Yo sí pude del valle de lágrimas a la cima de los listillos. Jesús María López-Davalillo y López de Torre

Yo sí pude del valle de lágrimas a la cima de los listillos - Jesús María López-Davalillo y López de Torre


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para quien las ve (eso me reitera mi mujer).

      La conversación durante la cena es de lo más simple, intrascendente y acerca de lo que yo creo que a nadie importa, pero es obligatorio contarlo a fin de hablar y hablar permanentemente durante toda la cena por aquello de que la familia que habla unida permanece unida.

      Escuchando atentamente todos los argumentos conocidos, manidos y tópicos de todos, vamos deglutiendo el pescado y el arroz con leche sin que, aunque se intuya una noticia interesante en la televisión, que como música de fondo se escucha ligeramente, nadie se calle, y mucho menos si yo tengo interés en ella.

      Terminada la cena y cuando ya quedan pocos minutos para que los niños al fin se vayan a la cama, nos sentamos a ver la televisión, creo que por pura rutina, ya que siempre se produce el mismo hecho: todos quieren ver un programa diferente al que realmente vale la pena, así que para hacer tiempo despliego el periódico, que me he comprado por solo un doblón y veinte céntimos (es el más barato y eso me hace olvidar su ideario), y de esa manera aguardo el momento en que disminuyen los gritos hasta que llega el silencio derivado de que los niños ya se han ido a la cama.

      En general, todas las noches se producen dos o tres brotes de rebelión y se levantan de la cama, gritan o piden cualquier cosa, pero al fin, cuando ya entro en las páginas de economía, el silencio reina en la casa.

      Un minuto más tarde, la pobre madre de esos dulces niños entra a la sala diciendo, sin darme tiempo a hablar siquiera, que no puede seguir así, que ni siquiera hablo y que cuando llego a casa solo veo la televisión o leo el periódico, sin importarme nada ni del trabajo que ella hace fuera de casa ni mucho menos del pluriempleo que hace en casa sin ningún reconocimiento por parte de nadie y menos por la mía.

      No sé si por falta de argumento ante tan clara expresión del diario sufrimiento, que no solo a mí me afecta, o ante la imposibilidad de decir nada que pueda ganar su atención, ya que habla pero no oye (escuchar, como es lógico, mucho menos), decidimos cambiar de ambiente y salir a tomar una copa en una cafetería próxima, lo cual nos supone un incremento del coste, pero a cambio tenemos la posibilidad de charlar sobre cosas trascendentes e intrascendentes como dos seres normales, actitud que creo que nos resulta verdaderamente fácil cuando salimos del virtual campo de batalla en que hemos llegado a convertir el «hogar».

      «Hogar», por cierto, que tenemos a medias con el banco, no porque nos llevemos bien con el banquero, que ha logrado situar el suyo entre los primeros del mundo, sino porque cuando uno no tiene dinero debe acudir a estos prestamistas para poder, poco a poco, a lo largo de veinte o treinta cortos años, ir pagando una pequeña propiedad que por arte de birlibirloque ha duplicado e incluso triplicado su costo por ese dichoso invento de los intereses, pero es claro que el que no tiene dinero es el que más dinero da a ganar a los prestamistas. ¡Curiosidades de la vida!

      Algunas veces, a la llegada al hogar y dado que hemos podido comunicarnos como personas y… algo más, decidimos hacer uso del matrimonio, lo cual parece obligatorio para continuar en esa necesaria pero conflictiva relación que hay que mantener en pie cada día. Como es lógico, para evitar gastos mayores hay que utilizar cualquiera de los sistemas anticonceptivos que hay en el mercado, que no están incluidos en la Seguridad Social, por lo que debemos pagarlos de nuestro dinerito. Claro que esto no debemos tenerlo en cuenta en lo que respecta al ahorro, ya que en cualquier caso hay que seguir haciéndolo e incluso parece que es bueno para la salud tanto física como psíquica.

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