Llegamos a Creer. Anonimo
“No me dejaste sola para ir a emborracharte”.
Esto ocurrió hace tres años y cuatro meses. Hoy todavía estamos juntos. Ella practica su programa, Al-Anon, y yo, el mío; y los dos vivimos en el día de hoy, un día a la vez.
Dios respondió a mis súplicas, por medio de la gente de A.A.
Huntington Beach, California
DIOS ME ENCONTRÓ
Creo que sería más exacto decir que Dios me encontró a mí y no que yo Lo encontré a Él. Era algo parecido a ver andar a un niño: se cae una y otra vez, pero es mejor no tratar de ayudarlo hasta que se da cuenta de que no puede hacerlo solo — y extiende la mano. Me había metido en una situación, en la que no tenía a quién recurrir; casi había llegado a la desesperación total. Entonces, y sólo entonces, le pedí sincera y sencillamente a Dios que me ayudara. Vino en mi ayuda instantáneamente, y pude sentir Su presencia, tal como la siento en este momento.
Nashville, Tennessee
UNA PEQUEÑA TARJETA BLANCA
Cuando llegué a A.A. ya me había ordenado a mí misma de atea, era una agnóstica temporal y una antagonista de plena dedicación — antagonista con todo el mundo, con todo en general y con Dios en particular. (Supongo que esto se debía a mis tentativas de seguir con mi concepto infantil de Dios.) Nunca había existido una mujer más perpleja, confusa e impotente. Parece que para empezar había perdido la fe en mí misma, luego en los demás, y finalmente en Dios. Lo único que había de bueno en mi negativa a creer que yo tenía un Creador era que, sin duda alguna, le libraba a Dios de una responsabilidad embarazosa.
Sin embargo, la noche que llamé a A.A., tuve una experiencia espiritual, aunque no me di cuenta hasta más tarde. Vinieron dos ángeles con un mensaje de auténtica esperanza y me hablaron de A.A. Mi padrino se rió cuando insistí en no haber rezado para pedir ayuda. Le dije que la única vez que había mencionado a Dios fue cuando, desesperada por no poder emborracharme ni ponerme sobria, grité, “Dios mío, ¿qué voy a hacer?”
Mi padrino me respondió: “Creo que esa era una buena oración para ser la primera de una atea. Y además tuvo su respuesta”. Y así fue.
En una condición más parecida al rigor mortis que a una grave resaca, me llevaron a mi primera reunión de A.A., en un pueblo a unas 65 millas del mío. En el camino, paramos en la casa de un miembro para hacerle una visita y allí vi por primera vez la Oración de la Serenidad, en una placa en la pared. ¡Qué gran impresión me hizo! Me dije a mí misma, “como de costumbre, me las he arreglado para meterme en un buen lío por mi forma de beber. Por amor del cielo, espero que esta oración no tenga nada que ver con A.A.” Y me esforcé por no mirar en esa dirección en toda la tarde.
Poco podía imaginarme que, veinticuatro horas más tarde, la Oración de la Serenidad empezaría a ser mi compañera, mi esperanza y mi salvación durante cinco horrorosos días y noches.
Esa tarde, después de llegar a la reunión cerrada de A.A., mi actitud empezó a cambiar a pesar de mí misma. Esa gente tenía algo que a mí me faltaba. ¡Y yo lo quería! (Más tarde descubrí que lo que tenían era un Poder que les impulsaba y les guiaba y la fuente de ese poder era un Dios amoroso tal como ellos Lo concebían.) Me recibieron como si yo hubiera llegado en respuesta a sus oraciones y realmente me querían allí. (Con el tiempo, la fe que esos A.A. tenían en mí me llevó a tener fe en ellos, luego, de nuevo en mí misma, y finalmente en Dios.)
Una de las mujeres me dio una pequeña tarjeta blanca que llevaba impresa la Oración de la Serenidad. “¿Y qué pasa si yo no creo en Dios?” pregunté.
Se sonrió y dijo: “Bueno, creo que Él cree en ti. ¿No habías dicho que estabas dispuesta a hacer lo que fuera necesario?” Y añadió: “Guarda esta tarjeta — como si tu vida dependiera de ella. Si te sientes tentada a tomar ese primer trago, léela. O ponte a leerla si te ves enfrentada a otro problema del que no sabes cómo salir”.
De regreso a casa, veinticuatro horas más tarde, empecé a usar la tarjeta como si “mi vida dependiera de ella”. Mi marido, con quien llevaba veinticinco años casada, sufrió un ataque de delirium tremens. En su locura, no me dejó llamar por teléfono ni ir en busca de ayuda. Los dos pasamos cinco días y cinco noches sin dormir y hubo ocasiones en que llegué a formar parte de sus pesadillas y mi vida estaba en peligro.
Durante todo ese tiempo no me separé de la tarjeta. Leí y volví a leer la Oración de la Serenidad. Aunque teníamos la casa abastecida de licor como si fuera un bar pequeño, lo auténticamente milagroso fue que yo no me tomé ni un trago. ¡Yo! — que antes había solucionado todos mis problemas con un buen trago. Agarré en mis manos aquella tarjetita y repetí las palabras en voz baja una y otra vez durante cinco días y cinco noches. No recuerdo tomar ninguna decisión de creer. Simplemente sentía que tal vez el Dios de esta gente de A.A. se apiadaría de mí y me ayudaría. Sin duda había llegado a creer que yo era impotente. Como dice nuestro Libro Grande: “En ciertas ocasiones el alcohólico no tiene una defensa mental eficaz contra el primer trago. Con excepción de muy contados casos, ni él ni otro ser humano puede facilitarle tal defensa. Su defensa tiene que venir de un Poder Superior”.
¡Todo eso tan poco tiempo después de mi primera reunión! Esta experiencia me llevó a escuchar atentamente las historias que otros miembros contaban de cómo llegaron a creer; me condujo a leer y releer el capítulo del Libro Grande “Nosotros los agnósticos” y los comentarios que aparecen en Doce Pasos y Doce Tradiciones sobre este mismo tema. Por fin, llegué a la conclusión de que había “un camino más fácil y cómodo” — más fácil que cualquier cosa que había probado por mí misma antes de llegar a A.A. Llegué a creer.
Y antes que se me olvide mencionarlo… aún tengo en posesión mía una pequeña y manoseada tarjeta que apenas si se puede leer con la Oración de la Serenidad, la cual salvó mi cordura y mi sobriedad y me hizo posible recuperar mi fe en Dios, como yo Lo concibo.
Brighton, Colorado
OÍDO EN LAS REUNIONES
“Muchas gente reza como si estuviera tratando de vencer la voluntad de un Dios poco dispuesto a conceder sus deseos en vez de aferrarse a la buena voluntad de un Dios amoroso”.
“Es sabio rezar por el futuro, pero no preocuparse por ello, porque no podemos vivirlo hasta que se convierta en el presente. La intensidad de nuestra inquietud indica lo alejados que nos encontramos de Dios”.
“Cuando nuestros seres queridos u otra gente por quienes nos preocupamos se encuentran en problemas, debemos ayudarlos de una manera práctica si tenemos la oportunidad de hacerlo. Si no se nos presenta esta oportunidad, recemos por ellos y creamos que, al hacerlo, estamos ayudándolos a conectar sus mentes con la influencia de Dios. Pero no esperemos resultados inmediatos. Lo importante es no cancelar nuestras oraciones por preocupaciones posteriores. (Hay una gran diferencia entre sentirse interesado y estar preocupado.) La fe incondicional y a largo plazo es la mejor”.
Sidney, Australia
LIBERACIÓN
DE LA
OBSESIÓN
4
En las últimas etapas de nuestras carreras
de bebedores, se ha desvanecido la
voluntad para resistirnos. No obstante,
cuando admitimos nuestra derrota total y
llegamos a estar perfectamente dispuestos
a probar los principios de A.A.,
nos vemos librados de nuestra obsesión y
entramos en una nueva dimensión
— libertad bajo Dios
como nosotros Lo concebimos..
Bill W.
Carta, 1966
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