Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre. José Luis de la Granja

Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre - José Luis de la Granja


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en decir que no lo queremos, porque el aceptarlo significaría por nuestra parte un pacto y connivencia y colaboración y adhesión que repugna a nuestros sentimientos cristianos», según el diario bilbaíno del influyente católico José María Urquijo15.

      En los primeros meses de 1932 fue elaborado el nuevo proyecto autonómico vasco-navarro por una comisión de clara mayoría republicano-socialista, en la que solo había un jelkide. Eso no fue obstáculo para que el PNV lo apoyase incondicionalmente, aun no siendo su meta, y fuese el partido que más se volcó en su propaganda a través de su abundante prensa. Frente al optimismo bilbaíno de Aguirre, convencido del éxito del proyecto en la asamblea de Ayuntamientos, el resultado de esta dio la razón al pesimismo navarro de Irujo, quien vaticinó el rechazo de las derechas y las izquierdas al Estatuto en Navarra, considerada el Ulster vasco por la debilidad del nacionalismo en esta provincia. En efecto, el 19 de junio, en la asamblea de Pamplona, con algunas irregularidades, la mayoría de los Ayuntamientos navarros votó en contra del proyecto de las Gestoras, dando lugar a la retirada de Navarra del proceso autonómico vasco. Esto provocó la ruptura de la alianza del PNV con el carlismo, al que responsabilizó de dicho fracaso. A pesar de él y de las protestas de Irujo, opuesto a un Estatuto vasco sin Navarra, el PNV optó por seguir adelante con el proceso autonómico con la condición —que resultó fallida— de que Navarra pudiese reincorporarse más adelante.

      En sus memorias, publicadas en 1935, Aguirre se quejó del silencio de Prieto sobre el Estatuto en los meses previos a la asamblea de Pamplona, a la que no asistió, pero envió su adhesión16 (doc. I.47). Sin embargo, tras la defección de Navarra, Prieto continuó defendiendo la autonomía vasca, como prueba el hecho de que tres meses después, el 15 de septiembre, por iniciativa suya, el presidente Alcalá-Zamora promulgó el Estatuto de Cataluña en San Sebastián, en honor a la ciudad del pacto de 1930 que había sido su origen. En dicho acto, celebrado en la Diputación de Guipúzcoa, Prieto tuvo un gesto de aproximación al PNV al entrelazar la bandera catalana y la ikurriña, que hasta entonces era solo la bandera de los nacionalistas vascos. Aprovechando este acontecimiento, que fue un éxito relevante del Gobierno de Azaña, el ministro Prieto dio un nuevo impulso autonómico al afirmar, en un discurso y en una carta importantes, que el momento político era propicio para el Estatuto vasco si se redactaba un texto sencillo y semejante al catalán17 (doc. I.24):

      Es evidente que con la aprobación del Estatuto de Cataluña están ya andadas tres cuartas partes del camino para el Estatuto vasco o vasco-navarro, que no podría ser negado por este Gobierno ni por estas Cortes; pero si sobreviniese un cambio político de cierta hondura, como la disolución del Parlamento o la formación de otro Gobierno, acaso encontrase serias dificultades. Hay, pues, que aprovechar la oportunidad del momento presente, porque otro más adecuado es casi imposible que se dé.

      Sin embargo, las expectativas suscitadas por Prieto se frustraron enseguida, porque en los meses siguientes, desde octubre de 1932 hasta julio de 1933, las fuerzas que debían impulsar el nuevo proyecto de las Comisiones Gestoras, esto es, los republicano-socialistas y los nacionalistas, se enfrentaron violentamente entre sí, hasta culminar en los graves incidentes producidos durante la visita de Alcalá-Zamora y Prieto a Vizcaya en abril y mayo de 1933, con varios muertos y heridos. Esto provocó, por un lado, que un sector del PNV se radicalizase y asumiese el independentismo del semanario bilbaíno Jagi-Jagi (1932-1936), muy perseguido por los gobernadores civiles de Vizcaya; y, por otro lado, que una parte de la izquierda se desentendiese de la autonomía, al estar convencida de que beneficiaría a un partido no republicano como era el PNV, su principal rival; de ahí que sostuviese que, antes de aprobar el Estatuto, había que republicanizar Euskadi, asumiendo así que la mayoría del País Vasco no era republicana. La intensa conflictividad política y religiosa, sobre todo en Vizcaya, contribuyó a ralentizar el proceso autonómico, como demuestra el hecho de que el nuevo proyecto de las Gestoras (aun siendo casi idéntico al de 1932, con la salvedad de Navarra) no fuese aprobado por los Ayuntamientos vascos hasta la asamblea celebrada en Vitoria el 6 de agosto de 1933. Este retraso supuso que cayese el Gobierno de Azaña, y Alcalá-Zamora disolviese las Cortes Constituyentes, sin que hubiese llegado a estas el Estatuto vasco18.

      Por ello, la celebración del referéndum autonómico quedó en manos del nuevo Gobierno, presidido por Diego Martínez Barrio (Partido Radical), quien decidió convocarlo el 5 de noviembre de 1933, justo dos semanas antes de las elecciones generales, en las cuales el Partido Radical de Alejandro Lerroux aspiraba a vencer a las izquierdas que habían gobernado en el primer bienio republicano. Con ello proporcionaba una gran baza política al PNV, que podría rentabilizar el previsible éxito del Estatuto en el plebiscito para derrotar a la potente candidatura izquierdista, encabezada por Azaña y Prieto, en la circunscripción de Bilbao (Vizcaya fue la única provincia en la que subsistió la coalición de los republicanos de izquierda y el PSOE, rota tras el final del Gobierno de Azaña en septiembre). Al no conseguir posponer el referéndum a después de los comicios legislativos, las izquierdas vizcaínas no hicieron campaña en pro del Estatuto, llegando incluso algunos a oponerse a él: tal fue el caso del dirigente socialista Rufino Laiseca, pese a haber sido miembro de la ponencia redactora del proyecto de las Gestoras, por creer que era suicida entregar «la Hacienda, la Enseñanza y la Justicia en manos de los nacionalistas»19. Prieto consideró «un error el celebrar el plebiscito del Estatuto antes de la elecciones»20 y optó por guardar silencio, al igual que El Liberal de Bilbao (propiedad de su familia desde 1932), hasta que el mismo día del referéndum su importante periódico se decantó por la abstención, alegando la falta de garantías democráticas, porque el Gobierno de Martínez Barrio no permitió que interventores de los partidos controlasen su desarrollo: «los censos se volcarán en favor del Estatuto», «los nacionalistas se han aprovechado de la conducta inexplicable del Gobierno»21 (doc. I.36). La misma posición abstencionista fue adoptada por los presidentes de los partidos republicanos de izquierda y del partido socialista en Vizcaya, así como por el semanario socialista bilbaíno La Lucha de Clases (doc. I.35).

      El resultado del plebiscito, en el que por vez primera votaron las mujeres, dio una mayoría tan abrumadora a favor del Estatuto que era imposible de alcanzar sin recurrir a medios fraudulentos, en especial en Vizcaya, donde, pese a no contar con el apoyo de buena parte de las izquierdas y de las derechas, la participación superó el 90 y 98 por 100 de los votos fueron positivos. Tales cifras y las aún más elevadas de Guipúzcoa nunca se han vuelto a repetir en la historia del País Vasco. El Liberal consideró que a los nacionalistas se les había ido la mano al volcar el censo electoral para superar el alto quórum constitucional (los estatutos debían ser aprobados por más de dos tercios de los electores inscritos en el censo de la región), hasta el extremo de que fue aprobado por el 84 por 100 de los electores vascos, a pesar de la elevada abstención registrada en Álava, dado que esta provincia tenía mucha menos población que Vizcaya y Guipúzcoa (doc. I. 37). Algunos nacionalistas reconocieron la existencia de numerosas irregularidades22.

      El temor de las izquierdas a que el refrendo popular del Estatuto fuese capitalizado en las urnas por el PNV se confirmó rotundamente: el 19 de noviembre de 1933, el partido de Aguirre, yendo en solitario, logró más diputados que nunca en toda su historia (doce), al mismo tiempo que se produjo la debacle de las izquierdas al perder siete de los nueve escaños que habían logrado en Vasconia en 1931: tan solo resultaron elegidos Azaña y Prieto. Y eso que este, en contra de la dirección del PSOE, mantuvo su alianza con los republicanos de Azaña, hasta el punto de sacarle diputado cunero por Bilbao, prefiriéndolo al dirigente socialista bilbaíno Julián Zugazagoitia, que iba en la misma candidatura23. Fue la única vez que el líder socialista fue derrotado por el PNV en las siete elecciones a Cortes en las que salió diputado por Bilbao entre 1918 y 1936.

      Nada más conocerse el triunfo de la CEDA de Gil Robles y del Partido Radical de Lerroux,


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