Nueva luz sobre los Evangelios. Omraam Mikhaël Aïvanhov
Ahora que hemos hablado de los odres, hablemos un poco del vino. Casi todos bebéis vino; tomado moderadamente, no es malo. ¡Algunos dicen, incluso, que les inspira! Sin embargo, también sabéis que existen vinos adulterados que es mejor no beber, porque están preparados con toda clase de ingredientes nocivos y que no voy a enumerar. Lo que quería deciros es que en el campo espiritual se producen los mismos fenómenos que en el campo físico. Encontraréis enseñanzas, sistemas filosóficos que son semejantes a vinos adulterados; están hechos de gran cantidad de elementos heteróclitos que no contienen nada vivo ni sustancial. Cuando se ha bebido de este vino, uno se siente transformado, indispuesto, enfermo. En vez de ir a comprar vino en cualquier tienda, el secreto consiste en prepararse uno mismo el vino que ha de beber, es decir, en prepararse sus propios pensamientos, sus propios sentimientos y sus propios actos. Diréis: “Vd. está vertiendo, en este momento, vino en nuestros odres, ¿estará también adulterado?” ¡Pensad lo que queráis! Tan sólo os aconsejo que plantéis una viña en vuestra alma, que la cultivéis, que recojáis sus uvas, que las piséis y que bebáis su zumo. Del buen vino que uno mismo se prepara se puede beber tanto como se quiera, hasta emborracharse.
Verter vino nuevo en odres nuevos es realizar la unión del espíritu y de la materia (y esta materia, no es únicamente la del plano físico, sino también la del plano psíquico, la de los pensamientos y de los sentimientos). No podéis contentaros con verter una Enseñanza en vuestra cabeza, con venir a nutriros cada día con ideas nuevas sin renovar, al mismo tiempo, todo vuestro ser físico y psíquico mediante la práctica de una vida pura. Si os limitáis a aprender, los odres, hinchados, estallarán enseguida, porque no habrá correspondencia alguna entre sus formas y las fuerzas nuevas que reciben. Si no hacéis ningún ejercicio de respiración y de gimnasia, si no rezáis, si no meditáis, si no aceptáis alimentaron y vivir de acuerdo con las reglas de la nueva Enseñanza, se producirán en vosotros todo tipo de anomalías. Cuando la fermentación empieza, uno se siente tan perturbado y tan irritado que choca con todo el mundo. He visto hombres que, después de haber abrazado la vida espiritual, se volvían extremadamente nerviosos en el trato con su mujer y con sus hijos. Una Enseñanza espiritual no debe provocar tales reacciones, ¡estas fermentaciones son debidas a que los odres eran demasiado viejos y usados!
Siento que algunos de vosotros estáis pensando: “Muy bien, hemos comprendido que existe una Enseñanza magnífica. Tenemos necesidad de evolucionar, tenemos un trabajo que cumplir, pero no sabemos cómo hacerlo. Denos métodos, puesto que éstos nos faltan.” Lo que decís es verdadero y falso a la vez, porque os he dado ya muchos métodos, pero no parece que los apreciéis mucho, os parecen insignificantes.* Esperáis que algún día os revele métodos sensacionales que os transformen instantáneamente. Y es una lástima, porque tales medios no existen.
* Ver La nueva tierra: métodos, ejercicios, fórmulas, oraciones, tomo 13 de las Obras completas.
Nunca encontraréis a un verdadero Iniciado que os dé recetas para que sentéis la cabeza, para fortaleceros y liberaros inmediatamente. La transformación de los seres humanos sólo es posible con un trabajo cotidiano e ininterrumpido. Si alguien os dice: “Tomad esta fórmula, estos pentáculos, estos procedimientos mágicos que os salvarán instantáneamente”, os está mintiendo, le interesa engañaros. Un verdadero Maestro os dirá: “Hijos míos, todo es posible, pero sólo si os esforzáis; si lo hacéis, todo lo que hayáis obtenido habrá penetrado tan profundamente en vosotros que nadie os lo podrá quitar...” Todo aquello que se obtiene mediante métodos que producen resultados inmediatos, con procedimientos mágicos, no puede ser duradero. Poco tiempo después, uno pierde todo lo que creía poseer, porque estas adquisiciones no fueron elaboradas internamente mediante esfuerzos personales.
Existen maestros que en un instante podrían desarrollar todo tipo de cualidades; pero no lo hacen, porque no durarían. El amor, los conocimientos, los poderes, no pueden venir de fuera, como el vino que se vierte en una botella. Somos nosotros quienes debemos trabajar todos los días para transformar nuestros odres. Desgraciadamente, todas las escuelas que exigen esfuerzos no tienen mucho éxito, mientras que las que prometen todas las bendiciones sin tener que hacer nada, están llenas. Por eso, las verdaderas Enseñanzas no atraen muchos discípulos.
El Cielo prepara el envío de corrientes poderosas, semejantes a un vino nuevo, y los odres que no estén preparados para soportar este vino de renovación no podrán subsistir, porque el mundo invisible quiere llenar todos los odres, tanto los viejos como los nuevos. Esto significa que llega la época en que los grandes misterios serán revelados. La humanidad está compuesta de odres viejos y de odres nuevos, pero cuando viertan el vino, poco importará que sean nuevos o usados, no los escogerán, los llenarán todos: los nuevos subsistirán y, ¡qué queréis!, tanto peor si los viejos estallan.
Trabajad, pues, todos los días para “renovar vuestros odres”, es decir, trabajad sobre vosotros mismos, sobre todas vuestras células, sobre todos vuestros órganos, para que estéis preparados para recibir el vino nuevo: las corrientes poderosas y benéficas que el mundo invisible se dispone a derramar sobre toda la tierra.
II
“SI NO OS VOLVÉIS COMO NIÑOS...”
“Y le presentaron unos niños para que los tocase, y los discípulos reñían a los que venían a presentárselos. Advirtiéndolo Jesús, se indignó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de los que se parecen a ellos es el Reino de Dios. En verdad os digo que quien no recibiese como un niño el Reino de Dios, no entrará en él. Y estrechándolos entre sus brazos, y poniendo sobre ellos sus manos, les bendecía.”
San Marcos 10:13
“En esta misma ocasión, se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta pregunta: ¿Quién será el mayor en el Reino de los cielos? Y Jesús, llamando a un niño, le colocó en medio de ellos y dijo: En verdad os digo que si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos...”
San Mateo, 18:1-3
Al oírme leer estos versículos, sin duda os habéis preguntado por qué he escogido estas líneas: hace dos mil años que la gente oye repetir a los predicadores que tienen que ser como niños, y no ha servido de nada. “Dejad que los niños vengan a mí, porque de los que se parecen a ellos es el Reino de Dios...” “... si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos...” Cuando os haya explicado estas pocas líneas a la luz de la tradición iniciática, veréis que contienen ideas muy profundas.
Cuando pensamos en la infancia, no podemos dejar de evocar la vejez, pues entre ambas existe una relación. Los niños se sienten atraídos por las personas mayores y, a la inversa, los ancianos quieren mucho a los niños. La vida es como un círculo cuyo principio es la infancia y cuyo fin es la vejez: los dos extremos se tocan. Sin embargo es evidente que un niño y un anciano no inspiran en absoluto los mismos sentimientos. Enseguida tenéis ganas de besar a un niño, de acariciarlo, de tomarle en vuestros brazos, de hacerle saltar sobre vuestras rodillas... Pero no sucede lo mismo con un anciano. ¿Por qué? Responderéis que porque el niño es más leve. No, no es sólo por eso...
El niño nace con los puños cerrados, mientras que el anciano muere con las manos abiertas. El niño, con sus puños cerrados, quiere decir: “Tengo una gran confianza en mis fuerzas; quiero manifestarme y vencer al mundo entero...” Mientras que el viejo, que ha desperdiciado su vida buscando una felicidad que no ha encontrado, dice: “Creí que obtendría muchas cosas, y lo he perdido todo; estoy decepcionado...” Como no ha podido retener nada, abre las manos. Muchos están frustrados al final de su vida porque, a pesar de su avanzada edad, no han adquirido nada, no han aprendido nada.
En realidad, es muy difícil llegar a ser un verdadero anciano, tan difícil, que Jesús dijo: “Si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos...” En el Cielo, hay ya Veinticuatro Ancianos, así que no hay sitio para más. En el Apocalípsis de san Juan está escrito: “Vi veinticuatro tronos, y sobre estos tronos Veinticuatro Ancianos sentados, revestidos con vestiduras blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas...” Los Veinticuatro Ancianos son unos Espíritus extraordinariamente elevados: forman un consejo