Los Onetti. Javier Lentino

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Los Onetti

       Los Onetti

      Javier Lentino

      Índice de contenido

       Portadilla

       Legales

       Prólogo

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

       X

       XI

       XII

       XIII

       XIV

       XV

       XVI

Lentino, JavierLos Onetti / Javier Lentino. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2021.Archivo Digital: descargaISBN 978-950-556-803-11. Narrativa Argentina. I. Título.CDD A863

      © 2021, Javier Lentino

      ©2021, RCP S.A.

      Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

      Diseño de tapa: Pablo Alarcon | Cerúleo

      Digitalización: Proyecto451

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

      Inscripción ley 11.723 en trámite

      ISBN edición digital (ePub): 978-950-556-803-1

       Para Romina

      Las puertas del viejo ascensor se abrieron solas, como si estuviesen encantadas. Mario, desconcertado, apretó el botón con la “C” varias veces hasta que asomó la cabeza para confirmar que estuviera en el lugar correcto.

      —¡Es acá, Onetti! Pase nomás —le gritó una voz bien argentina desde el fondo.

      Este no era el cielo que Mario se había imaginado. No había nubes, no había ángeles, mucho menos un portal de rejas de oro. El poco cielo que se veía se colaba por unas ventanas horizontales, abiertas en diagonal, que dejaban entrar el aire fresquito de la mañana.

      El lugar no era muy grande y no había nadie esperando. Cinco filas perfectas de sillas naranjas de plástico ocupaban casi todo el espacio y miraban de frente a un mostrador enorme que corría de punta a punta del salón. Justo a la salida del ascensor, un cartel de letras perfectas pintadas a mano anunciaba:

      CONSULADO CELESTIAL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

      Una bandera celeste y blanca, como esas pomposas del colegio, adornaba uno de los rincones junto con otra más grande del Vaticano y el retrato de un señor sonriente al que Mario no había visto en su vida.

      La oficina parecía estar detenida en el tiempo. Sobre las paredes recién pintadas había un póster de la selección campeona del 78, escudos antiguos de todas las provincias de la Argentina, un cuadro gigante del Obelisco, igual a esos que solía haber en los restaurantes, y miles de fotos de santos en blanco y negro autografiadas, o dedicadas de puño y letra.

      La radio AM daba las noticias de la mañana y había olor a café recién hecho.

      Mario, por inercia, sacó número de un talonario rosa apretado con una maderita, tornillo y mariposa de bronce.

      —No hace falta número, Onetti. Los tenemos ahí para los días en que se junta mucha gente —le dijo un señor flaquito con cara de antiguo, parado detrás del mostrador, acomodando unas carpetas, y agregó—: Le preparé un café con leche y medialunas de grasa como a usted le gusta, ¿o prefería una traviata? Mire que adentro tenemos de todo. Ah, ¡bienvenido a su nueva casa! Antes de asignarle su cuarto necesito hacerle algunas preguntas de rigor. ¿Está de acuerdo?

      —Sí —balbuceó Mario.

      —¿Prefiere que le diga Mario? ¿Onetti está bien?

      —Mario. Nunca me gustó que me llamaran por el apellido.

      —Mario, entonces. ¿Fecha de nacimiento, Onetti?

      Mario se rio en silencio.

      —12 de octubre de 1940.

      —Mala mía, Onetti, quise decir de fallecimiento. Sucede que acá morir es nacer de nuevo. No se preocupe, ya lo va a aprender con el tiempo.

      —Ah, perdón. 11. No, no, 11 está mal. 12 de octubre de 2017.

      —¡Uuuh, justo el día de su cumpleaños! ¡Pobre su familia! ¿Sabe una cosa? Por otro lado, mejor. De esta manera, vivió una cantidad de años exacta y no va a confundir las fechas nunca. ¿Es creyente?

      —Sí —dijo Mario de memoria—. ¿Le hago una pregunta, señor? El cielo es acá, ¿no?

      —Obvio, Onetti. ¿A usted qué le parece? ¿No vio la bandera del Vaticano, la foto del jefe en la puerta? —dijo el flaco con tono sobrado e hizo señas con el dedo hacia arriba—. ¿Cantidad de rezos semanales?

      —Los normales. Una vez por semana, quizás dos. ¿Es muy importante?

      —Y, depende mucho del país. Acá tantos no nos dan. Los brasileños, por ejemplo, son los únicos con una tolerancia de catorce por semana. Como se la pasan pidiendo cualquier cosa a santos que ni siquiera existen… ¡Con la cantidad de gente que se ha canonizado! Ya ni nos entran las fotos firmadas en la pared. ¡Miles de santos para pedir y estos inventan nuevos! —dijo tomándose las manos—. Los demás países acceden a una oración diaria acumulable. Si no la hacen, les queda el crédito. Y así todos los días. ¿Sabe qué pasa, Mario? Últimamente la gente se abusa y reza todo el día. ¡Piden por cualquier cosa! Las oraciones de más, aquellas que están por encima de lo permitido, se descartan, ni siquiera se escuchan. Y entonces después pasan las cosas que pasan y la gente


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