Evolución imposible. John Ashton
Su respuesta fue tan rápida como la anterior, pero completamente opuesta: “¡Nunca!”
Sorprendido, continué presionando. Me explicó que las mutaciones siempre causan daños en el ADN, lo que generalmente resulta en una pérdida de información genética. Dijo que no conocía ningún caso de una mutación, natural o provocada, que hubiera dado lugar a nueva información genética significativa.
Pensé en las dos respuestas. El científico de más edad y experiencia creía efectivamente que las mutaciones pueden producir información genética nueva. Ya que ninguno corrigió su respuesta, me atrevería a afirmar que los demás investigadores presentes en el almuerzo, biólogos especialistas en diferentes campos, creían exactamente lo mismo. Más aún, es muy probable que la mayoría de los científicos actuales que defienden la validez de la Teoría de la Evolución piensen también que las mutaciones pueden producir nueva información genética, que dará lugar a nuevos rasgos, de entre los cuales la selección natural escogerá los más favorables para crear nuevas especies. Pero si el genetista estuviera en lo cierto y las mutaciones no pudieran producir nueva información genética significativa, la “evolución” sería imposible y no podría haber ocurrido.
Cuando pensé en esto, decidí comenzar a investigar y escribir este libro.
Desde principios de los años ‘70, cuando era investigador en el Departamento de Química de la Universidad de Tasmania, he estado estudiando las evidencias a favor y en contra de la evolución. En aquella época, un amigo mío estaba terminando su doctorado en Geoquímica. Un día me mostró los resultados de una datación radiométrica hecha con la prueba del carbono 14, relacionada con la investigación de un fragmento de madera de una pala europea, parcialmente fosilizada, encontrada en una vieja mina de oro. Los resultados del análisis de laboratorio estimaron una edad de 6.600 años. Sin embargo, la actividad minera de la zona databa de fines del siglo XIX, y era improbable que el mango de la pala estuviese hecho de una madera que tuviera más de unos pocos cientos de años.
Este resultado, aparentemente incorrecto, estimuló mi interés por los métodos de datación radiométrica, y por las implicaciones asociadas para la datación de la columna geológica y la evolución. A medida que continuaba mi investigación, me convencí de que la Teoría de la Evolución presentaba problemas obvios, que estaban siendo percibidos por prominentes científicos como Sir Fred Hoyle, un reconocido astrónomo británico,2 y el profesor E. H. Andrews, Jefe del Departamento de Materiales en la Universidad de Londres.3
A finales de los años ‘90, después de un seminario sobre evidencias a favor de la Creación, dictado en la Universidad de Macquarie, en Sídney, Australia, decidí ponerme en contacto con científicos que defendían una visión creacionista de los orígenes y preguntarles por qué elegían aceptar la Creación, en oposición a la evolución. Encontré sus argumentos tan reveladores y convincentes que edité algunas de las respuestas, y estas se convirtieron en el libro In Six Days: 50 Scientists Explain Why They Believe in Creation [En seis días: Cincuenta científicos explican por qué creen en la Creación],4 publicado originalmente en 1999. Desde entonces, la obra ha sido reimpresa numerosas veces, incluyendo ediciones en alemán, italiano, español y coreano; además, es citado frecuentemente en Internet, en el contexto del debate creación/evolución.5
La creación es un acto de Dios –él es la Inteligencia suprema– y, por eso, decidí escribir también a profesores de universidades seculares que se autodefinían como creyentes, pidiéndoles que me explicaran por qué creían en Dios, en los milagros y en las respuestas a las oraciones. Estos académicos me proporcionaron abundantes evidencias de un Dios personal que interactúa con su creación. Una vez más, edité algunas de las respuestas que recibí, y el conjunto se publicó en 2001 bajo el título The God Factor: 50 Scientists and Academics Explain Why They Believe in God [El factor divino: 50 científicos y académicos explican por qué creen en Dios].6 También esta obra ha sido reimpresa varias veces.
El presente libro es una continuación de los anteriores, “In Six Days” y “The God Factor”, y resume las evidencias científicas en contra de la evolución como mecanismo responsable de la diversidad de la vida en la Tierra. En él se detallan las evidencias que apoyan la afirmación de aquel genetista sobre la incapacidad de las mutaciones para producir nueva información genética significativa, junto con datos de muchas otras investigaciones que también se oponen a las explicaciones clásicas de la Teoría de la Evolución. Muchos lectores encontrarán esta perspectiva nueva y desafiante; no obstante, espero que sirva, al menos, para estimular un debate mejor informado sobre el tema de los orígenes.
2 Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe, Evolution from Space (London: J.M. Dent & Sons, 1981), pp. 23-33.
3 E. H. Andrews, God, Science and Evolution (Homebush West, New South Wales: ANZEA Books, 1981).
4 John F. Ashton, ed., In Six Days: 50 Scientists Explain Why They Believe in Creation (Green Forest, AR: Master Books, 2001).
5 Ver referencias a In Six Days... en, por ej.: C. Groves, “The Science of Culture. Being Human: Science, Culture and Fear”, The Royal Society of New Zealand, Miscellaneous Series, Nº 63 (2003); E.C. Scott y G. Branch, “Antievolutionism: Changes and Continuities”, BioScience, vol. 53, Nº 3 (2003), pp. 282-285.
6 John F. Ashton, ed., The God Factor: 50 Scientists and Academics Explain Why They Believe in God (Australia: HarperCollins Publishers, 2001).
Capítulo 1
La evolución
¿Es un hecho?
Cuando empiece a leer este libro, usted probablemente reaccionará de la misma manera que muchos otros lo han hecho antes: “Yo pensaba que estaba bien establecido científicamente que toda vida sobre la Tierra, incluyendo a los seres humanos, evolucionó a partir de células primitivas muy simples, a lo largo de cientos de millones de años. Eso es lo que me enseñaron en las clases de Biología. ¿Cómo un científico en ejercicio, profesor universitario, puede escribir ahora un libro que afirme que existen evidencias de que la Teoría de la Evolución es imposible?”
Esta es una pregunta válida, y trae a colación los temas abordados en este libro. La mayoría de los científicos y educadores creen que la evolución es un hecho, simplemente porque eso es lo que les fue enseñado en todos los niveles del sistema educativo. La mayoría de los libros de texto, las academias de ciencias, los museos y los autores de divulgación científica afirman, sin vacilar, que la evolución es un hecho demostrado por la ciencia. Por ejemplo, en un libro de texto universitario sobre evolución ampliamente utilizado en 2007, puede leerse el siguiente encabezamiento destacado en negrita: “La teoría evolutiva explica el hecho de la evolución”.7 Los autores van aún más allá, y afirman que actualmente los científicos comprenden el funcionamiento de todos los procesos evolutivos y, en muchos casos, los mecanismos por los cuales estos procesos han generado adaptación y divergencia en las especies.
En una “declaración de postura” sobre la evolución publicada en el año 2008, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos afirmó que la evolución se considera un hecho. La Academia sostiene que la Teoría de la Evolución está respaldada por tantos experimentos y observaciones que los científicos están convencidos de que los componentes fundamentales de la teoría no serán refutados por nuevas evidencias científicas.8 La Sociedad Geológica de Londres afirma que ha quedado establecido más allá de toda duda que nuestro planeta tiene, aproximadamente, 4.560 millones de años, y sostiene que la vida ha evolucionado hasta su forma actual durante un período de miles de millones de años, a causa de la variación genética