El cuervo y la serpiente. Jorge Muñoz Gallardo
contiene los órganos digestivos; en ella se generan los vientos ventrudos que nos permiten expresarnos por otras vías distintas de la boca y nos llevan a suspirar con angustia cuando tales masas ventosas han alcanzado volúmenes indiscretos; los mencionados vientos salen por el ano, he aquí el tercer elemento: el ano, al que podemos caracterizar como la puerta del culo; por esta puerta circular arrancan las ventosidades intestinales. Ya tenemos el panorama completo y podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que el viento es el protagonista de la aventura pedorreica que analizamos. Por otra parte, constatamos, con cierto asombro, que el vientre, los órganos digestivos y el ano, en conjunto, son un instrumento aerófono, como la flauta o el trombón. Como todo instrumento musical, produce sus escalas, trinos y acordes, los cuales dependen, en buena medida, del volumen del vientre, la cantidad y calidad de los alimentos ingresados y el tamaño de la puerta posterior.
Silencio
Entre el hablar y el callar ha existido, desde muy antiguo, cierta tensión, habiendo partidarios de una y otra actitud. Un señor perspicaz que disfrutaba con una copa de vino, dijo estando en una reunión social: “Es una enorme desgracia no tener talento para hablar bien, ni la sabiduría necesaria para cerrar la boca”. Es de imaginar la cara de los otros contertulios ante frase de tanto filo, pero las reuniones sociales suelen tener sus sorpresas. Es cierto que los sabios de todos los tiempos han apreciado el silencio como un valor muy estimable, pero no todos somos sabios y el silencio asusta a muchos. Pese a ello, George Bernard Shaw declaró que podría estar 24 horas seguidas hablando del silencio; esto sería todo un récord, afortunadamente para él no hubo nadie que le exigiera cumplir su palabra. En todo caso, y haciendo justicia al señor aquel, se refirió tanto al hablar como al callar, cosa que bien combinada produce un efecto excelente. Sí, porque una reunión social en la que todos guardaran silencio sería muy aburrida y si todos hablaran al mismo tiempo sería una jaula de loros. Por último, tampoco se puede negar que el silencio puede encubrir una buena dosis de imbecilidad.
Velocidad
Hay una velocidad superior a la del sonido y de la luz: la velocidad del rumor. Rumores han existido siempre y la gente los espera con ansiedad, con malicia, puesto que si el río suena es porque piedras trae, y si esas piedras golpean a otro cuanto mejor, se tiene tema y entretención. Son los rumores como cuchilladas en la oscuridad, rumores blancos, negros, rojos, verdes, amarillos. Rumores hay de todos los colores, tamaños y pesos. Rumores tras las cortinas, junto a las puertas, en las calles, en las escaleras, en las oficinas, en la casa propia. El perro y el gato, el loro y el canario no rumorean, ellos ladran, maúllan, parlotean, cantan, pero el hombre rumorea. Es el rumor una acción ágil que tiene alas en los pies y la lengua envenenada. El peluquero, la secretaria, la cosmetóloga, el periodista, la bailarina, la modelo, el futbolista, la tarotista, el ginecólogo, todos rumorean. Basta con echar a correr un rumor para que se introduzca en ascensores, galerías, farmacias, restaurantes y en cualquier lugar. Ya lo dijo el soldado y político Juan Domingo Perón: “Al único general que le temo es al general rumor”.
El mazo
El pueblo ha sido siempre un gran creador de refranes que condensan su percepción de las cosas con sencillez y gracia. He aquí un ejemplo muy conocido: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Si bien es verdadero que según esto no basta con rogar, también hay que hacer un esfuerzo, no es menos cierto que todos no cuentan con el mismo mazo y por lo tanto hay una falta de equidad ya que no es lo mismo dar con un mazo grande que hacerlo con uno chico. No faltarán quienes sostengan que un mazo chico acompañado de una oración grande es lo mismo, pero de todos modos el asunto me parece discutible. De partida, no queda claro si el énfasis está en el ruego o en el mazo. Pero, si de mazos se trata, el carpintero lleva ventaja porque maneja el mazo como el poeta la pluma y el esgrimista la espada. Aunque no se puede negar que pluma, espada y mazo son diferentes, todos requieren esfuerzo y buen uso.
Los incomprensibles
Mientras comía arroz con sus discípulos, al pie de una morera y muy cerca de la cueva de un topo, Confucio dijo: “Solo los sabios más excelentes, y los necios más acabados, son incomprensibles”. De lo anterior se deduce que, en cuanto a ser comprendidos, sabios excelentes y necios redomados son iguales. Podríamos hablar entonces de las necedades del sabio y la sabiduría del necio. Como quien dice: la oscuridad de la luz y la luz de la oscuridad; la grasa del flaco y la fibra del gordo; la civilidad de un militar y la militaridad de un civil; lo que viene a establecer un relativismo filosófico que no todos aceptan, especialmente si no son filósofos, como ocurriría con un economista y un pescador de almejas. El economista se interesa solo en la oferta y la demanda, y puede que no le gusten las almejas. El pescador de almejas nada sabe de economía, pero percibe la oferta y demanda cuando se trata de las almejas. En cuanto a Confucio, no sabemos si se interesaba en la economía o le gustaban las almejas, sin embargo, sus máximas siguen vigentes a pesar de los siglos.
Economía
La economía nos enseña que los bienes son limitados y las necesidades infinitas; esto es falso, lo que es infinito son los deseos, la codicia y las ambiciones. Las necesidades se reducen a pan, techo y abrigo. Pero la economía tiene pretensiones de ciencia exacta, como la física y las matemáticas, vana pretensión esta porque está impregnada de subjetividad y tanteos probabilísticos. Pan, techo y abrigo, esto sí que es algo concreto. El científico, el técnico, el obrero, el profesor, las dueñas de casa, los ancianos y los niños necesitan pan, techo y abrigo. Yo, tú, él y todos sus plurales estamos sometidos a las mismas necesidades, lo que varía son los apetitos; esto es, los deseos. Los deseos, al igual que la estupidez, son infinitos. El famoso manual de economía de Samuelson, que nos plantea elegir entre la producción de mantequilla o cañones, confirma lo anterior: si tuviéramos un poco más de sentido común y menos imbecilidad, jamás pensaríamos en los cañones.
Adivinos, números y economía
“¿No es extraño? Los mismos que se ríen de los adivinos se toman en serio a los economistas”. Este magnífico aforismo de autor desconocido nos hace un verdadero llamado de atención. La economía, los economistas, con sus predicciones, anuncios y estadísticas nos envuelven en su fraseología con pretensiones de conocimiento científico cuando cualquier feriante sabe analizar sus ganancias y pérdidas mejor que un académico y, con frecuencia, satisface sus necesidades propias y familiares sin tener que recurrir a Adam Smith, David Ricardo, Keynes o Samuelson. Cuantas veces escuchamos a los especialistas decir que los números no mienten cuando todos saben que los que manejan los números pueden manipularlos y mentir a su gusto. Basta con escuchar las cifras de desempleo, salud, educación, niveles de corrupción y otros aspectos relacionados con la población y el gobierno y luego observar la realidad para poner en razonable duda tales guarismos. Desde tiempos muy antiguos los hombres sabían que hay momentos de vacas gordas y vacas flacas, que en los primeros hay que guardar para soportar los segundos. La historia nos muestra casos de sujetos ignorantes que acumularon enormes fortunas y hombres cultos e inteligentes que vivieron en la pobreza o la estrechez material. De modo que si de sobrevivir se trata más pueden la iniciativa y la voluntad. En cuanto a los adivinos, como en todas las profesiones y oficios, los hay buenos, regulares y malos.
Relojes
Decía Thoreau que el tiempo es la corriente donde se inclinaba a pescar; es una bella metáfora, sobre todo comparada con la tiranía del reloj. El hombre ha inventado toda clase de mecanismos para torturarse, entre ellos uno de los más terribles es el reloj, ese infernal aparato que nos hace saltar por las mañanas sin ninguna compasión. Como si eso fuera poco, el ingenio humano ha diseñado nuevos mecanismos para perfeccionar la tortura cronológica con variados sonidos artificiales que destrozan el plácido sueño del desdichado mortal que debe salir de las tibias sábanas para correr al baño, luego al desayuno, después a vestirse y salir disparado a la calle para llegar temprano a la oficina. Relojes a cuerda, relojes a pila, relojes digitales,