Las antesalas del alma. Eva Argüelles

Las antesalas del alma - Eva Argüelles


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una huida aunque tengamos miedo, lo podremos conseguir». No te importan las riquezas, ni nada —proseguí—. Andáis muchos kilómetros durante la noche y al día siguiente, y al otro... así hasta que llegáis a un viejo pobladucho en Sinaí. Tenéis lo justo y mucho amor. Jacará se siente un valiente y sonríe pleno de amor. Toda una vida apartados del mundo y viviendo el uno para el otro.

      Nuevamente y después del leve descanso, yo, aunque pareciera otra persona, me dispongo a relatar lo que mi alma ve al contacto con la suya:

      —Tus tierras son muy verdes y fértiles. Temes porque tus enemigos se han instalado cerca. Ellos llevan plumas en el casco de la cabeza. Vienen a por comida. Han quemado otras parcelas pero la tuya aún no. Quieres pegarles, tus hijos tienen hambre y ellos se lo llevan todo. Eres un hombre rudo y precavido, escondes parte de tu cosecha en el tronco del viejo roble del bosque cercano para así poder dar de comer a tus nueve hijos cuando no te ven.

      »Eres viudo, tu esposa falleció en el último parto. Una señora romana quiere comprarte un hijo. «¡Será criado como príncipe!», te dice, pero tú coges la hoz y levantándola la echas.

      »Te vas a Forna cuando nadie te ve. Conoces muy bien el caudal del río y sabes que en esta luna puedes pasar y luego cruzar el bosque donde tu hermano te espera, él hace mucho que no sabe de ti, se temía lo peor.

      »Entre la paja acomodas a los niños y tu hermano, Zasterre, les da leche recién ordeñada. Es un hombre muy respetado en los alrededores. «Ellos ya han pasado por aquí, tuve que hacerme pasar por amigo y bailarles el agua, ¿te imaginas? ¡Tal y como yo soy! Bueno, al menos ahora estamos a salvo» —hablé entre sollozos, como si fuera su hermano.

      —¿Está ese hermano en mi vida actual? —preguntó Cristal.

      —Sí. Yo soy, Luna. De los nueve hijos, conoces en esta vida a algunos: Isabel, Carlos, Sergio, tu papá, Antonio, y también tu perro, que entonces era tu gato.

      Ya muy exhausta, mi cabeza reposó un rato sobre la mesa redonda. Comencé a hablar incluso sin levantarla:

      —¡May soy! Te habrás dado cuenta de que de todo esto tienes que aprender la fe, la paciencia y el caminar tranquila, con confianza en ti misma y el saber esperar a que todo vuelva a su lugar. Como verás, has tenido muchos hijos; también entenderás el por qué ahora no los tienes.

      En mi trance, seguí relatando:

      —Te veo muy serio, o muy malencarado, mejor dicho. Estás en un lugar triste, oscuro, maloliente, frío. Se escuchan lamentos y algunos llantos. ¡Es un campo de concentración!

      »«¡Esta, esta y esta! Te las llevas al cuarto verde». ¡Demasiadas violaciones! ¡Sollozan!, ¡gritan!, ¡horror! Eres un soldado con fama de machote. Tus hazañas son grandes, muchos premios, muchas condecoraciones, y corazón helado. Hoy la escoges a ella, la más joven, la chica se deshace en lágrimas y de un golpe seco la desmayas; el resto, igual que las demás. Tienen muchos hijos tuyos, pero eso a ti te da igual. A todos los mandarás a la cámara de gas mientras tu batallón ríe tus gracias. Ahora solo quieres beber y olvidar.

      »La esposa de tu compañero y amigo está enamorada de ti; pero eso sí, tú respetas ante todo la amistad, y la ignoras. Mueres en la batalla, abandonado en el bosque en Alemania.

      En este caso, Cristal había enmudecido. No sabía qué preguntar. Trataba de asimilar todo lo escuchado, sabía que en estos procesos podían salir cosas terribles y estaba muy preparada, pero la había impactado, al igual que a Edgar. Solo se miraban mientras yo me tomaba un respiro dentro del sueño de un Morfeo distinto.

      —«¡Lucio!», te llama por tu nombre el general. «¡Tu esposa te busca!». Ella te ama de verdad. Es muy lista, pero tiene un problema de celos muy acusado, así que le pide a tu criado que te espíe cada vez que viajas, pero tú siempre eres fiel. Lo que dices a veces raya en la filosofía, por eso no te ven como hombre de guerra cualquiera, tú eres distinto.

      »«Las palabras que a veces salen por mi boca no yacen en mi mente, yacen en la cueva de mi corazón y vibran las estrellas cuando las digo». Así hablas, porque sabes que esos «seres» hablan a través de ti y tu mujer te guarda el secreto por prestigio y miedo a las malas lenguas.

      »Hablas en sueños, escribes símbolos, haces llegar mensajes disfrazados a otros generales. No quieres ir a la guerra, pero sabes que debes ir.

      —¿Mi esposa de entonces está ahora en mi actual vida? —quiso saber mi clienta y amiga.

      —Sí, ella es Manuel. Tú visitas a escondidas a un hombre que lee las estrellas. —En ese momento apunto con mi dedo a Edgar—. Preguntas por qué no vienen hijos y él rápido te contesta: «Los astros contemplan tu situación en algunos tránsitos. Tu alma tuvo muchos hijos en otros mundos, no es tiempo ahora».

      Ya exhausta y casi desplomada del todo, reposaba mi cabeza y casi todo mi cuerpo inerte. Edgar esperó unos minutos para comenzar con el ritual de regreso muy cuidadosamente hasta conseguir que me reinsertara en mi vida actual.

      Juntos comentamos todo. Yo solo temblaba, el frío era ahora todo lo que podía sentir. Más tarde o mañana escucharía lo grabado.

      —Comprendo el porqué de mi trayectoria con los hombres que llegaron a mi vida y comprendo por qué no he tenido hijos estando sana completamente; en fin, tengo mucho que asimilar y lo haré. Me ha servido para ver los problemas desde el entendimiento de mi ser más profundo. ¡Gracias!, de verdad ¡gracias!

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