En espíritu y en verdad. Omraam Mikhaël Aïvanhov
acaso, por qué cree? ¿Qué es lo que le ha inspirado esta creencia? ¡Cuántas cosas creen los humanos porque les conviene, porque tienen interés en ello, porque corresponden a sus necesidades, a su sensibilidad, a sus intereses!... Pues bien, que crean todo lo que quieran, tienen derecho a ello, pero que no se imaginen que lo que creen es la verdad, y sobre todo, ¡que cesen de intentar imponerla a los demás!
Cuántas veces, también, oímos decir: “¡Mirad este hombre, tiene convicciones, las proclama, las defiende, está dispuesto a combatir por ellas, es magnífico!” Evidentemente, no podemos reprochar a nadie que tenga convicciones, porque no se puede vivir sin convicciones. Pero, una vez más, lo que es grave es no preguntarse jamás si estas convicciones están realmente fundadas, si no hace falta revisarlas un poco. Desde el punto de vista de la sabiduría, la actitud de ciertos “hombres de convicción” es, más bien, orgullo o tontería, y las consecuencias pueden ser terribles: el fanatismo, la crueldad.3
Así que, vosotros, al menos, dejad de decir: “Creo o no creo”, porque lo que vosotros creáis no cambia nada de la realidad. De la única cosa que debéis preocuparos es de saber si vuestras creencias os harán mejores, más fuertes, más generosos, más comprensivos con respecto a los demás. Y si no es así, no debéis sentiros orgullosos.
El que es sabio dice: “Pero, ¿quién soy yo, Dios mío, para pronunciarme? ¡Cuando pienso cuántos errores y daños he causado ya en mi existencia, cuántos fracasos y decepciones he sufrido! Así que, ¿cómo estar tan seguro de mis opiniones?”
Para percibir claramente las cosas y razonar correctamente en función de esta percepción, hay que poseer unos aparatos en buen estado de funcionamiento. ¿Cuáles son estos aparatos? El intelecto, el corazón y la voluntad. Pero debemos reconocer que, en la mayoría de los humanos, estos aparatos están estropeados: demasiados golpes, nerviosismos, emociones, influencias negativas, y ahí están el intelecto oscurecido, el corazón enfriado y la voluntad debilitada. ¿Cómo percibir la verdad con tales aparatos?... Está claro, hay que revisarlos.
Los humanos consideran indispensable tener en el plano físico puntos de referencia que nadie pueda discutir. Durante años, por ejemplo, en Sevres, en la Oficina de Pesos y Medidas, han conservado los patrones que servían de referencia para el mundo entero. Las referencias son siempre necesarias, porque si cada uno decidiese a su juicio la longitud del metro, o el valor del kilogramo, habría un caos indescriptible. Y lo mismo sucede con la hora: todos los países del mundo han tenido que ponerse de acuerdo respecto a los husos horarios porque si no, ni el teléfono, ni los trenes, ni los aviones podrían funcionar correctamente. Y para los aparatos, las máquinas, los vehículos, que son utilizados en la vida cotidiana, es preciso hacer verificaciones, de vez en cuando, e incluso para algunos, todos los días para comprobar que no se desajustan ni se deteriora su mecanismo.
¡Os dais cuenta de lo que sucedería con los coches, los trenes, los aviones, si nunca se verificasen los frenos, el motor, el cuadro de mandos…! En cambio, el hombre se imagina que no tiene nunca nada que verificar en sí mismo: ¡Que él está por encima de todo eso! Y por eso hay tantos accidentes: todas las dificultades, todas las desgracias de los humanos tienen por causa desajustes en su intelecto, en su corazón o en su voluntad. Así que, de vez en cuando, deben preguntarse por estos aparatos que les han sido dados para pensar, amar y trabajar. Cada día, y no sólo una vez, sino tres, cinco, diez veces, es indispensable que ajusten sus aparatos con el patrón divino.
Igual que esta Oficina de Pesos y Medidas de Sevres, existe un centro cósmico en función del cual debemos tomar nuestros criterios. Está escrito en los Libros sagrados que Dios creó el universo en función del peso, la medida y el número; toda la creación salió de esta Casa divina de Pesos y Medidas, y debemos, por tanto, elevarnos hacia ella para hacer revisar allí nuestro intelecto, nuestro corazón y nuestra voluntad.
Los momentos de silencio que tenemos la costumbre de observar en el transcurso de nuestras reuniones, son ocasiones para hacer, cada vez, una puesta a punto para sintonizarnos, para ajustarnos con este diapasón que es el Alma universal, Dios mismo. Así es como entraremos de nuevo en la armonía cósmica. Mientras no nos decidamos a hacer este trabajo, seremos como instrumentos desafinados. Sí, he ahí otro ejemplo: ¡Observad cuántas veces en su vida se ve obligado un músico a afinar sus instrumentos! Es extraordinario ver cómo los humanos han comprendido tan bien las cosas en el plano físico, y sin embargo tienen tantas dificultades para comprenderlas en el plano psíquico.
Algunos pensarán: “¡Es humillante tener que ajustarse continuamente en función de unas normas!” Yo nunca he encontrado esto humillante, nunca he tenido vergüenza de declarar que quiero ajustar mis opiniones conforme al patrón divino. Pensarán de mí que no tengo dignidad, ni independencia, porque no deseo tener opiniones personales, y se considerará que soy verdaderamente muy pobre, muy débil. Pues bien, que crean lo que quieran. En lo que muchos llaman dignidad, independencia, los Iniciados no ven más que debilidad; y en lo que otros llaman debilidad, los Iniciados ven la fuerza. El verdadero prestigio consiste en inclinarse ante esta Casa de Pesos y Medidas universales. Nuestro patrón de referencia debe estar arriba y no abajo.4
Muchos de vosotros pensarán: “Pero si tenemos que seguir las mismas normas, nos volveremos todos semejantes, como objetos de serie…” No, no os inquietéis, seguiréis siendo todos diferentes; porque al no tener los mismos temperamentos, las mismas facultades, las mismas cualidades, no todos pueden ser atraídos por los mismos métodos. Observad, por ejemplo, los diferentes yogas que los Maestros de la India proponen a sus discípulos: Radja yoga, el autodominio, la dominación de sí mismo; Karma yoga, la actividad desinteresada, la abnegación; Hatha yoga, el dominio del cuerpo físico; Kriya yoga, el trabajo con la luz; Laya yoga, el desarrollo de la fuerza Kundalini; Bakhti yoga, la oración, la adoración y la contemplación; Jnani yoga, la meditación, el conocimiento; Agni yoga, la vía del amor y del fuego... En tanto que discípulos, podemos seguir diferentes yogas, pero todos estos yogas tienen la misma finalidad: enseñarnos a elevarnos para acercarnos a este principio universal de la verdad.
No podemos encontrar la verdad permaneciendo en el círculo estrecho de nuestras preocupaciones ordinarias. Para encontrar la verdad, tenemos que despegarnos de nosotros mismos. Desde muy joven lo comprendí. Sentí que no había otra salvación que liberarnos de las limitaciones impuestas por la herencia, la familia, la sociedad. Así que tomé la decisión de caminar conducido por los grandes seres que ya habían explorado los caminos de la luz, y además, me instruyo día y noche. Sí, incluso por la noche. Porque el sueño no es más que la prolongación, bajo otra forma, de las preocupaciones del estado de vigilia. Aquél que, durante el día, se esfuerza por abandonar las preocupaciones prosaicas, egocéntricas, para alcanzar un nivel de conciencia más elevado, más vasto, encuentra, durante el sueño, condiciones favorables para continuar este trabajo. Su alma abandona el cuerpo y recorre el espacio para descubrir los otros mundos y sus habitantes. Y aunque al despertar no se acuerde de todo lo que ha visto y oído, estos viajes dejan en él huellas profundas que transforman, poco a poco, su comprensión de las cosas.5
3 La fe que mueve montañas, Col. Izvor nº 238, cap. III: “Fey creencia”.
4 El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, Col. Izvor nº 221, cap. XI: “Orgullo y humildad”.
5 Mirada al más allá, Col. Izvor nº 228, cap. XVI: “Los viajes del alma durante el sueño”.
III
LA CONEXIÓN CON EL CENTRO
Todo nuestro futuro puede resumirse en una pregunta: ¿Qué dirección tomamos? ¿Vamos hacia el interior o hacia el exterior, hacia el centro o hacia la periferia?...
Evidentemente, la existencia está hecha de tal manera que el ser humano se ve continuamente empujado a salirse de sí mismo. Desde el instante en que se despierta por la mañana, se dirige hacia la periferia: mira, escucha, habla, deja su casa para irse al trabajo o a las tiendas a buscar lo que necesita para alimentarse