El regalo del lobo. Irene Henche Zabala
que se había ocultado en el reloj.
Este cuento nos muestra un primer intento de separación de la madre que no culmina de manera exitosa, pero que sirve de aprendizaje y experiencia. Nos sitúa frente a «los miedos del desarrollo» que tienen lugar en esta primera fase de crecimiento psíquico en el proceso de diferenciación, cuyo paradigma es la ansiedad de separación. Tales miedos alcanzan su punto culminante a los tres años de edad cronológica, aunque puedan aparecer desde el primer año de vida y permanecer mucho después de ese límite, con o sin manifestación conductual.
Entendemos claramente esta separación como la necesidad de diferenciación y separación psicológicas con las que el niño pueda ser capaz de distinguir las amenazas del mundo exterior y de su propio mundo interno, para seguir adelante en su proceso de crecimiento, sin dejarse confundir o invadir por ninguna de ellas. La madre de los cabritillos ofrece unas claves a sus hijos, lo que representa la necesidad de recibir un modelo para que ellos interioricen el cuidado y la protección que son ejercidos por los padres.
Podemos apreciar que este proceso de diferenciación no es automático. El niño atraviesa una etapa en la que está interiorizando el apego y la protección y aún no está capacitado para resolver satisfactoriamente los peligros y retos de la separación ni tampoco sus temores. Todo ello está representado por el lobo que devora, es decir, que hace volver al niño a un estadio anterior. Pero es importante señalar que en realidad sí puede resolverlos en parte, como indican por un lado las dos ocasiones en que los cabritillos no abren la puerta al lobo y, por otro, la salvación del más pequeño. Este cuento pone de manifiesto que el proceso evolutivo no es fácil ni lineal y que, en momentos de crecimiento, existe el temor al cambio, a seguir adelante, a la pérdida, a la separación.
La primera estrategia de esconderse tapándose, no da resultado. Nos remonta a esos mecanismos infantiles que consisten en creer que si no me ven, no estoy. También existe una búsqueda de un ámbito seguro dentro de la propia casa, que representa el mundo interior. Hay muchos lugares en los que se ocultan en vano los cabritillos, y solo uno encuentra el sitio seguro: la caja del reloj.
¿Quiere esto decir que la única manera de hallar el lugar seguro es aceptar que este no se encuentra si permanecemos en el universo materno de lo interior, sino cuando empezamos a salir al exterior y a desarrollar nuestros recursos para llegar a manejarnos en ese nuevo espacio? ¿Y que solo será seguro seguir creciendo y separándonos psicológicamente? Uno de los grandes principios que nos permiten considerar que un ser humano es un adulto saludable es el grado de separación psicológica de su familia de origen y su nivel de diferenciación individual. En este cuento se pone en marcha este proceso, a la vez imparable y difícil.
Es muy bello descubrir cómo el relato ya nos habla de una primera diferenciación, cuando la madre va llamando a cada uno de sus hijos por su nombre y ninguno responde, hasta que nombra al séptimo, que contesta con una voz trémula y le revela lo sucedido. Entonces ella da instrucciones al cabritillo pequeño para poder rescatar conjuntamente de la tripa oscura del lobo a sus seis hermanos.
Es inevitable necesitar ayuda y es buenísimo saber pedirla y saber recibirla. Este proceso de separación psicológica de la madre es una situación difícil, y justamente podremos realizarlo porque la madre nos apoya. Esta es la maravillosa paradoja que nos habla de cómo una ayuda auténtica de la madre se convierte en una ayuda para poder separarse de ella.
El apoyo materno es esencial y podemos ver que requiere una participación activa del cabritillo pequeño. La escena de ir sacando a los seis hermanos, uno a uno, de la tripa del lobo se asemeja a un alumbramiento.
En la tripa del lobo ponen piedras y este cae al pozo al intentar buscar agua para beber. El pozo es un agujero en la tierra que permite contactar con las profundidades y extraer de ellas el agua subterránea. El símbolo del pozo conecta con el eje inferior, y si imaginamos un pozo ideal, al asomarnos podemos ver el fragmento de esfera cósmica que se refleja en esas aguas profundas, de una manera que nos muestra la conexión entre el eje superior y el eje inferior de los que habla Jung.
El lobo se precipita al fondo, debajo de la tierra, lo que nos remite a la muerte, al encierro en lo inferior, en el inframundo. Las piedras que lleva en la tripa le hacen caer, el peso es invencible. La tendencia de los cabritillos es hacia el exterior, hacia el aire, la vida, la luz. La del monstruo es hacia las entrañas de la tierra, hacia la oscuridad, hacia la muerte.
Finalmente, los cabritillos y su madre acaban el cuento cantando en corro alrededor del pozo: «¡El lobo está muerto!». Este desenlace nos muestra la necesidad de la guía y la ayuda de las figuras adultas para completar satisfactoriamente la diferenciación. También nos dice que el cabritillo pequeño, verdadero protagonista, sí pudo salvarse de ser devorado. Es decir, el niño puede salir adelante y aprender.
A pesar de los peligros y del riesgo de equivocarse, el relato nos informa de que esos intentos insatisfactorios, esos miedos del desarrollo, ese desorden en que queda la casa, no tienen consecuencias irreversibles, sino que, con una ayuda adecuada, se pueden reconstruir y servir de aprendizaje para actuar con confianza, prudencia y discernimiento crecientes en el futuro. Parece necesario que en estas etapas iniciales del desarrollo se pueda adquirir la vivencia del lugar seguro, un espacio en el que el lobo no pueda entrar, en el que se esté a salvo. Un sitio que podrá consolidarse en nuestro interior, un espacio protector en el que seamos capaces de sentir que no desapareceremos en las adversidades, que permaneceremos enteros, que ningún lobo nos devorará. De ahí que esta muerte simbólica del lobo represente un triunfo del vínculo sobre la ausencia, del ser sobre la nada, del amor sobre el abandono, de la vida sobre la muerte.
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1 «Se creía que durante el rito, el niño moría y resucitaba como un hombre nuevo. La muerte y la resurrección eran provocadas por actos que imitaban el engullimiento y consumición del niño por animales fabulosos. Se imaginaba que era tragado por ese animal y tras haber transcurrido algún tiempo en el estómago del monstruo, volvía a la luz… Para la celebración del tal rito se construían a veces casas o cabañas a propósito, que tenían la forma de un animal, cuyas fauces estaban representadas por la puerta… El rito se celebraba en la espesura de la selva o del bosque y estaba rodeado del misterio más profundo». Propp, págs. 74-75.
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