Con balas de plata VII. Antonio Gómez Cayuelas

Con balas de plata VII - Antonio Gómez Cayuelas


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Manuel de San Juan, Passantte de Arttus y maestro de estudiantes de theología, que fue de la universidad de Hirache, prior y maestro de estudiantes del colegio de Espinareda y Prior y lector de theología moral de Santa María la Real, de Nájera, e hijo profeso de ellas.

      El riguroso y apretado asedio que el año pasado de 1638 puso sobre la invicta ciudad de Viena, metrópoli de la Austria, el Gran Visir del Tirano del Oriente, con todo el poder otomano, la valerosa constancia de los defensores y la reñida batalla que dieron para descercarla los serenísimos generales Rey de Polonia y Duque de Lorena, alcanzando de las armas otomanas una insigne victoria, han hecho, y con muy justa razón, celebérrima aquella ciudad sobre lo que antes era, para los siglos venideros.

      Y a mi parecer la misma razón tiene la nobilísima, fidelísima y fortísima ciudad de Fuenterabía (que todos estos títulos tiene bien merecidos y adjudicados por privilegios reales en premio de su valor) para hacerse no menos célebre en las historias y lenguas de las gentes, por el inaudito valor y heroícos hechos de fortaleza y constancia que mostró en el memorable cerco que el año de 1638 le puso el Príncipe de Condé, general de las armas francesas, echando todo el resto de su poder para rendirla y sujetarla a la corona de Francia, valiéndose de cuantas estratagemas y ferocidad en los asaltos pudieron caber, en la sagacidad y valor de esta belicosa nación, y por la peligrosa batalla y gloriosísima victoria que consiguieron las armas españolas debajo la conducta de los exc. señores y magnánimos héroes, almirante de Castilla y Marqués de los Vélez, éste general de la gente de Nabarra y aquel de la de Castilla.

      Pues parece que el cerco, batalla y victoria de Fuenterrabía fue idea y ejemplar de lo que 45 años después sucedió sobre Viena, batalla que se dio para descercarla y victoria que se consiguió con tanta gloria de la cristiandad. Y menos en el número de agresores y defensores (que aún en esto exceden los de Fuenterrabía, cotejando el corto número de 700 presidiarios contra 22.000 opugnadores, con el de 30.000 en Viena aun respecto de 312.000 combatientes), en todo lo demás son muy parecidas, así en el tiempo en que se puso el asedio, pues fue a principios de julio, pocos días más o menos uno que otro, y en que se quitó con batalla campal, uno a 7 y otro a 12 de septiembre. Uno y otro con especial ayuda del Cielo y disposición humana, por intercesión de Ntra. Señora la Gloriosísima Vírgen María, uno víspera de su Natividad y otro el quinto día de su Infraoctaba.

      Pues en las labores subterráneas de fuera y de dentro, en las bombas que arrojaron, cañonazos con que azotaron la ciudad y murallas, minas que se volaron, peligrosos asaltos que se dieron, y corajudo valor con que los defensores se resistieron, son tan parecidos uno y otro cerco que hallará muy poca o ninguna diferencia quien con atención los combinare. Si Viena era el antemural de la cristiandad, Fuenterrabía lo es de España por aquella parte, si a aquella cerca el caudaloso río Danubio, por una de cuyas isletas le podía entrar algún socorro, que impidieron los turcos con fuertes estacadas, a ésta cerca también el río Vidaso, aumentado ya con las crecientes del mar a ser brazo suyo y ocupada su boca con una armada victoriosa para no dejar entrar algún socorro.

      Si allí la suma diligencia y cuidado del Conde de Estaremberg, gobernador de la plaza, fue la parte principal de la resistencia, aquí también el valor y constancia del gobernador Eguía y alcalde Butrón fue el todo de su perserverancia. Si allí consiguieron la victoria los 2 héroes de la cristiandad y generales de Alemania y Polonia, aquí también la alcanzaron los 2 generales de Castilla y Nabarra, iguales en el mando. Y ponderadas bien las circunstancias aún excedió el valor de los fontirrabienses al de los vienenses, pues la resistencia de éstos estribaría siempre en la esperanza de socorros del ejército cristiano que tenían cerca, y en el horror de verse reducidos con la rendición al último y fatal excidio universal, o por lo menos a una miserable esclavitud y mudanza de religión, y no vieron pérdida ni derrota alguna en sus compañeros (que quizás a haberla visto hubieran blandeado sus ánimos), sino antes cada día vían mejorarse sus cosas por la buena dicha y diligencia del Duque de Lorena, mas los de Fuenterrabía aún viendo la pérdida total de la armada y disipación del ejército español con la tempestad, nunca cayeron de ánimo por más que se vían imposibilitados de socorro, y aunque dado caso se rindiesen, no por eso perderían ni sus privilegios ni haciendas, ni tenían que temer las vidas, ni mudanza de religión, y solo por la fidelidad hicieron lo que los vienenses por la fidelidad, vida, libertad y religión.

      Y aún fue algo más insigne la victoria de los españoles por las circunstancias sobre Fuenterrabía que la de los cristianos sobre Viena, pues en esta salieron los turcos de sus líneas a recibir al ejército cristiano, y en campaña rasa, cuerpo a cuerpo se dio la batalla y consiguió la victoria, mas en Fuenterrabía dentro de sus mismos alojamientos fueron acometidos los franceses, y vencidos en sus mismos cuarteles y dentro de sus fortificaciones. Y si allí se debió la victoria, junto con el valor de las armas cristianas, a las súplicas y oraciones de la cristiandad con que imploraron el auxilio del Cielo, al paso que le habían irritado las blasfemias que en público manifiesto había vomitado la bárbara arrogancia del Sultán contra el Dios de los cristianos, aquí también se debió mucha parte, sino el todo del buen suceso, concurriendo el valor de los españoles a la fervorosa devoción con Ntra. Señora, votos humildes y ayuno del lugar y del ejército con que solicitaron su amparo, al paso que le habían desmerecido los enemigos por la violación de la hermita de Ntra. Señora de Guadalupe y blasfemias que en ella había dicho contra Dios y sus Santos el ministro calvinista, con aplauso de los jefes herejes que asistieron a tan sacrílego sermón.

      Y finalmente si allí reconocidos al favor del Cielo los generales cristianos y entrando con especie de triunfo en Viena, fueron a la iglesia catedral a dar las gracias al Dios de los ejércitos de tan insigne victoria con el himno Te Deum, aquí también los generales españoles con la misma pompa fueron a la iglesia del lugar a dar las gracias a Dios y a su Santísima Madre con el mismo cántico de tan singular beneficio.

      La afición, pues, que siempre he tenido a la historia, en especial donde se trata de guerras y trances de armas, y el considerar que habiendo sido la nación española, espanto y terror de todas las del mundo, hasta llevar sus estandartes al nuevo Orbe, edificando colonias en la América y sujetando aquellos 2 grandes imperios de Méjico y el Perú a la monarquía de España, y aún hasta lo último de la Assia en las Philipinas, (dejando aparte la belicosa gente lusitana, que no menos ha dilatado su fama y valor conquistando y sujetando 12 reyes o repúblicas en Africa, y 24 en la Assia, como es autor nuestro monje San Román en la Historia de la Yndia Oriental, y también mucha parte de la América, en lo que llaman Brasil), y en nuestra Europa todo el reino de Nápoles contra todo el poder de Francia y potentados de Ytalia, ganándole 2 veces el Gran Capitán, una para el mismo Rey de Nápoles y otra para el católico de Castilla, y poco después la mayor parte de Ytalia hasta ollar con sus pies la cabeza del mundo que fue la misma Roma, en tiempo del máximo Emperador Carlos Quinto, y en el de su hijo Philipo Segundo casi a todos los Países Bajos que llaman Flandes, y parte de Alemania la alta, contra todo el orgullo de Francia y protestantes de Alemania, debajo la conducta del grande Alejandro Farnesio, y otras muchas conquistas que no cuento por escusar prolijidad.

      Ha llegado nuestra nación a ser tan vilipendiada y ultrajada de la francesa en estos últimos años que con no muy poderoso ejército nos ha ganado las mejores plazas de Cataluña, quedando tan consternada de ánimo la cabeza del Principado, Barcelona, que se pudo temer que con solo ponerse a su vista el ejército de Francia se le hubiera entregado sin costarle gota de sangre el conquistarla. Y para que se avergonzasen los españoles que hoy viven, de ver lo que han degenerado del valor de sus padres y abuelos en solos 56 años de intermedio, fuera conveniente que leyesen a ratos perdidos las heroícas hazañas que hicieron los generosos guipuzcoanos en este memorable asedio de Fuenterrabía, y los navarros y castellanos en la batalla que se dio para quitarle.

      Esta afición y consideración y el entretener algunos ratos de alivio que nos da la religión, después de la continua tarea de los actos conventuales, para huir la ociosidad enemiga del alma, me han movido a hacer esta traducción, porque aunque salieron a luz algunas relaciones en prosa y en verso sobre esta materia cuando estaba reciente, fueron muy sucintas y diminutas, omitiendo muchas circunstancias y hechos heroícos de personas particulares, que fue


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