Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910. Adriana María Suárez Mayorga

Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910 - Adriana María Suárez Mayorga


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Academia Colombiana de Historia, el Archivo de Bogotá y la American Geographical Society Library, la cual se encuentra en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee (UWM).

      Tengo, por último, una deuda infinita con las personas que han estado a mi lado a lo largo del camino. Sin su afecto, este libro nunca hubiera existido.

       Al lector

      La génesis de este libro se encuentra en la tesis doctoral sustentada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en el segundo semestre de 2015. La investigación llevada a cabo es producto de años de reflexión sobre el espacio urbano bogotano, entendido no solo desde la dimensión físico-arquitectónica, sino especialmente desde la dimensión política, social, cultural y, en menor medida, económica.

      Interesa enfatizar en esta cuestión porque está directamente ligada a una de las premisas fundacionales de la pesquisa: a saber, que el hecho arquitectónico o físico no explica per se el fenómeno urbano ni el fenómeno urbano se reduce a ese hecho. La afirmación anterior podría parecer una obviedad para un investigador versado en la materia, pero lo cierto es que buena parte de la bibliografía publicada en Colombia mantiene erradamente esa concepción.

      La comprensión de la ciudad no se limita entonces a estudiar lo construido; para poder aprehenderla en toda su magnitud es preciso aceptar que es un universo complejo en donde se cruzan diversas fuerzas e ideologías que inevitablemente permean el espacio edificado, a la par que se ven permeados por él. La ciudad es el locus por antonomasia del proceso histórico; lo construido es tanto un producto social, político y cultural, como una inversión o un desafío técnico.

      La historia urbana, campo disciplinar en el que se inscribe este texto, tiene sus cimientos en dicha constatación; ello no implica, empero, como bien lo plantea Bernard Lepetit (2001), que sea una disciplina totalizante, pues se afinca en el reconocimiento de que es en esa multiplicidad de enfoques, de miradas, que convergen en la urbe, en donde radica su esencia.

      Fundamentada en esta conceptualización, la disciplina histórica concibe la ciudad como un espacio históricamente construido que se nutre de modelos, nociones e intereses procedentes de los diversos sectores de la sociedad que se encuentran inmersos en la lógica que es inherente a todo régimen político: el damero, la infraestructura, la arquitectura, ponen en escena esos intereses, los sacan a la luz (Mejía Pavony, 1999; Suárez Mayorga, 2006, 2011). Pensar lo urbano supone entonces pensar la trama como si fuera un “observatorio de las relaciones entre los hombres”, donde disímiles pasados “se encuentran formando nuevos sistemas” (Lepetit, 2001, p. 15).1

      La necesidad de escudriñar la esfera local a partir del estudio del municipio y de la administración municipal, con miras a comprender el desarrollo urbano bogotano, es el punto de partida del presente texto. La elección de esa esfera como escala problemática (Lepetit, 2001, p. 58) no responde a una mera preferencia metodológica sino que encarna la reivindicación de una postura teórica: coincidiendo con Lepetit, aquí se sostiene que la especificidad de la historia urbana reside principalmente en una mudanza de escala que no es de tipo geográfico ni cronológico.2 Los estudios realizados en este campo de conocimiento deben tipificarse por el abandono del horizonte historiográfico que exige la elaboración de una historia total de la ciudad, para dar paso a pesquisas más prudentes que se encarguen de ubicar, en las múltiples dimensiones de la urbe, “cuestiones parciales” (2001, p. 58).3

      Tales ideas tienen como precursor a Henri Lefebvre, quien determinó que el fenómeno urbano debía ser examinado a partir de tres niveles: el global (G), el mixto (M) y el privado (P). El primero de ellos, que es en el que se ejerce la autoridad, lo definió como “el de las relaciones más generales”, cuya materialización se traduce en “una parte del terreno construido” (“edificios, monumentos, proyectos urbanísticos de gran envergadura, nuevas ciudades”) y en una parte del no construido (“carreteras y autopistas, organización general del tráfico y de los transportes, del tejido urbano y de los espacios neutros, defensa de la ‘naturaleza’, etc.”) (Lefebvre, 1976, p. 86).

      El segundo, el nivel “mixto, mediador o intermediario”, lo definió como el “nivel específicamente urbano”, en el que se revelan las funciones relacionadas con “el territorio circundante” y con las estructuras (comerciales, de transportes, etc.) que se ponen, o bien al servicio de “la vida urbana propiamente dicha”, o bien al servicio de las localidades más pequeñas o pueblos aledaños (Lefebvre, 1976, p. 87).

      El tercero, el nivel privado, lo definió como el ámbito del habitar, es decir, no solamente el de “la familia, el grupo de vecinos y las relaciones ‘primarias’” (Lefebvre, 1976, p. 88), sino, sobre todo, el de los seres humanos que se apropian de su hábitat con la finalidad de instituir un nexo que trasciende “el lugar de habitación” para articularse “con lo posible y lo imaginario” (pp. 88-89).4

      La investigación aquí efectuada se sitúa en lo que sociológicamente se llama el nivel mezzo, que es el que se ocupa tanto del estudio de las instituciones (representadas aquí en las entidades municipales que tienen la potestad de tomar las decisiones sobre el desarrollo bogotano) como de los actores sociales que hacen parte de ellas. Sin embargo, en aras de esclarecer el vínculo poder local-poder central que se dio en Bogotá durante el período 1886-1910, se optó por establecer un enlace con el nivel macro o nivel global, en el cual el Estado se configura como voluntad y como representación: como voluntad, porque “los hombres” que detentan el poder estatal “tienen una estrategia o estrategias políticas” que buscan imponer en la grilla, y como representación, porque allende esa imposición, la ciudad es el lugar por excelencia para que se produzca la convergencia de “imágenes particulares del tiempo y del espacio” (Lefebvre, 1976, p. 85).5

      El municipio ha sido poco estudiado en el medio colombiano, precisamente por las dificultades metodológicas y analíticas que reviste, generó que, desde el inicio, este libro se proyectara como un trabajo destinado a profundizar en aquellos aspectos en los que la historiografía sobre la capital no ahondaba o, por el contrario, ahondaba con base en premisas que un análisis histórico adecuado pone fácilmente en entredicho. Más que puntualizar sobre las obras realizadas en la urbe, lo que interesa saber es por qué se hicieron, qué juegos de poder se entretejieron a su alrededor y qué se derivó de estos procesos.

      Los resultados obtenidos con base en este esquema facultan, en efecto, para advertir acerca de la urgencia de crear una nueva historiografía sobre Bogotá. Una historiografía basada en una gran amplitud de fuentes primarias, recopiladas e interpretadas rigurosamente, que aprehenda la ciudad desde la realidad local, en vez de subsumirla a lo sucedido en la esfera nacional, y que asuma el carácter multifacético del espacio, admitiendo que se pueden utilizar distintos y complementarios niveles de observación para analizarlo.

      La lectura de la historia local, departamental y nacional del territorio patrio debe hacerse, por consiguiente, desde un ángulo diferente al que hasta ahora ha primado: no es desde la nación ni desde la animadversión sentida desde la región como se entiende la capital; es desde la capital y su interacción con las otras dos instancias como se comprende apropiadamente la realidad histórica bogotana. Haciendo una suerte de paráfrasis con una de las máximas más importantes de la época examinada, es ostensible que en tanto no se comprenda el municipio, no se podrá entender la República.6

      La aserción precedente se arraiga en la certidumbre de que para estudiar la ciudad no solo se debe analizar cuál es la expresión material de los lazos sociales que caracterizan a determinada comunidad, sino también cuál es el papel que cumplen las instancias involucradas en el proceso de afianzamiento o debilitamiento de un determinado ordenamiento político. Como lo plantea Lefebvre (1974), “el espacio ha sido siempre político” (p. 221).

      La política constituye un elemento crucial para comprender la producción tanto física como social del espacio, en la medida en que se erige en un referente cardinal para examinar la acción de los grupos e individuos que conforman el entorno urbano; de hecho, es justamente la facultad que poseen las urbes para autogobernarse o para escoger, por medio de la representación


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