La otra campana. Matías Tombolini
desde una posición diferente a la del odio irracional.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro Pscicopolítica (1) remarca la diferencia entre sentimientos y emociones. Según explica, los primeros poseen algún grado de objetividad, permiten una narración, tienen longitud y anchura; son performativos y tienen temporalidad. Por su parte, las emociones o afectos son subjetivos, no se pueden narrar, son fugaces, remiten a acciones, son intencionales y están sujetas al tiempo. En este sentido, mi libro no aspira a acumular “me gusta”, ni a despertar polémicas vacías que se apagan con el power del control remoto. Sin la soberbia del que pretende conocer “las cosas como son”, la búsqueda honesta es presentar hechos que, más allá de las conclusiones a las que eventualmente conduzcan, nos ayuden a abrir los ojos para ver la realidad, no como la relatan unos y otros, sino con la mirada objetiva que brota cuando nos detenemos a ver lo que se esconde a simple vista, y que el apuro a veces nos impide observar
Siguiendo una orientación ideológica diferente de la del filósofo coreano radicado en Alemania, el premio Nobel de Economía, Richard Thaler, junto al profesor de Derecho más citado de Estados Unidos, Cass Sustein, en su libro Un pequeño empujón, el impulso necesario para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad (2), se plantean cómo funciona la arquitectura de las decisiones que en esencia podemos resumir como la ventaja que se obtiene al plantear el “menú” de opciones a los usuarios a la hora que estos toman “libremente” sus decisiones. En la medida que solo una ínfima parte se toma el trabajo de revisar detenidamente las opciones, ejercemos voluntariamente nuestro libre albedrío y, por ejemplo, aceptamos los términos y condiciones que nos ofrecen las aplicaciones compradas en el celular, o compartimos nuestra ubicación en tiempo real para que las empresas puedan “mejorar la experiencia del usuario”.
De esta forma colaboramos en la construcción de una relación asimétrica en la cual quien nos vende un producto o servicio sabe más de nosotros que nosotros mismos. Compartimos nuestras fotos, aspectos de nuestra vida personal y opiniones que ofrecen un perfil acabado sobre gustos y preferencias que permiten desarrollar estrategias que operan a niveles prerreflexivos, y sobre las cuales alguna vez valdría la pena que debatamos cuán transparente es la transparencia que ofrecemos y cuán libre es la libertad que ejercemos.
El final del mandato del presidente Trump nos ofreció un claro ejemplo sobre el estado delirante en el que se encuentra el mundo. De poco sirvieron los análisis, como el que anticiparon Daniel Ziblatt y Steven Levitsky en su libro Cómo mueren las democracias. (3) Discutible o no, los autores describen, de manera práctica y con mucha claridad, aquellos elementos que debemos considerar a la hora de valorar la calidad institucional; suele ser más eficiente ponerla bajo el prisma de los datos antes que de la interpretación que resulta de los intereses de quienes la realizan.
De ese modo, en Estados Unidos, durante largos años Fox y CNN ofrecieron dos realidades diferentes; mientras, el partido republicano, antes de tabicar los excesos concretos de Trump, los justificaba al calor del poder que se les escurrió entre las manos del peor modo, alejándolos del ideal de faro democrático que querían representar para el mundo, y reflejando una triste realidad sobre aquella democracia en el espejo violento del ataque al Capitolio que ocurrió el 6 de enero de 2021.
Al igual que Bolsonaro en Brasil, Trump representó la exaltación de aquello que puede llevar al mundo a un camino sin retorno. Esto es, alejar los hechos del debate de ideas, retorcer y amañar los datos detrás de una inteligente comunicación que conecta las decisiones que tomamos exclusivamente con nuestro sistema límbico, vaciando de contenido el rol de la política y los partidos políticos como vectores de construcción institucional fundamentales a la hora de aspirar a una sociedad donde nadie pueda imponer su voluntad sobre los demás, donde derechos y obligaciones nos permitan acceder a un conjunto de oportunidades que hoy se encuentran vedadas para las mayorías, no por falta de ganas, esfuerzo o voluntad, sino porque la línea de llegada siempre queda más lejos para el que parte de más atrás, como le sucede a quienes nacen en peores condiciones socioeconómicas.
La democracia como tal es mucho más que un sistema, representa un conjunto de valores donde el juego de mayorías y minorías no debe ser exclusivo ni excluyente. El riesgo es que parece estar involucionando, se aleja del ideal que atraviesa el horizonte estrictamente numérico. Debería convertirse en una herramienta que iguale la oportunidad de ser escuchadas de la que carecen las minorías para que los que piensan diferente a las mayorías circunstanciales puedan ofrecernos un punto de vista alternativo.
La pandemia ha sido, en algún punto, una excelente manifestación de la ciclotimia colectiva en la que nos encontramos. Cambiamos de estado de ánimo como de canal en la tele. Lo curioso es el efecto que, por momentos, esto conlleva, como si estuviéramos adormecidos asistiendo a un espectáculo del que antes que protagonistas somos espectadores de lujo.
La lógica panelista que adquirió el modo en el que confrontamos puntos de vista, vació de contenido los debates para competir por los mejores títulos y hashtags. La democracia se convirtió en una competencia de etiquetas y tendencias. Esas mismas que buscan interpretar y anticipar los algoritmos que alimentamos compartiendo con lujo de detalles nuestro interior. Hicimos público lo privado y terminamos por transformar el disfrute individual en la búsqueda de reconocimiento de los demás. Esos otros que no están ahí, aunque estén en tu muro.
Estamos camino a construir un sistema de instituciones en real time sin mensurar el peligro que supone la ausencia de un tamiz sobre quién escribe el menú de opciones que nos ofrecen y sobre el cual nos sentimos “libres”.
Si no escuchamos todas las campanas, corremos el riesgo de que quien programa el algoritmo sea realmente poseedor de nuestra libertad. Ya no se trata de emplear la fuerza. No hace falta. En un mundo donde contamos alegremente y en fotos hasta el punto de cocción que nos gusta para el asado, estamos dejando servidos en bandeja los elementos para que nos laven la cabeza y encima ponemos “acepto” en el botón donde te lo preguntan sabiendo que no lo leerás.
Argentina se ha consolidado como un país en el que la mayor parte de nuestro destino está explicado por el lugar en el que nacemos; por ello nos merecemos un debate pleno que no esté exento de fricciones al cual no le tiene que sobrar amabilidad, sino ideas. Se trata de un diálogo en el que te invito a participar, donde suenen todas las campanas. Aquí te presento una de ellas, no es la única, pero merece ser escuchada.
Imaginemos el repicar de las siete campanas que componen el campanario más lindo del mundo, probablemente el que se encuentra en la maravillosa torre de Pisa situada en la Plaza del Duomo. Ninguna suena igual a otra ya que cada una representa las distintas notas musicales, siempre depende de la elección de cada uno, así a lo largo del libro repicarán los diferentes momentos de una gestión determinada por la pandemia.
Al comienzo repasamos el final del ciclo de gobierno anterior, tratando de presentar datos sobre la evolución de las principales variables que permitan tomar perspectiva sobre cuál fue el punto de partida de la gestión actual. No solo el diseño del país que se pretendió impulsar el 10 de diciembre de 2019, sino también cuales fueron los primeros pasos.
Con elementos surgidos de las estadísticas oficiales y registros locales e internacionales, en la segunda parte, vamos a sobrevolar el pasado reciente sobre los comienzos de la pandemia y como reaccionó nuestra sociedad aquellos primeros meses.
En la tercera parte te propongo analizar qué se hizo bien, qué se hizo mal y qué efectos tuvieron ambas cosas sobre los equilibrios políticos en nuestro país.
La parte 4 aborda de manera concreta la competencia de narrativas, esa que vemos a diario en las redes y los medios. Esta compulsa no le otorga la razón a ninguno de “los lados”, pero nos enfrenta a una elección concreta: cuál es la campana que elegimos creer. Aquí no te propongo que elijas la misma opción que he tomado, pero sí que nos demos la oportunidad de escuchar el sonido de todas ellas.
Te quiero contar porque me alejé del sueño de la “ancha avenida del medio”, con argumentos y sin fanatismos. El camino que elegimos como sociedad nos invita a tomar posición, en este libro decido hacerlo explicando los motivos y te invito para que