El cuervo y la serpiente. Jorge Muñoz Gallardo

El cuervo y la serpiente - Jorge Muñoz Gallardo


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      El cuervo y la serpiente

       Autor: Jorge Muñoz Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.cl [email protected] Ilustración de portada: Mariana Muñoz Diagramación: Sergio Cruz Edicion electrónica: Sergio Cruz Primera edición: enero, 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2021-A-1646 ISBN: Nº 9789563385137 eISBN: Nº 9789563385144

      Narraciones muy breves sobre la vida y sus variadas circunstancias del pasado y el presente para leer en el baño, el bus y la cama durante una noche de insomnio, escritas con la esperanza de provocar una sonrisa, un poco de asombro y también alguna reflexión.

PRIMERA PARTE La palabra del cuervo

       Edipo

      Hay quienes dicen que la suerte no existe, otros la llaman destino, no voy a entrar en esa discusión. Pero, yo creo que Edipo tuvo mala suerte. Los dioses fueron demasiado crueles con él. En realidad, fueron unos mierdas. Sí, porque le pusieron trampas desde que nació. La más cruel fue la esfinge, ella fue el comienzo de su triunfo y su desgracia. Este monstruo hambriento y embustero se les aparecía a los indefensos mortales en el cruce de dos caminos, uno iba de norte a sur, el otro de oriente a poniente. Ahí mismo les formulaba un acertijo y si el pobre diablo no respondía correctamente, lo devoraba sin piedad. Edipo tuvo la mala idea de acertar con la respuesta. Si no hubiera adivinado, la esfinge lo habría devorado en pocos minutos y todos sus sufrimientos posteriores no habrían existido. Pero adivinó, ahí estuvo lo malo. Después vinieron las desgracias que todos conocen y que se prolongaron por mucho tiempo, desgracias que llevaron al desdichado rey a vagar ciego y menesteroso por las calles estrechas y malolientes de Tebas, y fueron contadas por el viejo Sófocles que solo escribió tragedias aunque de su propia vida hizo una comedia. Sí, una comedia, cosa que Edipo nunca conoció.

       Mentiras y perdices

      Mientras compartía unas perdices asadas con su discípulo, Alejandro Magno, el gran Aristóteles le dijo: “El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad”. Esto es la pura verdad, no solo porque lo dijo Aristóteles, sino también por las circunstancias en que lo dijo: comiendo perdices, algo que siempre estimula la inteligencia y la amistad. Siendo tan verdadero, se ha transmitido a través de los siglos derivando en fábulas como la de Pedrito y el Lobo, donde Pedrito es el embustero y el Lobo la mentira que se convierte en verdad. Tanto el imaginativo Pedrito como el lobo feroz pueden comer perdices asadas, porque la fiera es bastante ecléctica en sus gustos alimenticios, los que pueden ir desde un niño mentiroso hasta un cordero. Claro que esto último no guarda relación con Aristóteles y menos aún con Alejandro Magno, al que nada le importaba Pedrito, pero con niños, lobos y perdices, cualquiera se confunde.

       Dos hermanos

      Dicen que Esaú le cambió la primogenitura a su hermano Jacob por un plato de lentejas. Otros sostienen que fue un plato de nabos con salsa de ajo y pimienta, también hay quienes afirman que fue un pastel de langostas arrebozadas con brevas; en fin, se dicen tantas cosas. Pero, lo que cuenta la historia bíblica es que Esaú era un tipo grandote, peludo y musculoso, de carácter impulsivo que gustaba de ir al monte a cazar y a la cantina del barrio a beber con sus amigotes; esto último no lo relata la Biblia, mas parece evidente teniendo en cuenta la personalidad del sujeto. Por el contrario, Jacob era chico, flaco y temeroso, pero contaba con el apoyo incondicional de su madre, una mujer de gran astucia. Y fue precisamente esa astucia femenina la que le permitió a Jacob engañar a su padre Isaac que estaba viejo, postrado y ciego, para conseguir la bendición paterna y apoderarse de los derechos de su hermano. Cuando Esaú descubrió el engaño estalló una verdadera tormenta de insultos, amenazas, puñetazos en las paredes y patadas en las puertas; luego, abandonó la casa resoplando y jurando que mataría a su hermano. Entonces Jacob salió de su escondite, debajo de la cama de su madre y, aconsejado por ella, preparó un pequeño bolso y partió a lomo de mula hacia la casa de un tío que vivía en una aldea más o menos apartada. Allí trabajó, conoció a Raquel, una muchacha rolliza y alegre, se casó con ella y a poco andar se convirtió en un hombre próspero. Sin embargo, como advierte el refrán popular, la dicha nunca es completa y por orden del mismísimo Jehová tuvo que partir a su casa materna para reconciliarse con Esaú. Lo hizo acompañado por un criado leal y prudente. Pero lo aguardaba otra sorpresa: en una curva del sendero se le presentó la sombra de Dios y le propinó una feroz paliza, después le dijo que a partir de ese momento se llamaba Israel y desapareció. Jacob, o Israel, permaneció sentado en la arena sin saber cómo se llamaba realmente. Se disponía a preguntárselo a su criado cuando sintió una manaza que oprimía su hombro derecho, entonces alzó la cabeza y soltó un grito de horror; ahí estaba su hermano mirándolo fijamente. Mas Esaú lo ayudó a incorporarse y lo abrazó tiernamente, lo que hizo pensar a Jacob que la reconciliación había llegado. Como es lógico suponer, hay partidarios de ambos hermanos, y hay quienes consideran que la madre es la verdadera causante del conflicto. Por mi parte, prefiero no meterme en los problemas de otras familias.

       El viaje de Dante

      Dante Alighieri viajó por el infierno, el purgatorio y el paraíso, acompañado de Virgilio, en busca de su amada Beatriz. Pero hay muchos que vagan por aquellos planos sin ninguna compañía, sin una hermosa y joven doncella que los espere con los brazos extendidos. Además, no es cosa de pasearse por el infierno, escapar de los braseros de Satanás, donde arden las eternas brasas ansiosas de convertir en carne asada a los desdichados pecadores, y salir cantando algunos versos por elaborados y meritorios que sean. Por otra parte, no cualquiera puede conseguir la compañía de un poeta eminente para protagonizar tales aventuras. En cuanto al paraíso, es bastante complejo llegar a él; al parecer son muy pocos los que califican para cruzar sus doradas puertas. Los que distribuyen los pasajes para uno y otro lado pueden ser tanto o más pecadores que el común de los mortales, pero estos últimos no tienen tantas biblias, crucifijos, rosarios, oraciones, estampitas e influencias. De aquí la conveniencia de buscar un paraíso menos encumbrado y más modesto, con alguna agencia de turismo. En lo relativo a la Beatriz, con un poco de empeño, con unos cuantos ahorros en el banco, se puede conseguir una no tan bella, pura y joven, sin embargo, más al alcance de la mano y de la realidad. Lo más recomendable es conformarse con unas habitaciones sencillas, a precio módico, con una ventanita que dé al campo, al mar o la montaña, en las parcelas del purgatorio.

       Romeo y Julieta

      Demasiado popular es ya la historia de Romeo y Julieta, esos dos mozalbetes enamorados, que ante la feroz oposición de sus familias deciden casarse en forma clandestina y terminan en un trágico final. Pero, lo que no se conoce son ciertas peculiaridades de los jóvenes amantes y algunos sucesos un tanto oscuros. Por ejemplo, que Julieta tenía pie plano y Romeo padecía de rinitis crónica, situación que lo mantenía con la nariz siempre empapada en líquido. Julieta amaba las baladas acompañadas en laúd; Romeo no sabía tocar el laúd, además de ser bastante desafinado y no dominar las técnicas del soneto. Julieta no sabía cocinar y hasta puede que fuera vegetariana; Romeo poseía un apetito de león y su plato favorito era el asado de jabalí. Julieta tenía una estatura más baja de lo que se ve en las películas; Romeo era más bien gordito y un tanto bizco. Como era natural en esos años, ambos jóvenes apestaban a cebolla, debido al estado deplorable de su dentadura. El sacerdote que los ayudó en sus planes estaba enamorado de Romeo, cosa que no era y no es tan ajena a los sacerdotes. Los Montesco no eran tan ricos como aparentaban. El viejo Capuleto


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