Cristianos en busca de humanidad. Paul Graas
target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_e254a147-4879-5c7f-bfd3-9cd8d682c3da">[6] San Agustín, Confesiones, capítulo 1, I.
2. PARA EL CRISTIANO QUE ESTÉ DISPUESTO A TRABAJAR MUCHO
Amigos míos, esta mañana me gustaría decirles lo siguiente: incluso si su destino es ser un barrendero, salgan a barrer las calles como Miguel Ángel pintaba sus cuadros; barran las calles como Händel y Beethoven componían música; barran las calles como Shakespeare escribía poemas; anímense y barran las calles tan bien que todos los que están en el cielo y en la tierra se detengan y digan: aquí vive un barrendero que hace bien su trabajo.
MARTIN LUTHER KING[1]
SI TE HAS CRIADO EN UN PAÍS occidental en el siglo XXI, es probable que te vaya bien en términos de prosperidad económica y social. Tienes derecho a la educación; con un poco de esfuerzo puedes completar una buena carrera y encontrar un trabajo decente; disfrutas de una buena sanidad y vives en una democracia libre y estable.
Es bueno estar agradecido por todo lo que has recibido. Pero es peligroso creer que eso es suficiente. Y lo que es incluso más peligroso es la idea de que una vida cómoda y un esfuerzo mínimo son suficientes para lograr una felicidad profunda. Esa convicción es un espejismo, una ilusión. No lograrás la felicidad viviendo cómodamente y con poco esfuerzo, sino trabajando mucho. El legendario escritor Charles Dickens escribe lo siguiente en su libro David Copperfield:
Lo que quiero decir sencillamente es que, desde entonces, todo lo que he intentado hacer en mi vida, lo he intentado hacer lo mejor posible; que me he dedicado por completo a lo que he emprendido y que tanto en lo pequeño como en lo grande he perseguido seriamente mi objetivo. Nunca he creído que un talento natural o improvisado pueda conseguir lo mismo que el trabajo duro y paciente. Eso no existe en este mundo. Puede ser que un talento innato o una oportunidad afortunada puedan ayudar a formar los escalones de la escalera que necesitamos para subir. Pero, ante todo, es necesario que los peldaños de la escalera sean de madera dura y resistente. Para conseguir éxito en la vida, es indispensable tener una voluntad seria y sincera. Al final puedo decir que las directrices en mi vida han sido: no hacer nada a medias, sino siempre con dedicación y de corazón, y no despreciar nunca lo que tengo que hacer, aunque sea algo pequeño y, en apariencia, insignificante[2].
Tal como dice Dickens, puede ser que tú y yo tengamos facultades excepcionales y ocasiones propicias que puedan servir para formar buenos escalones en la escalera que lleva a la felicidad; para alcanzar esos ideales auténticos de amor. Pero los peldaños deben de estar hechos de madera dura y resistente. Con otras palabras, si tú eres vago y perezoso y te rindes ante la primera caída, entonces no te será fácil alcanzar esos ideales.
Para caminar hacia la felicidad hay que trabajar duro, concretamente hace falta formar virtudes. Esto es a lo que se refiere Dickens cuando dice que los peldaños deben de estar hechos de madera dura y sólida. ¿Pero qué es eso de las virtudes? ¿Y por qué son tan importantes? Una de las definiciones clásicas más conocidas es que la virtud es un hábito operativo bueno. Y esos hábitos forman el corazón. Hacen que el corazón tenga una disposición que le haga desear lo bueno, lo bello, lo verdadero. Una persona que se ha ejercitado en levantarse cada día a tiempo, en ser sincero y honesto, en estudiar en el momento previsto o en saber escuchar atentamente a los demás, es una persona que forja virtudes como la puntualidad, la sinceridad, el orden y la justicia, de manera que arraigan en su carácter y forman el corazón. Y, por supuesto, lo contrario también es aplicable. Una persona que nunca se levanta a tiempo, que está acostumbrada a mentir cuando convenga, que pospone sus estudios cuando no le apetece, que no se esfuerza por escuchar a los demás, es una persona que gradualmente se vuelve perezosa, deshonesta, desordenada e injusta.
Muchos filósofos y teólogos han reflexionado a lo largo de los siglos sobre la importancia de las virtudes, como los griegos Platón y Aristóteles. Ellos afirmaban que las virtudes son el camino hacia la vida feliz. También decían que hay cuatro virtudes, las llamadas virtudes cardinales, que integran todas las demás virtudes. Estas son la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza. Con otras palabras, una persona que es prudente, justo, templado y fuerte es feliz según Platón y Aristóteles.
Lo bonito es que la tradición católica ha acogido todo lo sabio y verdadero que estos filósofos habían descubierto a la luz de la razón. Estas virtudes cardinales que el hombre puede alcanzar por sus propias fuerzas son de fundamental importancia para que el hombre pueda ser feliz. Pero hay otras virtudes que también son esenciales para la felicidad y que el hombre no puede alcanzar por sus propias fuerzas, sino que son concedidas por Dios. Son las llamadas virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor.
Es muy importante que entendamos la importancia de las virtudes cardinales y teologales cuando reflexionamos sobre la fe católica y el deseo de felicidad del hombre. Porque hay diversas actitudes erróneas que puede adoptar un cristiano. La primera es la del ‘hombre-suelo’. Este tipo de persona piensa que puede lograr felicidad verdadera por sus propias fuerzas. Tiene los pies firmes en el suelo y piensa que puede ascender al cielo por sí mismo. La segunda actitud es la del ‘hombre-techo’. Esta persona cree que no puede alcanzar nada por sí mismo y no se exige lo más mínimo. Cree que todo se le da desde arriba. Flota con sus pensamientos en el cielo, pero no tiene los pies en el suelo.
Más adelante hablaremos del hombre-suelo. Ahora quiero detenerme en el hombre-techo, ya que este capítulo está dirigido al cristiano que está dispuesto a trabajar y el hombre-techo es una persona que habla mucho de la fe, la esperanza y el amor de Dios, pero no se esfuerza en trabajar ni en formar su carácter. Y eso no es ser buen cristiano, porque un buen cristiano es alguien que lucha por integrar virtudes en su vida.
El Señor nos cuenta una preciosa parábola en el Evangelio de Mateo:
Por lo tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina[3].
El Evangelio nos cuenta sobre dos hombres. Ambos tenían un ideal valioso, construir una casa, pero la forma en que querían lograr su ideal era diferente. El primero ha elegido el camino difícil. Construyó su casa sobre roca. El segundo eligió el camino fácil y construyó su casa sobre arena.
La pregunta es, ¿qué son exactamente esa roca y esa arena en la parábola del Señor? ¿Qué es la casa? ¿Cómo podemos aplicar esta historia a nuestras propias vidas? La roca son las virtudes que el hombre puede lograr a través de sus propias fuerzas. La casa representa las virtudes divinas. Una persona que lucha duro para integrar las virtudes humanas y que construye la casa de sus virtudes e ideales divinos junto con el Espíritu Santo es una persona capaz de oír y poner en la práctica la Palabra de Dios en su vida. No se dará por vencido cuando vengan contratiempos y dificultades. Tiene carácter. Sabrá continuar incluso cuando requiera mucho esfuerzo.
El necio en esta parábola es la persona que tiene ideales, quizás incluso grandes ideales divinos, pero que no está dispuesta a trabajar duro. Dice que cree en Cristo y que la misericordia de Dios es infinita, pero ante la más mínima dificultad siente autocompasión y deja de luchar. Por ejemplo, si ha tenido un mal día, estará de mal humor y lo hace notar a todos los que están a su alrededor. El domingo en la iglesia canta con fervor, pero fuera de la iglesia es una persona tibia y mediocre y al primer revés se derrumba su esperanza, fe y amor.
Cuando contemplamos la vida de Cristo, vemos que Él pasó la mayor parte de su vida viviendo una vida muy ordinaria y trabajadora; Una vida discreta y sencilla en Nazaret, junto con María y José. No me puedo imaginar que estuviera sentado en el sofá todo el día, haciendo las tareas domésticas para María con una varita mágica y haciendo mesas y sillas para José. ¡Trabajó duro! Aprendió pacientemente el oficio de carpintero para poder ayudar a su padre terrenal en su trabajo.