Solidaridad y misericordia. Francisco Javier de la Torre Díaz

Solidaridad y misericordia - Francisco Javier de la Torre Díaz


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por Cristo y los apóstoles al pueblo de Dios «son poquísimos»; y citando a san Agustín advierte que los preceptos añadidos por la Iglesia deben posteriormente exigirse con moderación, «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre» (Summa Theologiae I-II, q. 107, art. 4). Ante un cristianismo demasiado doctrinal, de deberes y obligaciones, de «catecismo» y de normas, el papa propone un cristianismo «ligero de equipaje», más «sintético», más positivo y propositivo, más inspirador y alentador, más de esperanza y horizontes de sentido, más motivador, gozoso y alegre.

      4) (Bio)ética orgánica y equilibrada. Correcta jerarquía y correcta proporción. Francisco recuerda cómo el Concilio Vaticano II explicó que hay un orden o jerarquía de verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. «Esta vale tanto para los dogmas de la fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral» (EG 36). El papa advierte también el problema de hipertrofiar el mensaje cristiano haciendo centrales ciertos aspectos que son secundarios:

      El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo (EG 34).

      Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia (EG 35).

      En el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Esta se advierte en la frecuencia con que se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco, a lo largo de un año litúrgico, habla diez veces sobre la templanza y solo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción. [...] Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del papa que de la Palabra de Dios (EG 38).

      No hay que insistir en lo secundario (EG 34). Hay que mantener una adecuada proporción en la predicación y en la enseñanza (EG 38). Todo ello tiene una clara consecuencia para Francisco: hay que tener el coraje de revisar y reformar:

      En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo a revisarlas (EG 43).

      5) (Bio)ética del acercamiento y acompañamiento de crecimientos. La Iglesia «en salida» es una Iglesia que se caracteriza, para el papa Francisco, por cinco importantes verbos: primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar (EG 24). Hay que «acompañar a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean» (EG 23):

      Por tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día [...] Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien pasa sus días sin afrontar importantes cuestiones. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas (EG 44).

      La Iglesia «necesita la mirada serena para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro»; necesita aprender «este arte del acompañamiento», el arte de escuchar, de quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5) para dar «a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión» (EG 169).

      El papa reconoce que hay una belleza en lo real, en lo imperfecto, en lo limitado, en lo que va creciendo, en lo encarnado. El papa reconoce este crecimiento en la fragilidad cuando, ante los desafíos de la vida, no optamos en lo profundo del corazón por la exclusión y el descarte, por idolatrar el dinero, por olvidar el servicio, por la inequidad que genera violencia (EG 53-60). Cuando, en medio de la vulnerabilidad y las rupturas, de los golpes y zarpazos de la vida, no se cede al relativismo, al egoísmo, al pesimismo, se está viviendo en el camino del Evangelio. «El acompañante sabe reconocer que la situación del sujeto ante Dios y ante su vida en gracia es un misterio que nadie puede comprender desde fuera» (EG 172). De ahí la limitación del esquema normativo y dualista (lícito/ilícito; intrínsecamente bueno/malo) y la necesidad de asumir un esquema más dinámico, más personalizado. Acompañar crecimientos implica que la Iglesia educa la conciencia, la libertad y la responsabilidad. Para el papa no hay que controlar y dominar los espacios, sino «promover libertades responsables» (EG 262).

      6) (Bio)ética de los últimos y vulnerables, cercana a los pobres y al Espíritu que late en el interior de cada persona. Es un eje que recorre todas las Escrituras (EG 187) y toda la historia de la Iglesia. Es una de las notas de la verdadera Iglesia, como bien señalaba Ignacio Ellacuría. Es el criterio clave de autenticidad cristiana; es el signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (EG 195):

      Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos [...]. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia. [...] El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología (EG 198-199).

      No se trata solo de estar a su lado, sino de aprender de ellos, de su sensus fidei, de su dolor; dejarse evangelizar por ellos; recoger su sabiduría, su bondad, su modo de vivir la fe, su belleza más allá de las apariencias. Por eso, quien tiene el coraje de buscar a los perdidos se encuentra con la realidad frágil y vulnerable a cuyo encuentro sale siempre Dios:

      Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese amor […] Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. [...] Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana (EG 112-113).

      En lo más personal, íntimo, existencial, alientan el Espíritu y la gracia divinas. Hay un misterio cercano siempre al ser humano, pues este es un ser abierto al amor, a la donación, al misterio, con un dinamismo interno en cuya profundidad está trascendiendo, obrando, la gracia secreta, el Dios invisible. La influencia de la teología de Karl Rahner es clara. Hay un contacto con lo invisible en lo profundo del corazón humano que se entrega, que se da, que ama. Cuando las personas se abren al amor, sienten estas preciosas palabras del papa Francisco: «Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a él le parezca; [...] no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo y permitir que él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde él quiera» (EG 279-280). Esta dinámica de entrega a los otros que se deja llevar por el Espíritu configura una moral del Espíritu, una moral del discernimiento.

      7) (Bio)ética de la misericordia. «La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (EG 114). La Iglesia debe realizar una propuesta que manifieste

      siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez,


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