Glory box. Patricia Valley

Glory box - Patricia Valley


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      GLORY BOX

      Patricia Valley

      Glory Box

      Primera edición, 2021

      © Patricia Valley

      Diseño de portada:

      © Sandra Delgado

      Fotografía de portada:

      © Fausto Elizalde

      © Editorial Ménades, 2021

      www.menadeseditorial.com

      ISBN: 978-84-123762-0-3

      en colaboración con

      GLORY BOX

      ¿Fe en qué? En la propia fe, pues la fe puede ser un gran susto, puede significar caer en el abismo

      Clarice Lispector

      AIRE

      H.— ¿Qué has hecho hoy?

      M.— Ha salido el sol y he abierto la ventana.

      No sabes lo limpio que está el aire en Madrid ahora.

      H.— Vivo en un semisótano.

      M.— Es raro, porque me había acostumbrado a que pese.

      Es muy raro porque es fresco, como si fuera nuevo, como si acabase de nacer. Eso es, como un recién nacido, es un aire inocente.

      Antes, cada vez que inhalabas parecía una respiración en penitencia.

      H.— ¿Y de qué podría estar arrepentido el aire?

      M.— De matarnos lentamente sin quererlo, supongo. Como un crimen pasional.

      H.— Tiene sentido.

      M.— Como la mujer que después de llevar años siendo maltratada en silencio, por fin, un día llega a casa, pilla a su pareja con alguien en la cama y se carga a ambos.

      H.— ¿A los dos?

      M.— Es un crimen, los crímenes no entienden de justicia.

      Antes, el aire estaba tan sucio que cada vez que alguien gritaba, el sonido se lo tragaba la misma suciedad, del mismo modo que el mar se llevaba la saliva de los besos que nos dábamos en verano

      cuando nos bañábamos juntos.

      O cómo el Agua de la ducha arrastraba mis lágrimas cuando me masturbaba pensando en ti.

      ¿Crees en el destino?

      H.— Sí.

      M.— ¿Y crees que, si el destino existe, se sentirá culpable?

      H.— ¿Culpable como el aire de Madrid antes?

      M.— Sí.

      H.— Creo en el destino, pero no creo que el destino cometa crímenes, y mucho menos pasionales.

      El destino hace lo que le toca, y si ese es su propósito no podrá ser condenado, por más cruel que sea. ¿O acaso se podría hacer responsable al destino de su función inexorable?

      ¿No se trata todo de eso?, ¿de un propósito? Eso nos han enseñado siempre, que en la vida todo es cuestión de tener un propósito.

      Que el fin justifica los medios

      Que por amor se puede matar

      Que ahogarse no es nunca una muerte digna

      y menos si es lentamente.

      El tema es:

      ¿Quién ahoga a quién?

      ¿Quién mató antes a quién?

      ¿Es amor hacer que las cosas se equilibren

      a pesar de todo?

      M.— Me quedo sin batería.

      CIELO

      H.— ¿Qué has hecho hoy?

      M.— He abierto la ventana y he mirado al cielo.

      Es raro porque el cielo está hoy de un blanco cegador

      Es muy raro, porque estoy acostumbrada

      a que el cielo de Madrid sea azul...

      H.— Antes.

      M.— … pero hoy es blanco, como la primera página de un libro, o como un lienzo.

      Eso es, nuevo, blanco e inocente.

      H.— ¿Pueden ir blanco e inocente en la misma frase?

      M.— Como el libro que empieza a escribirse; de un blanco impredecible, sin saber si será casi todo blanco, o un poco blanco y un poco negro, lleno de palabras.

      Como la duda por si este cielo será algún día un poco más azul. Impredecible.

      H.— ¿Pero con propósito?

      M.— No empieces. Mi propósito antes habría sido terminarlo, pero si el destino tiene otros planes, inexorables…

      Esta vez es un blanco diferente. La luz de la pantalla del ordenador tiene otro blanco, ¿sabes? Antes era distinto...

      H.— Antes...

      M.— …pero hoy tiene el blanco de ese cielo, como si se hubieran aunado, como si todo tuviera

      el mismo color para no distraernos:

      las mascarillas,

      los guantes, las batas, los botes de lejía, el cielo,

      la pantalla con el documento en blanco.

      H.— El silencio…

      M.— ¿El silencio es blanco?

      H.— La noche es silencio

      Y la historia.

      M.— El vecino de en frente tiene una terraza preciosa. Bien, en realidad es una azotea, y lo veo bailar desde ahí arriba a él solo sin parar.

      Me levanto y está ahí arriba bailando, y cuando me voy a acostar sigue bailando. Lo veo porque la luz de la farola está justo al lado.

      A veces, tengo miedo de que se pueda caer, o de que se vaya a tirar, y en cualquier caso ya parece que ningún incidente me sorprenda.

      Se le ve a él y de fondo no hay nada, solo el cielo blanco, como si estuviera queriendo escribir su propia historia a cada paso. Como si el cielo fuera la hoja y él, la pluma; o el cielo, lienzo y él, pincel

      —y estuviera, a cada movimiento, trazando

      las líneas de las palabras o de las sombras.

      H.— En el silencio la palabra no existe

      No servirá de nada que nos digamos te quiero.

      M.— Tendremos que abrazarnos entonces.

      H.— No podemos.

      M.— Podemos bailar.

      Cuando te haces mayor se te pasan las ganas de saber o, al menos, de saber con la cabeza. La mente

      siempre tiende trampas.

      H.— En el silencio llega todo

      En la quietud llega la amplitud

      y entonces ves fuera de la caja.

      M.— Pero en el baile hay discurso, y por tanto hay mente, y el baile es movimiento.

      H.— El baile es corazón, si piensas te caes.

      M.— La mente siempre genera trampas.

      ¿Crees que el final del mundo nos pillará bailando?

      H.—


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