Casos y cachos llaneros. Jhon Moreno Riaño

Casos y cachos llaneros - Jhon Moreno Riaño


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un pedazo e’ cabuya que traía entre el bolsillo. Apreté y sellé esa vaina y se lo metí nuevamente a la escopeta.

      En esa jedionda demora que tuve, haciendo ese estudio y contando los plomos, los patos se me regaron por la orilla del estero así como en forma de media luna, y ahí sí, cómo carajos hacía pa cogerlos todos; si los tiraba por un lao, me quedaban los del otro lao; si los tiraba de frente, se me quedaban los de los laos, que se seguían regando; desesperao como taba se me ocurrió la solución: busqué la horqueta de un palo, y haciendo palanca le doblé el cañón a la escopeta; quedó con comba, en una forma más o menos así: ). Y ahí sí, no joda, me le acomodé bien pa tirarlos por un lao, y les mandé ese tironón. Eso retumbó ese estruendo por todo lao.

      En medio de esa humareda pelé el ojo y cuando se aclaró todo vi la vaina, los tumbé a todos, no joda. Ahí los vi que cayeron, uno no más quedó aletiando; cuarenta y nueve quedaron muertos en seco y el otro quedó maniao con la cabuya. Pero no se me fue ninguno, cuñao. Es que a uno le toca ser recursivo, no joda. Llegué contento adonde el patrón.

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       El espanto’e la mata’e monte

      Tanta cosa que me pasó a mí que ya casi ni recuerdo, pero en esa época sí me acuerdo que no había bancos, lo que había era como unas casas que usaban pa resguardá el dinero, como un recomedao, así que usté iba y decía, «Guárdeme esta plata», y ahí iba y guardaba el dinero y nadie iba a atracarlo o a quitarle esa platica.

      Entonces, del hato onde trabajaba me mandaron a mí desde po allá, desde la sabana de Las Margaritas a buscá una plata. Me dieron un mocho viejo y eché un día completico desde allá hasta acá a Arauca; imagínese, y me tocaba ir rápido. Llegué ya casi de noche y dejé el mochito viejo ahí en un potrero que me prestaron. El mochito tenía una matadura en la rabadilla, otra en la riñonera y otra en las paletas. Al otro día, ya pa volvé, lo ensillé y había un señor vendiendo patillas a la salida del pueblo; compré una y la puse adelante en la cabeza’e la silla. Me fui comiendo patilla y, a medida que comía, botaba las semillas y las semillas caían en la silla y se escurrían hasta las mataduras del caballo. Cuando llegué a Matapalito ya iba cansao el caballito, pobre mochito, muy viejito ya. Me dijo el encargao del fundo:

      —Ahí hay unos caballos, pero tan es de repaso; usté verá, si quiere le presto uno de esos.

      Le dije:

      —Échelos pa ver...

      Los echaron al corral, les salí y enlacé uno, lo ensillé, le metí la baticola, lo saqué pa’l paradero, le bajé el tapaojo, lo ensillé y me le monté a ese mocho, chico, con maleta y todo lo que traía. Cuando le bajé el tapaojo metió mano. No le zampé el manteco porque barajustó por to ese camino abajo, pero a lo que daba el tejo, y yo jale ese caballo y jale ese caballo y jálelo pa’quí y jálelo pa’llí, y nada. Cuando iba por Los Arrecifes, sentí que la silla iba como en las orejas y dije, «No joda, se me reventó la baticola y me va a tumbá este mocho»; entonces lo tapé ligerito y me desmonté. Y no, chico, lo que pasaba era que ya de tanto jalalo le había metío el pescuezo pa adentro al mocho, ya tenía ese pescuezo puro cortico, como pescuezo’e sapo, entonces me hice adelante, le agarré las orejas y le pegué un jalón de pa’lante y le saqué el pescuezo completico y volví a montarme. Llegué como a las cinco’e la mañana al fundo y me taban esperando desde el día antes; yo había durao toa la noche andando.

      Bueno, después de esto yo seguí trabajando allá en Las Margaritas, y por ahí como a los tres meses, se empezó a corré la noticia, chico, que asustaba a los caballiceros una mata’e monte corriendo atrás de la bestias.

      Eso cuando los caballiceros iban a buscá las bestias barajustaba una mata’e monte y, claro, eso asustaba hasta al más macho, chico, y yo dije, «No joda y esa vaina qué puede ser». Alisté mi mejor mocho, un mocho llamao Cubarro, que era muy bueno pa pegá un lazo, y pegué una soga que tenía treinta y dos brazadas de largo y dije, «Yo voy a ver qué es lo que es esa mata, no joda». Y me fui con los caballiceros y llegamos a un centro’e sabana. Cuando movieron la punta’e bestias, reventó esa caballada, y revienta al tiempo una mata’e monte redonda, así de grande como un carro, corra y corra atrás de esos caballos, y yo le pongo los talones a mi caballo y barajusta, no joda. En esas abro un lazo bien grande y le llego a esa mata y se lo zumbo así medio tramoliao.

      La cosa es que yo sí había visto que alrededor de la mata, en medio’e la carrera, caía mucha patilla esmigajada, pero a mí no me importó y enlacé toa la parte de arriba, la parte de las ramas de la mata, y apenas la amarro pego ese templonazo a esa soga arrebiatada, enteritas las 32 brazadas se templaron, sonó el cuerazo y ahí quedó esa mata en el piso, quieta. Cuando miré pa’lante, salió el mocho viejito, limpiecito de debajo de esa mata. Pues le había arrancao de encima la mata’e patilla que le había nacío en el lomo al mocho, desde la vez que volvía de Arauca comiendo patilla. Yo me bajé y recogí fue semilla’e patilla pa llevales a los caballiceros, pa que comieran esos carajos y dejaran de jodé con lo del espanto’e la mata’e monte, chico.

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       El injerto del puercoespín y la lombriz

      Cuando llegamos a viví al llano, nos tocó sufrir muchísimo porque no había alambre pa las cercas, ni plata pa compralo; entonces el ganao se nos perdía y tocaba pastorialo.

      La cosa es que había muchísimo puercoespín y muchísima lombriz. Eso una salía por la mañana, a mediodía, por la tarde, y a to’a hora tocaba era espantarlos del camino. Y lombrices también por to’o lao, eso tenían caminos hondos como el ganao de tanto trasegar.

      Con el tiempo encontramos la solución; la idea nos la dio un agrónomo que vino de po allá arriba’e Bogotá; y así, siguiéndole el consejo al guate, un día, no me pregunte cómo, logramos cruzar una lombriz macho con un puercoespín hembra que siempre llegaba a la cocina’e la finca a buscar comida con las gallinas; y ahí sí empezó a habé alambre’e púa en el llano, fue la primera vez que vimos esa vaina. Después empezamos a exportarlo pa Venezuela.

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