La vida de los Maestros. Baird T. Spalding
de esas doctrinas hasta sus verdaderos comienzos, en la época en que todo emanaba de la única Fuente o Sustancia, es decir de Dios. Pude entender las divisiones doctrinales formuladas por los hombres, a las cuales cada uno agregaba su idea personal, creyendo que le había sido revelada por Dios para pertenecerle e imaginando enseguida que solo él poseía el verdadero mensaje y que solo él estaba cualificado para dar el mensaje al mundo. Es así como las concepciones humanas se mezclaron con las revelaciones puras. A partir de ese momento, los conceptos materiales se introdujeron y de ello resultó la diversidad y la discordia.
Pude ver a los Maestros sólidamente plantados en la roca de la verdadera espiritualidad, percibiendo que el hombre es verdaderamente inmortal, no sometido ni al pecado ni a la muerte, inmutable, eterno, creado a la imagen de Dios. Si uno emprendiera investigaciones más profundas, obtendría la certidumbre de que esos hombres han transmitido su doctrina en estado puro a lo largo de los milenios. Ellos no pretenden saberlo todo. No piden que uno acepte los hechos si no puede probarlos por sí mismo, cumpliendo las mismas obras que ellos. No pretenden tener otra autoridad que por sus obras.
Después de tres días, estuvimos preparados para retornar al poblado donde había dejado a mis compañeros. La misión de Emilio y Jast consistía en curar a los enfermos. Podrían indudablemente haber hecho este viaje y aquel del templo en mucho menos tiempo, pero como yo no podía desplazarme a su manera, habían decidido hacerlo a la mía.
Mis compañeros nos esperaban en el pueblo. Habían fracasado totalmente en la búsqueda de los hombres de las nieves. Al cabo de cinco días habían abandonado la búsqueda. En el camino de regreso su atención había sido atraída por la silueta de un hombre recortándose en el cielo sobre una arista distante quinientos a dos mil metros. Antes de que pudieran, enfocarlo con sus prismáticos, el hombre había desaparecido. No lo vieron más que un lapso de tiempo muy corto. Tuvieron la impresión de ver una forma simiesca cubierta de pelos. Se dirigieron al lugar de la aparición, pero no encontraron rastro alguno. Pasaron el resto de la jornada explorando los alrededores sin resultado, después decidieron abandonar la búsqueda.
Escuchando mi relato, mis compañeros quisieron ir a ese templo, pero Emilio les informó que visitaríamos próximamente uno similar, por lo cual renunciaron a su plan.
Un gran número de gentes de los alrededores se habían reunido en el pueblo para obtener curaciones, ya que algunos mensajeros habían propagado por todos lados la noticia del salvamento de los cuatro cautivos de los hombres de las nieves. Al día siguiente, asistimos a una reunión donde fuimos testigos de curaciones notables. Una joven de una veintena de años que se le habían helado los pies el invierno pasado, los vio restablecerse. Vimos cómo su carne iba reformándose hasta que sus pies se volvieron normales y fue capaz de caminar normalmente. Dos ciegos recobraron la vista. Uno de ellos era, según parece, ciego de nacimiento. Muchos males benignos fueron curados. Todos los enfermos parecían profundamente impresionados por las palabras de los Maestros.
Después de la reunión, preguntamos a Emilio si se producían muchas conversiones. Él respondió: «Muchas gentes son realmente ayudadas, lo cual aumenta su interés. Algunos se dedican al trabajo espiritual por un tiempo. Pero la mayor parte no tardan en recaer en sus viejos hábitos. Ven el esfuerzo que hay que hacer y les parece demasiado grande. Casi todos viven una vida fácil y sin preocupaciones. Entre aquellos que pretenden tener fe, un uno por ciento toma el trabajo en serio. El resto cuenta con los demás para hacerse ayudar en caso de dificultad. Esta es la causa esencial de sus problemas. Afirman poder ayudar a quien desee ayuda, pero son incapaces de hacer el trabajo a quien quiera que sea. Pueden hablar de la abundancia que había en reserva para sus enfermedades, pero, para bañarse realmente en esta abundancia es necesario aceptarla y demostrarla por sí mismo cumpliendo realmente las obras de una vida santa.
XV
Marchamos del pueblo al día siguiente por la mañana, acompañados de dos habitantes que parecían haber emprendido el trabajo espiritual. La tercera tarde llegamos a un pueblo situado a una veintena de aquel de Juan Bautista. Deseaba vivamente que mis compañeros pudieran comprobar a su turno los documentos que yo había visto. Decidimos entonces quedarnos en el segundo pueblo, y Jast nos acompañó. Los escritos los impresionaron profundamente y nos sirvieron para dibujar un mapa, en el cual trazamos los viajes de Juan Bautista.
Esa tarde, el Maestro que acompañaba a la cuarta sección vino a pasar la noche con nosotros. Nos trajo mensajes de la primera y de la tercera sección. Había nacido y crecido en ese pueblo. Fueron sus ancestros quienes habían redactado los documentos, los cuales habían sido conservados siempre en la familia. Él pertenecía a la quinta generación de descendientes del autor, y ningún miembro de la familia había sufrido la experiencia de la muerte. Habían llevado su cuerpo consigo y podían regresar a voluntad. Preguntamos si no le importaría mucho al autor de los escritos venir a conversar con nosotros. El Maestro respondió que no, y convinimos que la charla tendría lugar esa misma tarde.
Estábamos sentados hacía un rato, cuando un hombre que parecía tener unos treinta y cinco años apareció repentinamente en la habitación. Nos lo presentaron y todos le estrechamos la mano. Su aspecto nos dejó mudos de sorpresa, ya que esperábamos alguien mucho mayor. Era de talla mediana, con rasgos marcados, pero su rostro estaba impregnado de la más profunda expresión de bondad que yo haya encontrado jamás. Cada uno de sus movimientos descubría su fuerza de carácter. Una luz incomprensible emanaba de todo su cuerpo.
Antes de volver a sentarse, Emilio Jast, el Maestro y el extraño se quedaron un momento con las manos unidas en perfecto silencio. Nos volvimos a sentar todos, después el extraño que había aparecido de repente en la habitación tomó la palabra y dijo: «Vosotros habéis pedido esta entrevista para comprender mejor los documentos que han sido leídos e interpretados. Yo soy quien los ha redactado y conservado. En lo que concierne a la gran alma de Juan Bautista y que según parece os ha sorprendido tanto, relatan los acontecimientos reales de su estancia aquí con nosotros. Como se sabe era un hombre de gran saber y poderosa inteligencia, que percibió la verdad de nuestra doctrina, pero aparentemente no pudo nunca asimilarla completamente ya que si lo hubiera hecho no hubiera conocido jamás la muerte. Muy a menudo yo me encontraba en este cuarto escuchando hablar a Juan y a mi padre. Aquí fue donde Juan Bautista recibió una gran parte de su enseñanza. Fue aquí donde mi padre murió llevando su cuerpo, de lo cual Juan fue testigo. Todos los miembros de la familia paterna y materna han llevado su cuerpo al morir. Esa muerte, ese pasaje significa que el cuerpo es espiritualmente perfecto. Uno se vuelve consciente del sentido espiritual de la vida, del sentido de Dios hasta el punto que percibe la vida de la misma manera que Dios. Entonces uno se beneficia del privilegio de recibir las más altas enseñanzas y puede ayudar a todo el mundo.
»Nosotros no descendemos nunca de ese reino, ya que aquellos que lo han alcanzado no tienen el deseo de decaer. Todos saben que la vida es un progreso, un avanzar. No se puede retroceder y nadie desea volver atrás. Todos tienden la mano para ayudar a aquellos que buscan la luz. Envían continuamente mensajes del Universal. En todas las partes del mundo hay ahora receptivos hijos de Dios que los interpretan. Es esencialmente para prestar ese género de servicios por lo que nosotros deseamos alcanzar ese reino, ese estado de conciencia. Somos capaces y estamos deseosos de ayudar de alguna manera. Podemos hablar a los espíritus receptivos e instruirlos, y elevar su conciencia ya sea directamente, o por algún intermediario. Hacemos todo eso, pero un intermediario no puede hacer el trabajo por los otros, ni arrastrarlos indefinidamente. Es necesario decidir hacer el trabajo uno mismo y pasar a la ejecución. Entonces se es libre y uno cuenta consigo mismo.
»Jesús tenía conciencia de que el cuerpo es espiritual e indestructible. Cuando alcancemos ese estado de conciencia y lo mantengamos, podremos comunicarnos con todos y derramar en la masa la enseñanza que hemos recibido. Gozamos del privilegio de saber que cada uno puede cumplir las mismas obras que nosotros y resolver todos los problemas de la vida. Todas las dificultades y complicaciones aparecerán en su simplicidad. Mi aspecto no es diferente del vuestro ni del de las gentes que encontráis todos los días. Y no veo ninguna diferencia entre vosotros y yo».
Nosotros le asegurábamos que percibíamos en él algo infinitamente más bello. Respondió: «Es lo mortal comparado con lo inmortal. Mirad entonces la cualidad divina de cada hombre