Alcohólicos Anónimos llega a su mayoría de edad. Anonimo
el abrigo, vi su alzacuello de clérigo. Se alisó con la mano un mechón de pelo canoso y me miró con un par de ojos de los más extraordinarios que yo jamás hubiera visto. Hablamos de multitud de cosas, y al conversar así se me iba levantando el ánimo, y con el tiempo me di cuenta de que este hombre irradiaba una gracia que llenaba la sala con una sensación de presencia. Yo lo sentí intensamente; fue una experiencia muy conmovedora y misteriosa. En años posteriores he visto a este amigo muchas veces y ya sea que me sintiera alegre o triste, siempre me ha aportado esa misma sensación de la gracia y la presencia de Dios. Y no soy yo un caso excepcional. Muchos de los que conocen al padre Ed experimentan ese toque de lo eterno. No es de sorprender, entonces, que esa mañana de domingo pudiera llenarnos a todos los presentes en el Auditorio Kiel con su espíritu inimitable.
Luego se acercó al podio un hombre que muchos A.A. no habían conocido nunca, el clérigo episcopaliano Sam Shoemaker. De este hombre, el Dr. Bob y yo, al comienzo, habíamos asimilado la mayoría de los principios que más tarde se verían encarnados en los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos, pasos en los que se expresa lo esencial de la manera de vivir de A.A. El Dr. Silkworth nos impartió el conocimiento de nuestra enfermedad que necesitábamos y Sam nos impartió el conocimiento concreto de lo que podríamos hacer al respecto. Uno nos enseñó los misterios del cerrojo que nos mantenía en prisión; el otro nos dio las llaves espirituales con las cuales salimos liberados.
El Dr. Sam no aparentaba un día más que cuando lo conocí a él y a su grupo dinámico por primera vez hace casi veintiún años en la casa parroquial del Calvario de la ciudad de Nueva York. En cuanto se puso a hablar, tuvo un impacto inmediato en los asistentes reunidos en el Auditorio Kiel, tal como lo había tenido en Lois y en mí ya hacía años. Como siempre, llamó al pan, pan y al vino, vino, y con su candente entusiasmo, seriedad y claridad, como la del cristal, logró remarcar cada punto nítida y contundentemente. Con todo su gran vigor y don de orador, Sam nunca se sobrepasó del nivel de sus oyentes. Frente a nosotros vimos a un hombre tan dispuesto a hablar de sus propios pecados como de los defectos de otras personas. Hizo de sí mismo un testimonio del poder y del amor de Dios tal como lo pudiera haber hecho cualquier compañero de A.A.
El acto de presencia de Sam ante nosotros sirvió como una prueba más de que la Providencia había empleado muchos conductos para crear Alcohólicos Anónimos. Y no había habido más urgente necesidad de un conducto que el abierto por medio de Sam Shoemaker y sus asociados del Grupo Oxford de la generación anterior. Los principios básicos que los Grupos Oxford enseñaban eran universales y de gran antigüedad, parte del patrimonio de la raza humana. Algunas de las actitudes y usanzas de los antiguos G.O. habían resultado inadecuados para los propósitos de A.A., y las propias creencias de Sam con referencia a estos aspectos menores de los grupos cambiaron posteriormente y llegaron a parecerse más a las ideas de los A.A. de hoy en día. Pero lo más importante es esto: Los A.A. pioneros sacaron sus ideas de autoexamen, reconocimiento de los defectos de carácter, reparaciones por daños causados y trabajo con otros, directa y únicamente de los Grupos Oxford y directamente de Sam Shoemaker, su líder en los Estados Unidos, y no de nadie más. Siempre estará en nuestros anales como la persona cuyo ejemplo y enseñanza inspiradores nos indicaron cómo crear un clima espiritual donde los alcohólicos podríamos sobrevivir y luego progresar y desarrollarnos. A.A. tiene una eterna deuda de gratitud por todo lo que Dios nos envió por medio de Sam y sus amigos en los días de la infancia de A.A.
Al aproximarnos a la última sesión de la Convención, aún quedaban unas cuantas preguntas importantes en la mente colectiva de los participantes. ¿Qué pasaría cuando se murieran los fundadores y pioneros? ¿Seguiría A.A. creciendo y prosperando? ¿Podríamos seguir funcionando como una totalidad, fueran cuales fueran los peligros y amenazas del futuro? ¿Había A.A. llegado realmente a su mayoría de edad, a la edad de plena responsabilidad? ¿Podrían los miembros y grupos a nivel mundial asumir sin peligro el control y dirección de los asuntos principales de A.A.? ¿Podría A.A. tomar el relevo a los pioneros, al Dr. Bob y a mí? Si fuera así, ¿por medio de qué agencia, o precisamente cómo?
Ya hacía tiempo que nos planteábamos estas preguntas con preocupación, y habíamos pasado más de cinco años ansiosamente buscando respuestas, especialmente los veteranos de A.A., como yo, que dentro de poco, después de veinte años de ejercerla, íbamos a tener que renunciar a nuestra custodia y dirección de A.A. y encomendar nuestra responsabilidad a la gran familia ahora llegada a su mayoría de edad. Ya era hora de contestar estas preguntas.
Del techo del salón grande del Auditorio Kiel colgaba una bandera que todos podían ver, emblazonada con el nuevo símbolo de Alcohólicos Anónimos, el triángulo inscrito en un círculo. En el escenario, a una gran distancia por debajo de la bandera, el domingo, a las cuatro de la tarde, se iba a declarar que nuestra Sociedad había llegado a la mayoría de edad. Su elegida Conferencia de Servicios, al asumir la custodia de nuestras Tradiciones y la dirección de nuestros Servicios Mundiales, se convertiría en la sucesora de los fundadores de Alcohólicos Anónimos. Allí sentados, esperando la apertura de esta última reunión, los miles de presentes estábamos unidos en espíritu y con gran expectativa. Lo que estábamos pensando o sintiendo es difícil de saber, especialmente para una sola persona. Sería de inmensa utilidad si alguien pudiera hablar por todos nosotros, y tal vez esto, en un sentido, es posible.
Cada día de la Convención yo había hablado con multitud de A.A. de toda clase y condición, gente de los llanos y gente de las montañas, resi-dentes de ciudades, pueblos y aldeas, obreros y comerciantes, profesores y maestros, clérigos y médicos, publicistas y periodistas, artistas y albañiles, dependientes y banqueros, figuras de la alta sociedad y desarrapados de los barrios perdidos, amas de casa y mujeres de negocios, gente de otros países que hablaban otros idiomas y con acentos extraños, católicos y protestantes y judíos y hombres y mujeres sin religión alguna.
A estas personas yo les hacía las mismas preguntas: “¿Qué te parece esta Convención?” y “¿Cómo ves el futuro de A.A.?” Claro que cada uno me contestaba según su propio punto de vista, pero me dejó maravillado la unanimidad de sentimiento y opinión palpable en sus diversas expresiones individuales. Lo sentí en aquel entonces y lo sigo sintiendo tan profundamente que creo que sería permisible presentar aquí un portavoz de toda la Convención, una especie de personaje compuesto quien, no obstante, puede ofrecernos una auténtica representación de lo que todos los presentes en St. Louis realmente vieron, oyeron y sintieron. Llamemos a nuestro portavoz anónimo el Sr. Fulano de Tal, de Villanueva, EE.UU. y lo que tiene que decirnos es lo siguiente: “Llegué al Auditorio de Kiel”, nos cuenta el Sr. Fulano de Tal, “antes de la hora de abrir esa última reunión. Mientras estaba allí esperando, me puse a pensar en todo lo que me había sucedido durante los últimos tres días. Soy del pequeño pueblo de Villanueva. Allí nací y me crié; allí bebí y me metí en problemas, y ya estaba a punto de darme por vencido cuando llegó A.A. allí. Algunos años antes, un viajero nos pasó el mensaje y desde entonces una docena de borrachos de Villanueva nos hemos agarrado a la cuerda salvavidas.
“Los grupos de mi estado son bastante pequeños y están dispersos por toda el área y por eso no nos vemos muy a menudo. Nunca hemos celebrado un evento estatal. Nuestro grupo de Villanueva es casi todo lo que sé de A.A. Y es buen A.A. Claro que tenemos el Libro Grande y algunos folletos y el Grapevine, y de vez en cuando algún viajero nos da noticias de A.A. de otras partes. Siempre estamos encantados de saber que otra gente como nosotros ha tenido su oportunidad también. Pero nos hemos interesado principalmente los unos en los otros y en los borrachos de Villanueva que todavía no han logrado la sobriedad. Nos parecía que el resto de A.A. estaba muy lejano. Y no parecía que pudiéramos hacer nada para cambiar la situación, aun si quisiéramos hacerlo. Así era para mí antes de llegar aquí a St. Louis.
“Esta Convención ha sido una experiencia fantástica. Conocí a centenares de compañeros de A.A. y sus familiares en los hoteles. Y luego vi a miles de miembros de A.A. en el gran auditorio. Tiendo a ser un poco tímido, pero logré superar la timidez. Me mezclaba con gente que se estaba divirtiendo grandemente, gente que había viajado 500 e incluso 5,000 millas para asistir, de ciudades que yo sólo conocía por la prensa. Pronto les estaba hablando de A.A. de Villanueva, contándoles historias tan feliz como cualquier otra persona.
“Estas