Jesús, maestro interior 4. José Antonio Pagola Elorza
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CREO EN LA MISERICORDIA
Creo en la misericordia, que anida en el subsuelo de lo
humano
y nunca desaparece, aunque la maldad aflore.
Creo en la misericordia, que se hermana con la fragilidad,
y que es casa de amparo para quien llora en la noche.
Creo en Jesús, que impactaba por su misericordia.
Para él, nada hay más acá ni más allá,
y desde ella se define Dios y la persona.
Creo en el Dios misericordioso que Jesús nos mostró con su vida,
alejándome de otras imágenes de Dios
y abriéndome al hermoso abrazo de su amor.
Creo en la misericordia y no en el juicio,
creo en el amor y no en el temor,
creo en la felicidad, no en el pecado.
Creo que Dios es Madre de entrañas buenas,
que se acuerda del bien de sus hijos e hijas
y que disfruta con sus logros y éxitos.
(Fidel Aizpurúa)
Canto: «No te envió el Padre para juzgar»
No te envió el Padre para juzgar,
te envió para ser salvación.
¡Yo creo en ti, Señor Jesús! (bis)
No me envió el Padre para juzgar,
me envió para ser salvación.
¡Transfórmame, Señor Jesús! (bis)
STJ, CD Armonía y plegaria 3, n. 3
24
CUANDO ESTAMOS PERDIDOS,
DIOS NOS BUSCA CON PASIÓN
Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… respiramos pausadamente… Centro mi atención en Jesús… que está en mi interior… Voy a escuchar sus palabras… Él está transformando mi corazón…
Lucas 15,1-7
1 Los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para escucharle. 2 Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
–Este acoge a los pecadores y come con ellos.
3 Jesús les dijo esta parábola:
4 –Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va a buscar la descarriada hasta que la encuentra?
5 Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros muy contento.
6 Y al llegar a casa reúne a los amigos y los vecinos para decirles: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido».
7 Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Hemos escuchado y meditado la llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Ahora Jesús nos narra una breve parábola para que conozcamos mejor esa compasión del Padre descubriendo con qué pasión y ternura nos busca cuando andamos perdidos.
LEEMOS
Jesús no solo habla de un Dios compasivo, cercano y acogedor, siempre dispuesto a perdonar. Él mismo es encarnación de su misericordia. Movido por el Espíritu del Padre, es el primero en acercarse a los pecadores. El texto que vamos a leer lo podemos ordenar así: 1) en una breve introducción, Lucas nos describe el contexto que motiva a Jesús a narrar la parábola del pastor bueno y compasivo; 2) para captar la atención de los oyentes, Jesús comienza su parábola con una pregunta retórica en la que habla de la reacción sorprendente de un pastor al descubrir que una de sus ovejas se ha perdido; 3) alegría del pastor al encontrar a su oveja; 4) Lucas concluye la parábola hablando de la alegría de Dios cuando se convierte un pecador.
1. Breve introducción de Lucas (vv. 1-3)
En esta introducción se nos habla de dos grupos de personas absolutamente diferentes. El primer grupo se acerca a Jesús para escucharle. El segundo se dedica a criticarlo.
a) «Los publicanos y los pecadores se acercaban
para escucharle»
En tiempos de Jesús se llamaba «pecadores» a los que no cumplían la Ley y vivían lejos de Dios, sin dar señales de arrepentimiento. Los dirigentes religiosos los consideraban excluidos de la convivencia. Junto a este conjunto de pecadores se habla más en concreto de los «publicanos» o recaudadores de impuestos. Su trabajo era considerado como una actividad propia de ladrones y gente poco honrada, que vivían robando y sin devolver lo robado a las víctimas. No merecen el perdón. Son despreciados por todos. Además, como veremos más adelante, Jesús acogía también a las «prostitutas», un grupo de mujeres vendidas a veces como esclavas por su propia familia y humilladas por todos. Estas gentes son consideradas como el desecho de la sociedad, los «perdidos» de Israel.
Lucas dice que «los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle». Probablemente, muchos de ellos le escuchaban conmovidos. No era esto lo que oían en las sinagogas ni en las celebraciones del Templo. Sin embargo, ellos necesitaban a ese Padre bueno y misericordioso. Si el Padre no los comprende y perdona, como proclama Jesús, ¿a quién van a acudir? Se sentirían solos y excluidos de toda salvación.
b) «Los fariseos y escribas lo criticaban: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”»
A los fariseos y escribas no les agrada el comportamiento de Jesús. Su actitud amistosa hacia los pecadores les parece un escándalo intolerable. Lo que más les irrita es que «acoja a los pecadores» y «coma con ellos». La actuación de Jesús es insólita. Ningún profeta había hecho algo parecido. ¿Cómo puede un hombre de Dios acoger a los pecadores como amigos? Un hombre piadoso no debe mezclarse con ellos. Hay que aislar a los transgresores de la Ley. No son dignos de sentarse a la mesa con los que son fieles a Dios. ¿Por qué Jesús parece despreocuparse de los que cumplen la Ley y se dedica tanto a los pecadores, el grupo de los perdidos?
El trato acogedor y amistoso de Jesús a los pecadores fue sin duda su gesto más provocativo. Ningún profeta se había acercado a ellos con esa actitud de respeto, amistad y simpatía. No se dirigía a ellos en nombre de un Dios irritado, sino de un Padre que los mira con compasión, los busca con pasión y los ama con entrañas de Madre, incluso antes de que se arrepientan.
La parábola que va a contar Jesús es su respuesta a la crítica de los fariseos y escribas. Con ella trata de explicarles que su actitud con los pecadores es la de Dios. Quiere grabar bien en el corazón de todos algo que lleva muy dentro: también los «perdidos» pertenecen a Dios. Él los busca apasionadamente y, cuando los recupera, su alegría es incontenible. Todos tendríamos que alegrarnos con él. También los fariseos y escribas.
2. Sorprendente reacción de un pastor ante su oveja perdida (v. 4)
Para captar la atención de los creyentes, Jesús comienza esta vez su parábola con una pregunta: imaginaos que sois un pastor, tenéis cien ovejas y se os pierde una; «¿no dejaríais las noventa y nueve en el campo para ir a buscar a la descarriada hasta encontrarla?». Los oyentes dudarían bastante antes de responderle. ¿No es una