Uchuraccay. Franz Krajnik Baquerizo

Uchuraccay - Franz Krajnik Baquerizo


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EL TRABAJO

       DE LA MEMORIA

       Salomón Lerner Febres*

      Cuando una comunidad ha sufrido los embates de la violencia, la memoria se revela como un instrumento fundamental para que ella logre cumplir con las exigencias de la justicia y la paz, deterioradas por el drama padecido y que ha causado, muchas veces, rupturas entre los vínculos sociales e institucionales preexistentes. Cuando la violencia vivida ha manifestado el grado de crudeza que se registró en Uchuraccay, al punto que suscitó el éxodo de sus pobladores por espacio de diez años, el ejercicio de la memoria se constituye como una actividad dolorosa y al mismo tiempo como un desafío moral y político de alta significación.

      Uchuraccay es una de las zonas del país más golpeadas por el conflicto armado interno, el más cruento que ha sufrido la república peruana. Es una comunidad de las alturas de Ayacucho que se hizo tristemente célebre a fines de enero de 1983, cuando ocho periodistas y un guía perecieron a manos de los comuneros del lugar. La Comisión Vargas Llosa atribuyó la masacre a la confusión de los comuneros, y a las distancias entre el “Perú oficial” y aquellas regiones del país generalmente olvidadas por el Estado peruano. A poco tiempo de este suceso, 135 pobladores de Uchuraccay fueron asesinados por incursiones de Sendero Luminoso y por la posterior represión militar. El debate mediático y político abarcó el terrible caso de los periodistas asesinados, pero dejó en el silencio lo sucedido después con la señalada comunidad, contentándose muchos con la atribución no reflexionada de un estigma indeleble para ese grupo social.

      El libro de Franz Krajnik se propone retratar de manera reflexiva y emocionalmente concernida la conexión entre el pasado y el presente experimentada por la comunidad de Uchuraccay. Sus fotografías en blanco y negro dan cuenta del recuerdo de la violencia que acompaña a los habitantes de Uchuraccay, pero también recogen las vivencias y las esperanzas de los miembros de la comunidad, encarnadas en diversas situaciones de la vida diaria. Recoge, asimismo, vistas panorámicas a las zonas antigua y nueva de Uchuraccay, y extraordinarios paisajes altoandinos de gran belleza. Krajnik concibe su trabajo explícitamente como un ensayo de memoria. Y lo es, sin duda.

      En efecto, el cuidado de la memoria no es solo una exploración del pasado, sino una meditación en torno a la conexión entre el pasado, el presente y las posibilidades del futuro en el curso de la vida de los seres humanos, y también de las instituciones que conforman. Se trata de hacernos cargo del pasado, para aprender de él, para que sus efectos negativos no vuelvan a acecharnos y podamos llevar una vida plena y razonable con nuestros conciudadanos. Los pobladores de Uchuraccay dejaron la comunidad en la primera mitad de la década de 1980, y retornaron a ella el 10 de octubre de 1993 —según declara el autor del libro—, después de una década. La experiencia del retorno, luego de una experiencia dolorosa y conflictiva —el célebre nóstos de los griegos—, deja su sello en las personas y en las comunidades. Reencontrarse después de un periodo de exilio, volver a mirarse a los ojos, reconstruir los vínculos de solidaridad que cohesiona las comunidades, constituye un reto decisivo. Un reto que, asumido con compromiso —como dan fe los habitantes de Uchuraccay—, puede reestructurar la comunidad en cuanto tal.

      La situación de Uchuraccay es la de muchos pueblos del Perú que enfrentaron el conflicto armado interno. Pueblos a los que el Estado apenas llega o no está presente en absoluto. Pueblos cuyos habitantes no hablan español y que formalmente son parte del “Perú oficial”. El Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación recabó diversos testimonios de víctimas del conflicto que señalan con claridad y con profundo dolor que muchos compatriotas no fueron tratados como peruanos y como ciudadanos cuando denunciaron los actos que padecieron ante las autoridades correspondientes. Su condición de pobres, de comuneros, de campesinos o de hablantes de un idioma andino o amazónico fue asumida por sus interlocutores como motivo para negarles el reconocimiento debido a ciudadanos libres e iguales.

      El ejercicio de la memoria señala esa forma básica de injusticia: la comisión del daño y la condición de víctima hacen patente una situación contraria a las exigencias morales de cualquier forma de humanismo democrático. El punto de partida moral y político de este humanismo es el reconocimiento de la dignidad inherente a toda persona humana, el reconocimiento de los derechos fundamentales de todo ciudadano de una república libre. El daño físico y la restricción ilegal de las libertades suponen —parafraseando a Hannah Arendt— el inadmisible desconocimiento del más elemental “derecho a tener derechos” que asiste a todo ciudadano.

      El trabajo de la memoria pretende revelar la injusticia como lo inaceptable en una perspectiva moral y política. Su objetivo es servir a la justicia en el proceso de reparación de la víctima y de sanción a los perpetradores. La memoria constituye un primer e ineludible paso en la lucha por lograr justicia allí donde se desató la violencia. Quienes son responsables del daño producido se proponen imponer el silencio frente a los crímenes contra los derechos humanos. El silencio no solo propicia políticas de impunidad, sino también bloquea el aprendizaje moral y político de una sociedad que ha sufrido violencia. La memoria exige nadar en contra de la corriente. Ella cumple un rol transformador en el escenario de las prácticas sociales y las instituciones.

      La memoria constituye un elemento esencial de cualquier proyecto de reconciliación social. La CVR formuló esta idea en términos de la reconstrucción de las relaciones sociales lesionadas por la violencia y por la exclusión. La recuperación de estos vínculos supone el reencuentro del Estado peruano con las poblaciones altoandinas y amazónicas cuyos derechos no supo proteger. La reconciliación implica, asimismo, la reconfiguración de los nexos entre los grupos sociales y las organizaciones de la sociedad civil (universidades, sindicatos, iglesias, etcétera). Además, invoca la necesidad de la recuperación de los vínculos interpersonales dentro de las comunidades locales que fueron golpeadas por la violencia terrorista y militar. Esas comunidades fueron en su día abandonadas por sus habitantes —como Uchuraccay— para conseguir salvar la vida; la vuelta a la comunidad supone, entonces, el intento del restablecimiento de la comunicación y la participación de los comuneros en actividades colectivas. Se propone superar las antiguas fracturas y los conflictos para reconstruir la comunidad.

      Así, pues, la reconciliación exige el trabajo de la memoria. Solo será posible recuperar los vínculos sociales si llegamos a examinar y a comprender qué nos separó o incluso nos enfrentó, si ponderamos la naturaleza y la gravedad de los conflictos que hemos enfrentado, y si discutimos con honestidad las medidas que tenemos que elegir para resolver estos conflictos y así evitar el retorno de propuestas violentas a la comunidad local y a la comunidad nacional. Sin el serio debate sobre la verdad de lo ocurrido no podremos reestructurar las bases de nuestra comunidad.

      Este estrecho lazo moral y político entre memoria y reconciliación está explícitamente presente en el libro de Franz Krajnik. El autor muestra una comunidad viva que no sucumbe a la tentación de verse doblegada por la experiencia del dolor, un pueblo que enfrenta la desesperanza. El libro examina las diversas facetas de la vida cotidiana de Uchuraccay —el trabajo, la escuela, las celebraciones religiosas, etcétera— que ponen de manifiesto una comunidad que se propone sobrepasar la herencia del dolor. El retrato de los claroscuros de la vida de la localidad, así como la victoria de la vida sobre la muerte a pesar de la tragedia vivida, constituye los temas centrales tanto de las fotografías como de los textos que componen el volumen. En él, y a través de fotografías en las que se establece una especial relación entre hermosura de la imagen, tristeza que nos contagia e información que nos ilustra, Uchuraccay es retratado como un pueblo cuyas esperanzas parecen prevalecer sobre las sombras del miedo y la violencia.

      Es doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina y licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Ha sido rector de la PUCP durante dos periodos (1994-2004).


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