La zanahoria es lo de menos. David Montalvo

La zanahoria es lo de menos - David Montalvo


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de siempre, creyendo inconscientemente que es la mejor y la más práctica forma de hacerlo.

      Según el concepto de cerebro triuno —límbico, neocórtex o racional y repitiliano o primitivo— este último es el que se enciende y se ocupa de hacer, sin razonar tanto. Este cerebro no tiene la capacidad de pensar, ni de sentir, solo de actuar mediante impulsos o de forma instintiva.

      Desde que abrimos los ojos al despertar por la mañana, hasta que los cerramos al concluir el día, estamos conectados con este cerebro por medio de hábitos y rituales, al grado de que son parte integral de nuestra personalidad. Estos van desde lo primero que hacemos al levantarnos de la cama, la forma de asearnos, el orden en cómo nos vestimos, si primero nos ponemos las calcetas y después el pantalón o viceversa, la preparación del café, la manera de conducir a nuestro lugar de trabajo, lo que comemos y cómo lo comemos, hasta la dinámica que utilizamos para ponernos la pijama antes de dormir.

      En fin, a lo largo de toda nuestra vida realizamos una serie de cosas, algunas menos trascendentes que otras, en sentido automático.

      Nadie nace con una serie de hábitos bien definidos o determinados. Algunos dicen que tenemos cierta predisposición a aprenderlos, pero la verdad prefiero creer que estos se van formando y adquiriendo con el pasar de los años, debido a las circunstancias y exigencias del entorno. Vamos integrando los hábitos que, en determinado momento, llegamos a creer que necesitamos para funcionar.

      En esta vida acelerada o, como le llaman algunos, en esta «jungla de asfalto», basada en la competencia y en donde el más fuerte, el más inteligente y el que más corre es el que sobrevive, somos más propensos a adueñarnos de ciertas formas de comportarnos que pueden causarnos estragos a nivel interior, muchas veces sin advertirlo.

      El verdadero reto en este detox emocional radica en traer a la superficie de la conciencia esos comportamientos que están un poco escondidos para poder calibrar cuáles siguen funcionando bien para nosotros y cuáles hay que comenzar a erradicar, todo con miras a seguir construyendo nuestra mejor versión.

       El pH y la acidez emocional

      En química existe un término llamado potencial de hidrógeno, el cual se abrevia pH.

      El pH es la medida de acidez o alcalinidad en una disolución acuosa, según lo definió el bioquímico danés S.P.L. Sørensen a principios del siglo XX.

      La escala tradicional del pH va del 0 al 14. Se considera una disolución ácida la que tiene un pH menor a 7, y alcalina la de pH igual o superior a 7. Del pH igual a 0 se dice que es neutro.

      Hoy, en cuestión de salud, se le ha puesto gran atención al tema y se ha hecho una destacada labor para divulgar y propagar la importancia de equilibrar nuestro pH.

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      En esta vida acelerada, basada en la competencia y en donde el más fuerte, el más inteligente y el que más corre es el que sobrevive, somos más propensos a adueñarnos de ciertos comportamientos que pueden causarnos estragos a nivel interior.

      El concepto se ha retomado también en los procesos de desintoxicación, ya que en esa búsqueda de balance muchas personas se interesan por alimentarse de forma alcalina, dado que normalmente nuestros hábitos tienden a acidificar el organismo.

      Es importante conocer y ayudarnos en este proceso porque, por ejemplo, si se produce una alta acidificación interior, en las células, los tejidos, los órganos o en la sangre se genera un desequilibrio que es la antesala a diversas enfermedades. Por el contrario, cuando consumimos alimentos alcalinizantes, ese pH se equilibra para poder neutralizar la parte ácida.

      Nuestro pH puede ser medido y lo podemos conocer con algunos aparatos especializados, tiras de papel indicadoras o con exámenes de laboratorio.

      La recomendación es que estemos ligeramente alcalinos, 7.45 aproximadamente. Por debajo o por encima de este valor ya estaríamos hablando de una posible enfermedad. Este valor sugerido, con ligera tendencia a lo alcalino, contribuye a un mejor funcionamiento del organismo, nos mantiene sanos y además ayuda a retrasar el envejecimiento.

      Algunos ejemplos de alimentos típicamente ácidos son el café, las harinas, el azúcar, algunas proteínas, edulcorantes artificiales, lácteos, embutidos y grasas.

      Por otra parte, la mayoría de las frutas, verduras y vegetales como la manzana, el limón, el apio y las espinacas, así como los jugos verdes, las almendras, la canela, el jengibre, el té verde, el polen de abeja o el bicarbonato, por mencionar algunos, son ejemplos de alimentos altamente alcalinos.

      Un ejemplo claro lo vemos en el desayuno: una persona que por la mañana come hot cakes con miel de maple (que incluye jarabe de maíz), crema batida y tocino, acompañados de varias tazas de café, estará acidificando su organismo; en contraste con alguien que desayuna un jugo verde que contiene piña, apio, espinaca, nopal y perejil.

      Al consumir esto último, en lugar de los hot cakes, nos alcalinizamos y ayudamos a nuestro organismo a desintoxicarse, limpiarse y descansar, lo que se traduce en equilibrio.

      Una vez explicado a grandes rasgos el concepto del pH desde la visión química, quiero compartirte que, como parte de este libro, he querido adoptar tal concepto pero desde la perspectiva de los comportamientos que usualmente tenemos.

      A nivel personal, existen ciertos hábitos bastante ácidos que también producen ese desequilibrio, y que pueden convertirse en la puerta que permita al caos entrar e imponerse en nuestra vida.

      Equilibrar nuestro pH emocional representa vivir en orden, saludables y con bienestar. La acidez emocional por lo tanto existe, y es un desequilibrio interior que se produce como consecuencia de vivir, consciente o inconscientemente, con comportamientos perjudiciales y contrarios a nuestra esencia.

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      He seleccionado cinco hábitos que considero se encuentran permeados en nuestra sociedad y a los que estamos expuestos a diario a nivel personal y profesional, todos ellos lo suficientemente ácidos para provocar serias complicaciones emocionales.

      Haremos una revisión general de cada uno de ellos, y hoy tal vez logres descubrir que gran parte de las situaciones difíciles por las que atraviesas tienen más que ver con la acidez emocional en la que vives, que con la suerte o los designios divinos.

       Primer hábito: la prisa

      En nuestros tiempos todo urge, todo es para hoy, time is money.

      Vivimos en la cultura de la inmediatez. Pareciera de lo más difícil, por no decir imposible, combinar la productividad con un ritmo pausado. A quien va lento por la vida se le considera fuera de lugar, se le tacha de flojo o de incompetente.

      La prisa es uno de los hábitos más enraizados culturalmente y uno de los más difíciles de detectar, porque constantemente estamos recibiendo impulsos para vivir contra reloj y llegamos a perder la noción del tiempo. Creo que todos en algún momento hemos padecido esto.

      Algo que me sorprende mucho es cómo las estaciones del año y las festividades cada vez están más pegadas unas con otras, por lo que ya ni tiempo da disfrutarlas. Y ello ocurre en gran parte debido al consumismo.

      Al menos en México (y me consta que en muchos otros países sucede igual), vas a un supermercado en el mes de julio y no solo tienen las promociones de verano, sino que ya están colocando las novedades de las fiestas de Independencia que se celebran en septiembre.

      Vas en agosto y prácticamente te saturan, además de lo acumulado por las fiestas patrias, con la venta de disfraces para la fiesta de Halloween que se celebra a finales de octubre y del Día de Muertos que se conmemora el 2 de noviembre, y de pronto, solo unas semanas después, en algunos lugares ya comienzas a ver cómo empiezan a llenar los pasillos de pinos de Navidad.

      He


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