Las leyes de la moral cósmica. Omraam Mikhaël Aïvanhov

Las leyes de la moral cósmica - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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Castro o Mao-Tsé-Tung? La juventud debe ir a instruirse a otra parte, con seres más elevados y más luminosos que esta gente. Además, una política que tiene éxito en un país, no lo tiene forzosamente en otro: los mismos métodos pueden no ser convenientes para todos los países. La juventud tiene aún mucho que aprender. Debía vencer, claro, pero con su superioridad moral y no con la violencia. Tomar como modelo los ejemplos de violencia que nos ha transmitido la historia, ¡qué pobreza de juicio y qué miseria en la elección!13

      La situación en la que está sumergida la humanidad, sin meta, sin sistema filosófico verdadero, es muy inquietante, ¡cuántas veces os lo he dicho! Con la mentalidad de los humanos de hoy, podemos esperarlo todo. Y esto aún no es nada, otros acontecimientos más terribles van a producirse, ¡es tan fácil de predecir! Cuando los hombres ya no llevan a ningún Dios en su corazón, ¿por qué deberían seguir siendo buenos, generosos y dulces? Es verdad, parece inútil ser honestos y buenos en semejantes condiciones. Por eso tengo ahora el deseo de presentar, ante el mundo entero, un sistema filosófico, religioso o moral que nunca nadie, ni sabios, ni pensadores, ni religiosos puedan demoler. Podrán reírse, podrán burlarse, pero será un sistema irrefutable e indestructible, porque no es un invento humano que varía según las épocas y los lugares, sino que es la Inteligencia cósmica la que lo ha establecido.

      El primer punto que os presenté, lo tomé de la agricultura, y es la ley de las causas y de las consecuencias: cosechamos lo que sembramos. Después os mostré que, de la misma forma que en la vida física el hombre siempre se ve obligado a hacer una elección, una selección, también debe escoger y seleccionar en el campo de los sentimientos y de los pensamientos. Son dos puntos irrefutables: han quedado bien claros… Hoy os presentaré otro punto muy importante de la moral cósmica porque concierne a una actividad esencial del hombre: la creación.

      Sin duda habréis observado que tomo siempre como punto de partida la vida concreta, lo que vemos, lo que podemos tocar con los dedos: las piedras, las plantas, los animales, los humanos, su comportamiento y su vida, y no ideas abstractas, filosóficas, metafísicas, porque no es un buen método pedagógico empezar con abstracciones. En pedagogía, siempre se preconiza tomar como base lo concreto, visible, tangible, para elevarse después al dominio de la abstracción. Y si empiezo siempre paseándoos un poco sobre la tierra, es porque ésta constituye para mí el mejor punto de partida.

      Cuando observamos a los humanos nos damos cuenta de que tienen necesidad de comer, de beber, de pensar, de amar, de estudiar, de trabajar, etc. Pero tienen también otra necesidad que les empuja a ser creadores. Desde su más tierna infancia, empiezan a hacer montoncitos de arena, dibujos, a colorear... ¡Cuántos dibujos recibo, cada día, de nuestros futuros grandes creadores, los niños de la Fraternidad! Los pueblos más primitivos tienen también esta necesidad de crear, como lo muestran todas estas pinturas que han encontrado en las paredes de numerosas grutas en Europa y en África. Gracias a estos dibujos han podido reconstituir la fauna de esa época, las costumbres de esos pueblos y hasta sus prácticas mágicas, porque se piensa que representando a los animales que iban a cazar, trataban de embrujarlos para tener éxito en la caza. Esto es muy interesante, porque prueba que estos pueblos conocían ciertas leyes según las cuales al actuar sobre una imagen, actuamos sobre la criatura que la imagen representa.

      El hombre ha tenido, pues, desde el comienzo de su evolución deseos de crear, empezando por la creación de los hijos. Entre los instintos más fuertes y más tenaces que posee, se encuentra esta necesidad de ser un creador y de parecerse así a su Padre Celestial. Si no son hijos lo que desea crear, son obras de arte: esculturas, monumentos, danzas, cantos, poemas... Cuando os hablé de Leonardo da Vinci y de Miguel-Ángel, os mostré lo dotados que eran en todos los campos: poesía, pintura, escultura, arquitectura, y Leonardo da Vinci era también músico, matemático e ingeniero. El arte es la prueba de que este deseo que experimenta todo hombre de ser un creador, no se limita a la creación de los hijos, a una simple reproducción para la conservación de la especie; se manifiesta como una necesidad de ir más lejos, de dar un paso más y de reemplazar la antigua forma por otra nueva, más sutil, más bella, más perfecta. He ahí una verdad que se les ha escapado a muchos artistas. El poder creador del hombre reside más arriba que su nivel de conciencia ordinario; se encuentra en una parte de su alma que se manifiesta entonces como imaginación, como facultad de explorar, de contemplar unas realidades que le sobrepasan y de captar sus elementos. Crear es superarse, sobrepasarse.

      Ya os expliqué que si los inventores llegan a descubrir unas leyes o unas técnicas tan extraordinarias, es porque saben elevarse hasta el dominio de la imaginación, y más arriba todavía, el de la intuición: arriba captan ideas, imágenes, y después vuelven a bajar para escribir, dibujar, realizar lo que han concebido. La ciencia oficial todavía no ha explorado las posibilidades de la intuición, ni la naturaleza de esta facultad que, como una antena o un radar, puede prever, predecir y proyectarse en el futuro. Cuando algunos sabios que están a medio camino entre la ciencia oficial y la ciencia esotérica, lanzan de vez en cuando ideas más avanzadas, no les creen, les rechazan, les critican, y sin embargo, más tarde reconocen que han sido grandes precursores. Mirad a Julio Verne, por ejemplo, no era un hombre de ciencia sino solamente un novelista, y sin viajar él mismo, imaginó Cinco semanas en globo, La vuelta al mundo en ochenta días, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la tierra a la luna... En su época todo eso parecía inverosímil y muchos se burlaron de él, pero ahora vemos que todo lo más audaz que había imaginado empieza a realizarse.

      Así pues, esta facultad de imaginar que poseemos todos es realmente creadora, y si sabemos cómo purificarla y cultivarla en un estado de claridad y de lucidez perfectas, es capaz de hacernos descubrir unas realidades de las que nadie tenía ni idea hasta entonces. Todos los inventores se pasaron horas enteras sumergidos en sus investigaciones y meditaciones, y no se puede negar que su intuición ha sido una facultad verdaderamente auténtica. Y nosotros aquí, en una Escuela iniciática, hacemos exactamente lo mismo que ellos, pero conscientemente, con conocimiento de causa. Con la diferencia, sin embargo, de que nuestra imaginación no está orientada hacia los descubrimientos físicos, químicos, técnicos, sino hacia los interiores, espirituales. A nosotros también nos permite hacer descubrimientos que muchos ni siquiera pueden sospechar.

      Así pues, este instinto de creación que todos nosotros llevamos dentro, nos impulsa a sobrepasar nuestras posibilidades ordinarias y nos pone en contacto con otras regiones, con otros mundos llenos de existencias etéricas, sutiles, luminosas. Y gracias a esta parte de nosotros mismos que ha logrado desplazarse e ir más lejos para captar ciertos elementos enteramente nuevos, podemos crear hijos que nos son superiores u obras maestras que nos sobrepasan. Porque, a menudo, la creación es mucho más bella que su autor. Veis ahí a un pobre hombre de nada, y este pobre hombre es capaz de producir una obra gigantesca, digna de un gigante, de un


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