el prestigio intelectual, ni que la discusión pueda llevarse a término sin una buena cuota de dogmatismo en las posiciones. Lo importante es aquí el gesto de búsqueda sin predeterminación de las nuevas formas de la polémica que González parece afirmar: la búsqueda de una racionalidad que no estuviera predeterminada más allá del diálogo mismo, lo que equivale (como en la alusión a la ruleta de Internet en el caso de Sarlo) a la irrupción de una cierta forma del azar y de lo otro.

      Porque ni siquiera el combate cuerpo a cuerpo de los oponentes y los intercambios epistolares que puntúan la polémica entre El Rodaballo y El Ojo Mocho escapan del corsé tradicional con que siempre los


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