La fe sencilla. Pedro Zamora Garcia

La fe sencilla - Pedro Zamora Garcia


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mil caballos en sus caballerizas para sus carros y doce mil jinetes […] 9 [4,29] Y Dios dio a Salomón mucha sabiduría e inteligencia, y una amplitud de mente como la arena que está a la orilla del mar […] 14 [4,34] A fin de oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la tierra, adonde había llegado la fama de su sabiduría […]

      6,1 […] El cuarto año del principio del reino de Salomón sobre Israel […] comenzó él a edificar el templo del Señor […] 9 Labró, pues, la casa, y la terminó, cubriéndola con artesonados de cedro. […] Todo era cedro; ninguna piedra se veía. […] 22 Cubrió de oro toda la casa de arriba abajo, y asimismo cubrió de oro todo el altar que estaba frente al lugar santísimo […] 37 En el cuarto año […] se habían echado los cimientos del templo del Señor, 38 y en el undécimo año […] fue acabada la casa con todas sus dependencias y con todo lo necesario. La edificó, pues, en siete años.

      7,1 Después edificó Salomón su propia casa en trece años […] 2 Asimismo edificó la Casa del bosque del Líbano […] 6 También hizo el Salón de las columnas […] 7 Hizo asimismo el Salón del trono en que había de juzgar –el Salón del tribunal– y lo cubrió de cedro del suelo al techo. 8 Y la casa en la que él moraba […] era de obra semejante a esta. Edificó también Salomón para la hija de Faraón, que había tomado por mujer, una casa de hechura semejante […]. 9 Todas aquellas obras fueron de piedras costosas […] 10 El cimiento era de piedras costosas […]

      51 Se terminó, pues, toda la obra que dispuso el rey Salomón para el templo del Señor, y metió Salomón lo que David, su padre, había dedicado, plata, oro y utensilios. Depositó, pues, todo en las tesorerías del templo del Señor.

      8,1 Entonces Salomón reunió ante sí en Jerusalén a los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus y a los principales de las familias de los hijos de Israel […] 5 Y el rey Salomón y toda la asamblea de Israel con él sacrificaban delante del arca ovejas y bueyes, que por la multitud no se podían contar ni numerar […] 12 Entonces dijo Salomón:

      –El Señor ha dicho que él habitaría en la oscuridad. 13 Así pues, yo he edificado templo como tu morada, sitio en el que habites para siempre […]

      20 […] y he edificado el templo dedicado al Señor Dios de Israel […] 4.

      65 En aquel tiempo, Salomón hizo fiesta, y con él todo Israel, una gran asamblea […] por siete días y aun por otros siete días, esto es, por catorce días […]

      9,25 Y ofrecía Salomón tres veces cada año holocaustos y sacrificios de paz sobre el altar que él edificó al Señor […] 26 Hizo también el rey Salomón naves […] 28 y fueron a Ofir y tomaron de allí oro […]

      10,1 Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado […] vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas […] 11 La flota de Hiram, que había traído el oro de Ofir, traía también de Ofir mucha madera de sándalo y piedras preciosas […] 23 Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría. 24 Toda la tierra procuraba una audiencia con Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. 25 Y todos le llevaban cada año sus presentes: alhajas de oro y de plata, vestidos, armas, especias aromáticas, caballos y mulos. 26 Y juntó Salomón carros y caballería: mil cuatrocientos carros y doce mil jinetes, los cuales puso en las ciudades de los carros, y con el rey en Jerusalén. 27 Hizo, pues, el rey que en Jerusalén la plata llegara a ser como piedras […]

      11,1 Y el rey Salomón amó, además de la hija de Faraón, a muchas mujeres extranjeras […]

       Pero en este mismo libro hay un capítulo que brilla con luz propia sobre el resto de los capítulos que narran la vida política de Salomón. Se trata del capítulo 3. Se distingue del resto porque es en el único capítulo de ese libro donde este rey muestra un atisbo de vocación: en Gabaón, un antiguo lugar de culto, pide al Señor que le dé sabiduría para gobernar a su pueblo con justicia (3,9): «Da, pues, a tu siervo corazón atento para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo, pues, ¿quién podría si no gobernar este pueblo tuyo tan grande?».

      Y, en efecto, el episodio siguiente, el famoso juicio de Salomón, que relata la disputa de dos prostitutas sobre un niño (3,16-28) 5, parecen augurar un reinado guiado por esa vocación. Sin embargo, y como hemos leído en la selección facilitada, el resto de la narración sobre su reinado no es más que una lista de todo lo acumulado por Salomón: poder, oro y plata, caballos y carros, materiales de primera calidad para sus construcciones (templo incluido), trabajadores forzados para tales construcciones, miles de víctimas animales para las ceremonias religiosas, mujeres, etc. Tras el relato de vocación y el del juicio de las dos mujeres se diría que la vocación, atisbada simplemente, se diluye en el ejercicio del poder, salvándose, quizá, parte de la oración de dedicación del Templo (cap. 8), aunque también aquí hemos visto que intenta capitalizar el Templo para su gloria. Y, sin embargo, a pesar de haberse disuelto la vocación, toda la narración que habla de sus logros parece describir un período brillante, espléndido. Se diría que Israel alcanzó entonces su Siglo de Oro. La eficacia política y social de Salomón, sin duda, se ve plasmada en esta narración. Sin embargo, el narrador no se ha dejado engañar por el oro y la plata y, de repente, sin previo aviso, nos dice en el cap. 11 que Salomón se había apartado del Señor y que su reino se dividiría. Es más, narra una serie de enemigos que ya venían de antiguo y que desmienten que su reino fuera una balsa de aceite, un remanso de paz. Apenas al volver la página, el narrador nos hace ver también que el oro era oropel y que su esplendor había sido un espejismo.

      Al llegar al final de la historia de Salomón y al severo juicio que recibe, volvemos a echar un vistazo a toda la narración de su vida en el primer libro de los Reyes, y nos damos cuenta de que ya los dos primeros capítulos eran una mala premonición: allí le vemos a él, aunque primero a quienes le apoyaban para suceder a su padre David, desplegando toda su sagacidad política para deshacerse de los enemigos por los medios que fuera. En esos capítulos vemos al Salomón genealógico en todo su esplendor. Pero el narrador adosó a esos capítulos el episodio de Gabaón (la vocación de Salomón) y el de las dos madres (cap. 3) para que el lector captara la tensión entre el «yo genealógico» y el «yo vocacional». Pero en el conjunto parece que Salomón nunca trascendió el genealógico. Por eso algún autor inspirado quiso dar una nueva oportunidad a este Salomón, y escribió el Libro del Predicador, ideando la ficción de un Salomón que sí trascendió por completo su yo genealógico para dejarse llevar por el yo vocacional. Y este autor lo hizo para reflejar no ya una experiencia personal que es realmente universal, sino para aplicarla a su propio pueblo, Israel, que había pasado de ser un Estado entre tantos Estados de su tiempo a un pueblo sin Estado. Y, sin embargo, sería en esa situación de intemperie política donde encontraría su verdadera vocación.

      4. Identidad y comunidad

      Esta última reflexión me lleva de nuevo a pensar sobre la figura del Predicador. Este no es nada sin una comunidad; el predicador no es alguien que escriba libros para un público anónimo o que envíe mensajes por el ciberespacio. El predicador que se precia de tal es aquel que se dirige primeramente a una comunidad, a unas personas congregadas, reunidas, a una asamblea. De ahí que en hebreo se le llamara qohélet (algo así como «asambleísta») y en griego ekklesiastés (también algo parecido a «miembro de una asamblea» [cf. el Apéndice I,1 para profundizar en este significado]). Por eso tanto Predicador como Maestro transmiten bien la idea del qohélet o ekklesiastés que enseña al pueblo llano, como nos dice el Libro del Predicador en 12,9. Es decir, la vocación que forja una identidad que verdaderamente trasciende la raíz genealógica está íntimamente vinculada a la comunidad a la que sirve. La comunidad está formada por personas ligadas entre sí, vinculadas


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