Antropología y archivos en la era digital: usos emergentes de lo audiovisual. vol.1. Группа авторов
y sus colecciones en la era digital?; ¿qué nos revelan las prácticas y políticas de preservación y difusión que emergen en él?; y ¿qué nuevos usos, significados y agencias emergen respecto al archivo y sus materiales audiovisuales en el marco de su transformación digital?
Esta publicación recoge las contribuciones presentadas en noviembre del 2017 en el seminario internacional Archivo y Antropología: Usos Emergentes de lo Audiovisual en América Latina, organizado por la Maestría de Antropología Visual de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), cuya convocatoria respondió a las preocupaciones y preguntas planteadas líneas arriba. Para fines de esta publicación, las contribuciones fueron reescritas como artículos a partir del diálogo y reflexiones vertidas durante el seminario y atendiendo a las recomendaciones de las editoras. Los artículos se han agrupado en dos volúmenes. El primero, que lleva el título Los archivos como lugar antropológico, reúne artículos en los que se enfatiza la investigación de campo etnográfica como una práctica archivística; el archivo como fuente y objeto de estudio a la vez; y el archivo como mediación entre el investigador y los sujetos de estudio. En todos los casos, problematizando las relaciones de poder implicadas en la formación de los archivos, al mismo tiempo que explorando las estrategias para subvertirlas.
Aunque varios de los trabajos incluidos en el primer volumen ya anuncian la relevancia de las tecnologías digitales y los medios sociales en la transformación del archivo, es en el segundo volumen, Los archivos y su transformación digital, donde se pone el énfasis en los nuevos retos y oportunidades que las tecnologías digitales y la globalización plantean a los archivos, su institucionalidad, sus prácticas y políticas. Se presta especial atención a los modos en que la digitalización de los archivos afecta el quehacer antropológico, así como al surgimiento de nuevas lógicas y rutas de circulación de los objetos de archivo; de nuevas posibilidades para su descontextualización y resignificación como objetos de valor documental, político, económico, recreacional o sentimental; y de nuevos actores y subjetividades culturales y políticas que crean repositorios «efímeros», «informales» y «alternativos», los cuales retan y transforman el régimen archival existente.
El archivo: definiciones y retos a futuro
Iniciamos la tarea de redactar las introducciones a ambos volúmenes a la par del dictado del curso sobre Antropología y Archivos en la Era Digital que impartimos juntas entre agosto y diciembre de 2018 en el programa de la Maestría en Antropología Visual (MAV) de la Pontificia Universidad Católica del Perú.1 El 2 de septiembre de ese año fuimos sorprendidas por la noticia del incendio del Museo Nacional de Rio de Janeiro. Este era considerado baluarte de la historia de la antropología brasileña, y alojaba importantes colecciones en los campos de las ciencias y la cultura, valoradas a nivel mundial. Ambos, el edificio y las colecciones, habían sido afectados irreparablemente. Repentinamente nos vimos inmersos en una serie de reacciones, relatos y testimonios de lo sucedido expresados por los trabajadores e investigadores del museo, y en los medios. También hubo expresiones de solidaridad de la comunidad científica internacional, gobiernos de Estado y del público, a través de comunicados oficiales y en redes sociales. Lo ocurrido resultaba revelador acerca del archivo —tal como se conceptualizaba hasta ese momento— y de los discursos, materialidades, prácticas, imaginación, afectos y tensiones que lo configuran. Finalmente, ponía en evidencia los retos y oportunidades que los medios digitales significan para la institución y la ciudadanía que representa y las prácticas archivísticas que comprenden las tareas de recolectar, catalogar, preservar, restaurar, hacer accesible y exhibir.
Las imágenes que se veían por televisión y, luego, en las fotografías que circularon en la prensa y las redes sociales, tenían un efecto paralizador en el que convergían el horror y la fascinación.2 Esto era resultado de la paradoja de saber que un patrimonio considerado invalorable se perdía, al mismo tiempo que se era testigo de un espectáculo visual que, por efecto del fuego en la oscuridad de la noche, cautivaba. El horror y la fascinación frente al hecho de la destrucción material de los que fuimos testigos pueden leerse en correspondencia con la doble afirmación que hace Achille Mbembe (2002), acerca de, por un lado, la relación entre edificio y archivo, y, por el otro, entre el archivo y el sepulcro. Al respecto, escribe: «No puede haber una definición de “archivo” que no albergue a ambos, el edificio y los documentos que este alberga […] El status y el poder del archivo se deriva del entrelazamiento entre edificio y documentos. El archivo no tiene status ni poder sin una dimensión arquitectónica» (2002, p. 19). No en vano, los medios informativos hacían hincapié en el origen del edificio, que en el año 1818 fue cedido por el rey Juan VI, y que desde ese entonces pasó de ser la casa de la familia real portuguesa a albergar las colecciones de materiales arqueológicos, históricos, etnográficos, paleontológicos y biológicos fundamentales para la historia y diversidad biológica brasileña, americana y mundial.
Así mismo, Mbembe destaca el vínculo intrínseco entre el archivo y la muerte, y otorga a este el estatus de sepulcro. Como instancia de «lucha contra la dispersión de los fragmentos de vida», el archivo los reúne, los ordena y los «aparta del tiempo y la vida» (p. 22). Este afán del archivo por restituir, que requiere del internamiento de piezas y fragmentos, alude por lo tanto a la tensión entre su poder fundante y su condición de ruina, tan claramente expresada en el contrapunto de fotografías que circuló en Internet y que mostraba, una junta a la otra, la imagen del edificio del Museo Nacional de Rio de Janeiro en todo su esplendor y la del edificio en ruinas.3 Considerando su condición material, o debido a ella misma, el archivo siempre está sujeto a la posibilidad de su destrucción. Al respecto, es de interés anotar que la Biblioteca Nacional del Perú, apenas unos meses antes que el incendio en Brasil, optó por conmemorar una tragedia parecida a través de la exposición fotográfica «75 años del incendio de la BNP», precisamente con el objetivo de «sensibilizar a los ciudadanos y ciudadanas sobre la importancia de la protección y conservación del patrimonio documental de la Nación».4
Al mismo tiempo, el incendio que redujo el edificio a ruinas y la colección a unos restos parece confirmar, aunque paradójicamente, lo que Mbembe denomina el «imaginario instituyente» del archivo, así como la «ilusión de totalidad y continuidad» que lo fundamenta y le otorga autoridad. Por un lado, el archivo, insiste Mbembe, «no es un pedazo de dato, sino un status» (p. 20). La propia destrucción del Museo Nacional de Rio de Janeiro y el profundo sentimiento de pérdida y de aflicción, viralizado a través de imágenes que circularon en los medios sociales, nos hablan del «status de prueba» y del derecho de propiedad colectiva que emerge de este. Derecho que genera un sentido de comunidad, cuyos miembros se perciben como «herederos de un tiempo» (p. 21), así como de una historia e identidad nacionales. Uno de los titulares del New York Times rezaba: «La pérdida de piezas indígenas en el museo de Brasil “se sintió como un nuevo genocidio”».5 Algunas de las imágenes que circularon inmediatamente después de la destrucción del Museo Nacional de Rio de Janeiro mostraron en primer plano las acciones en torno al fuego mismo y los esfuerzos por apagarlo, así como los riesgos que trabajadores e investigadores del museo tomaron para entrar y poner a salvo las piezas de las colecciones a las que habían dedicado gran parte de su vida y de las que ellos eran custodios.
Por otro lado, inmediatamente después de la constatación de la destrucción total del edificio se empezó a cuantificar la pérdida indicando la cantidad de piezas desaparecidas y destacando las pocas que se salvaron del desastre. Este acto de cuantificación de la pérdida, pero también de exaltación de las piezas sobrevivientes, denota la urgencia de reestablecer una suerte de totalidad del archivo, ahora trágicamente materializado en lo que sobrevivió al incendio. En contradicción a la pretensión de totalidad, apenas el 1 % de las en total 20 millones de piezas que albergaba el museo estaba en exhibición permanente. Siendo el valor patrimonial, junto con su accesibilidad, aspectos críticos de la definición y práctica del archivo, entonces salta a la vista que el estatus de totalidad constituye una aspiración que se construye discursivamente. Esto se condice con el argumento de Foucault sobre el archivo como el aparato discursivo que define «lo que puede ser dicho» (Foucault 2002, p. 219). La autoridad del archivo establece así la totalidad de un mundo posible, la cual, en el contexto del incendio y la consecuente pérdida de las colecciones, la sitúa en la encrucijada de querer volver a reestablecerla, paradójicamente,