Una hoja de ruta. Miguel Ángel Garrido Gallardo
y ver el castillo entero envuelto en una nube baja y oscura. Se oían los cencerros de vacas y ovejas que caminaban a poca distancia, pero era imposible distinguirlas entre la densa niebla.
A las diez de la mañana todos estábamos sentados en la biblioteca, ante mesas que habían sido colocadas formando un cuadro. Después de las palabras de bienvenida de Wolfgang, ha venido la conferencia inaugural de Shashi sobre «el don más grande del mundo: la ciencia y la tecnología». La mayoría del grupo, sobre todo los estadounidenses, respondió con entusiasmo a su presentación de treinta minutos. Yo, sin embargo, me sentí más bien decepcionado, pues no había escuchado nada nuevo. El maestro checo parecía completamente ausente, como si ni siquiera escuchara lo que estaba diciéndose. Estaba sentado con la mirada fija en un libro, tomando algunas notas. El entusiasmo con el que Shashi había hablado era notable, sin duda, y se acoplaba bien a su mensaje: «La ciencia y la tecnología, las verdaderas soluciones, han reemplazado a la filosofía y la religión con su conocimiento verdadero». Fue más allá de hablar de soluciones verdaderas. Estaba presentando una religión del todo nueva, que rescataría a la humanidad de su valle de lágrimas. La era de la religión había terminado, lo cual era un logro debido exclusivamente a la ciencia y la tecnología. Su referencia a Richard Dawkins fue tan hilarante como simplista. Dawkins alguna vez definió al Dios del Antiguo Testamento como «el personaje más desagradable en toda ficción: celoso y orgulloso de ello, un mezquino, injusto, un controlador implacable, un vengativo limpiador étnico sediento de sangre, un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista, matón caprichosamente malévolo».
La afirmación de Shashi de que «el judaísmo y el cristianismo pertenecen más a Oriente —donde surgieron— que a Occidente» era absurda. Estaba en lo cierto, sin embargo, en su explicación del grado de desarrollo que la ciencia y, por ende, la tecnología, alcanzaron en Occidente durante la Ilustración. Todo el bien en el mundo, decía, podía atribuirse desde ese momento a ese desarrollo científico y tecnológico; todo retroceso a la barbarie era la consecuencia de la religión y de sentimientos irracionales.
Al llegar a este punto, Walter interrumpió y preguntó a Shashi si de verdad pensaba que el mundo de la tecnología era inocente del genocidio industrial de la Shoá. Shashi respondió tranquilamente que la tecnología y la ciencia no son responsables de los usos que se les da. Pero pronto empezó a contradecirse. Resultó ser un adepto incondicional del tecnoevangelista Ray Kurzweil, un hombre firmemente convencido de que el crecimiento exponencial (una palabra que, para sus seguidores, tiene poderes mágicos) de la tecnología hace posible una fusión entre los seres humanos y las computadoras y otros dispositivos. De acuerdo con Kurzweil y compañía, en un futuro no muy lejano será posible crear a un ser humano —o mejor dicho, crear un híbrido máquina-humano— que no solo será capaz de hacer todo mejor y más rápido, sino que además será inmortal, pues la tecnología ocupará el lugar de la biología.
Walter ha señalado socarronamente: «Les presento al Übermensch».
Shashi, serio, ha dicho: «Sí, les presento las Buenas Nuevas».
Alguien ha preguntado si, entonces, la humanidad no se convertiría en una colección de robots, y Shashi respondió: «No, un robot es una máquina con cualidades humanas, pero el hombre singular, la perfecta fusión de hombre y tecnología, sigue siendo un ser humano, solo que con las cualidades de un robot».
En lugar de explicar la diferencia —que se me escapa— agregó amenazadoramente que «simplemente debemos ajustarnos al hecho de que este es el futuro, estos son los desarrollos tecnológicos que vendrán, nadie puede detenerlos. Este es el mundo nuevo».
Walter dijo entonces: «Querrás decir “valiente” mundo nuevo», pero Shashi no contestó.
Todo esto me pareció irritante. Primero, la ciencia y la tecnología eran absueltas de toda responsabilidad en la barbarie suprema, y luego las posibilidades tecnológicas eran equiparadas, de súbito, con una ley natural de lo cual no hay forma de escapar. Esto implicaba un grave error de juicio sobre la esencia del ser humano, al menos de como este es entendido por el humanismo europeo: la humanidad es libre. Podemos elegir. Esta es la esencia misma de la moral, del conocimiento del bien y del mal. El hecho de que la naturaleza humana tenga aspectos agresivos y de que todos seamos capaces de asesinar, saquear y violar no quiere decir que debamos aceptar tal agresividad bajo el principio de que, simplemente, debemos acostumbrarnos a ello, de que así son las cosas y no podemos evitarlo. La civilización es precisamente la capacidad humana de decir «no», y me parece que podemos decir «no» a la clonación y a esa horrible máquina disfrazada de hombre singular. Aun me parece asombroso que los tecnoevangelistas hagan alarde de que pueden ofrecer una suerte de eterno progreso a la humanidad; sin embargo, tan pronto como son confrontados con cuestiones éticas, caen en el determinismo y el fatalismo.
Las Buenas Nuevas de Shashi no habían terminado aún. Todos los problemas del mundo serían resueltos por estrategias y dispositivos inteligentes, innovadores, empresariales o emergentes. «En los últimos cincuenta años —ha dicho con satisfecho desdén— Europa no ha podido hacer ninguna contribución real al nuevo pensamiento, al pensamiento innovador. Todo lo que hoy está cambiando al mundo viene del occidente de Occidente, de California. Es la cuna de la nueva civilización. ¿Por qué? Porque pensamos positivamente y sabemos cómo arreglar las cosas».
Creo que Wolfgang fue sincero cuando agradeció a Shashi su «realmente inspiradora participación». En este sentido, Wolfgang tiene el corazón dividido: su amor por la cultura Europea es grande y genuino, pero, al mismo tiempo, está por completo bajo el hechizo de la visión de futuro de Shashi, que yo no puedo ver sino como un tecnológico y valiente mundo nuevo. Estaba interesado en ver la reacción de Walter. Durante la ponencia de Shashi, estuvo tomando notas diligentemente y, por su lenguaje corporal, me daba cuenta de que estaba ansioso por tomar la palabra y convertir el encuentro en un enfrentamiento de boxeo verbal.
Con su pesado acento alemán dijo: «Occidente y, en primer lugar, nosotros en Europa, hemos dado al mundo la ciencia y la tecnología. Otro de los dones de Occidente es aún más viejo: la filosofía. Bueno, la filosofía no puede arreglar nada —y pronunció la palabra “arreglar” como si tuviera un mal sabor—, pero puede darnos percepciones profundas. Como la percepción que nos ofrece Wittgenstein, quien era filósofo e ingeniero y arquitecto, al final de su Tractatus logico-philosophicus: “Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones de la ciencia hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo”. Por favor, piensen un poco en lo que Wittgenstein quiere que entendamos». Walter no dijo nada más durante unos instantes, así que todos tuvieron que pensar más por un momento en la afirmación del filósofo. Después continuó: «No sé nada en absoluto de lo que nuestros jóvenes amigos en California pueden o no arreglar, pero, al ser un poco más viejo que estos nuevos pensadores y dueño quizá de más experiencia, me atrevo a sugerir que las grandes preguntas de la vida, preguntas sobre la tragedia, el sufrimiento, la verdadera felicidad, y el significado mismo de nuestras vidas, nunca serán arregladas por la ciencia o la tecnología. Wittgenstein tiene razón: la ciencia y el misterio de la vida pertenecen a mundos distintos. Por supuesto que la ciencia y la tecnología son im presionantes, son el fruto de grandes esfuerzos de la mente y, en muchos sentidos, una bendición para la humanidad. Sin ciencia médica, yo, un hombre viejo, no estaría sentado aquí. Pero deben entender que el pensamiento científico también nos ha dado una caja de Pandora. Y no, no me refiero a la destrucción que el hombre puede ocasionar mediante la tecnología. Me refiero a algo más grave y fundamental, algo que traspasa nuestras vidas, nuestro mundo, sin que nos demos cuenta de ello».
De nuevo ha habido silencio, de nuevo nos miró a todos y le ha dado un sorbo a su café, que debía estar frío para entonces. Todos estábamos callados. De alguna manera, Walter estaba causando una impresión más profunda con el tono apacible en el que hablaba, tan diferente al estilo de Shashi.
Walter siguió, casi entre susurros: «La ciencia nos ha privado de la verdad». Miradas de incredulidad cayeron sobre él y Shashi no ha podido contener la risa; era posible escucharle pensar: «¡Lo sabía! Este viejo está loco».
Luego sonó la voz de Walter