Dios y el ángel rebelde. Sally Pierson Dillon
se suponía que debía recaudar dinero para la catedral de entre los enfermos que esperaban que sus donaciones los sanaran, de los pecadores que daban grandes ofrendas esperando ser perdonados y de la gente que quería mostrar su amor por la iglesia dando mucho dinero.
“Zuinglio comenzó a observar que algunos dirigentes religiosos estaban dispuestos a ofrecer la Comunión solo a las personas importantes; no permitían que los pobres participaran de la Comunión. Parecía que, para muchos pastores, juntar dinero e impartir la Comunión a la gente importante era un sustituto de la predicación. ¿Cómo crees que Zuinglio se adaptó a un trabajo así?”
–Apuesto a que les mostró cómo se predica de veras –respondió Miguel.
–Tienes razón –sonrió la mamá–. Zuinglio dijo: “Predicaré la vida de Cristo y el Evangelio de Mateo”. Y eso fue lo que hizo. Logró que muchos se enojaran. Un hombre llamado Sansón, que se encargaba de vender indulgencias en esa zona, se tuvo que ir porque ya nadie la compraba indulgencias después de escuchar a Zuinglio predicar.
“Durante el año 1519, una terrible plaga arrasó Europa. Se llamó la ‘gran mortandad’, porque murió mucha gente. Comenzó a circular el rumor de que Zuinglio también había muerto, pero no era cierto. Dios todavía tenía una obra para él. Zuinglio estaba enfermo, pero se recuperó y continuó predicando. Sin embargo, en vez de decirle a la gente lo mala que era y de pedirle dinero para ser perdonada, Zuinglio le hablaba del amor que le tenía Jesús. La gente estaba muy feliz de escuchar los sermones de Zuinglio. Él les hablaba de las maravillosas historias bíblicas de Jesús y de sus enseñanzas.
“Esto hacía que los dirigentes religiosos se enojaran cada vez más con Zuinglio. Le hicieron un juicio en la ciudad de Baden, y Zuinglio fue expulsado de la iglesia. Esto lo entristeció mucho, pero aun así continuó predicando. Zuinglio era un gran aliento para los que estaban desanimados por la desaparición de Lutero. Aunque Martín Lutero estaba a salvo, escondido en el castillo de Wartburgo, muchos de sus amigos no sabía dónde estaba. Tenían miedo de que estuviese encarcelado o incluso muerto”.
–Deberían haber sabido que Dios velaba por Lutero todo el tiempo –opinó Miguel–. Dios no permitiría que nadie muriera si todavía tenía una obra que hacer. Mira a Wiclef y a Zuinglio. Dios los protegió; él también podía cuidar a Martín Lutero.
–Sí, eso es cierto. Y es importante que recordemos eso ahora y en el futuro.
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