Un Cuarto De Luna. Massimo Longo

Un Cuarto De Luna - Massimo Longo


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sonidos parecían perseguirlo y las sombras acercarse.

      Aceleró lo más posible, oyó una voz feroz que lo intimaba a detenerse. Se giró de golpe, y otra vez le pareció ver algo negro que se escondía detrás de un árbol cercano.

      Ya había casi llegado a la esquina que lo sacaría de esa pesadilla.

      Sintió que un aliento le rozaba la nuca, se volteó sin dejar de correr, y algo lo golpeó como una furia y lo arrojó al suelo.

      Elio, trastornado, se cerró como un erizo y se cubrió la cabeza con las manos.

      En ese preciso instante, oyó que una voz querida lo llamaba.

      —¡Elio! ¡Elio! ¿Qué demonios estás haciendo? —Era la hermana que le gritaba enfadada porque la había atropellado. Gaia se dio cuenta de que Elio estaba en una condición penosa. Y su tono se volvió más calmo—: ¿Cómo estás?

      Al sentir su voz, Elio abrió los brazos y levantó la cabeza.

      Gaia notó su rostro desencajado, más blanco incluso que de costumbre y sudado. Reflexionó un instante sobre el hecho de que estuviera corriendo, algo insólito en él. Le pareció que estaba escapando de algo o alguien y lo ayudó a ponerse de pie.

      —¿Por qué corrías de ese modo? —le preguntó—. ¿Qué te asustó?

      Gaia no recordaba haberlo visto correr en los últimos años. Elio no respondió, solo quería alejarse lo más rápido posible de esa calle. Sin decir nada, dobló en la esquina.

      Gaia lo siguió preocupada.

      —¡Elio! —lo llamó de nuevo.

      —¡No es nada! —respondió Elio de mal modo—. ¡No es nada!

      La preocupación de Gaia se transformó en rabia por su comportamiento.

      —¿Nada dices? ¡Me atropellaste y no dices nada!

      Elio, para evitar más choques que pusieran a prueba su físico ya extenuado, se disculpó.

      —Perdóname —dijo.

      Estas disculpas tan superficiales irritaron aún más a Gaia; no obstante, no se alejó del hermano, que la seguía preocupando.

      El domingo por la mañana Carlo y Giulia habían finalmente tomado una decisión y, mientras preparaban el desayuno, conversaban al respecto a la espera de comunicársela a los chicos, que aún dormían.

      —Fue verdaderamente amable al hacernos esa propuesta, esperemos que los chicos no den problemas —dijo Giulia sonriendo.

      Hacer esa elección había sido difícil, pero ella y Carlo sentían una extraña euforia ahora que ya estaba decidido.

      —Gaia estará feliz —dijo Carlo—. Y Elio, vas a ver que será impasible, como siempre.

      —No sé, Gaia tiene muchos amigos en la colonia. No le gustará no ir; Elio, en cambio, la detesta —comentó Giulia.

      —Ya no aguanto: voy a despertarlos —propuso Carlo resuelto y fue hacia los dormitorios llamando a los hijos.

      Ni siquiera les dio tiempo de lavarse la cara.

      —Mamá y yo hemos decidido lo que van a hacer este verano. La escuela termina el viernes, ¡y el sábado por la mañana estarán en la estación con una valija en la mano!

      —¡Pero la colonia empieza dentro de quince días! —hizo notar Gaia preocupada mirando a la madre que, desde la puerta de la cocina, seguía la escena que transcurría en el pasillo.

      —Es que este año no van a ir a la colonia —explicó Giulia, y confirmó los temores de la hija— Hemos pensado regalarles un verano como los que nosotros teníamos cuando teníamos su edad.

      —¿Que es qué? —preguntó Gaia mientras Elio permanecía en silencio con un aire cada vez más sombrío.

      —Aire libre, correr hasta perder el aliento, nadar en el lago y noches de pueblo —respondió Carlo a la hija.

      Gaia veía que sus padres reían y se miraban con complicidad, y pensó que era una broma.

      —Dejen de tomarnos el pelo. ¿Qué les pasa esta mañana?

      —Nadie les está tomando el pelo. La tía Ida se ofreció a hospedarlos —reveló finalmente Carlo mientras sus hijos lo miraban incrédulos.

      —¡Es una pesadilla, vuelvo a la cama! —dijo Gaia enfadada.

      —Creí que ibas a estar feliz —le dijo el padre.

      —¿Feliz? Yo ya estoy en contacto con mis amigos. ¡Esperé todo el invierno para ir a la colonia!

      —Gaia, también en el campo, de la tía, harás amigos —trató de animarla Giulia.

      —¿Pero por qué? Yo ahí estoy bien. Ya tengo aire libre y zambullidas en el lago, no me hace falta nada más.

      —A ti no, pero Elio necesita cambiar de aire —agregó Carlo.

      —¡Sabía —explotó Gaia— que era por Elio! Entonces, mándenlo solo a él al campo con la tía.

      —No queremos que vaya solo —insistió Giulia.

      —¡No soy su niñera!

      —Pero eres la hermana mayor. ¿Tú no dices nada, Elio? —preguntó Carlo.

      Elio no pronunció palabra. Se limitó a encogerse de hombros.

      Eso hizo enfurecer a Gaia.

      —¿No dices nada? Total, para ti da todo igual. Diles a mamá y papá: en el campo tampoco vas a hacer nada.

      Elio hizo seño de sí con la cabeza para darle la razón.

      —¡Basta, Gaia, no seas así! La decisión ya está tomada. Los vendrá a buscar su primo Libero —Carlo cerró la conversación.

      Desilusionada y enojada, Gaia se fue corriendo.

      —Se le va a pasar —dijo Giulia, que conocía la actitud positiva de la hija ante los reveses de la vida.

      Elio, en silencio, se retiró a su cuarto.

      Carlo se quedó duro; sin embargo, estaba convencido de que esa era la mejor decisión que habían tomado en los últimos años.

      Llegó el viernes siguiente, y Carlo fue a buscar al sobrino a la estación. Fue una gran alegría volver a abrazarlo.

      Libero era un muchachote alegre, de modos simples y ciertamente poco convencionales. Alto y delgado, pero no frágil, tenía grandes manos habituadas al trabajo de campo y el rostro oscurecido por el sol. Los ojos verdes resaltaban en su cara, el cabello era castaño, corto y peinada con raya al costado, como se usaba durante la posguerra. Abrazó con fuerza al tío y no paró de hablar hasta llegar a la casa.

      Carlo lo miraba maravillado. Recordaba el período en el que había estado mal y era apático y fácilmente irritable. Era verdad que Libero no era un genio, pero la vida simple que llevaba lo hacía feliz. Carlo quería ver a Elio así de sereno. Mientras, Libero estaba con la nariz contra la ventanilla del auto del tío y hacía preguntas sobre todo lo que veía.

      En casa todos esperaban su llegada.

      Giulia estaba nerviosa mientras terminaba de preparar las valijas. Había llegado el momento y ahora se preguntaba cómo saldría todo; su instinto de madraza tomaba la delantera.

      Gaia, en cambio, ya había asimilado el golpe y le iba detrás haciéndole miles de preguntas sobre lo que iba a poder ver y hacer en los alrededores de la granja.

      La última vez que fueron eran muy chicos y todavía estaban los abuelos; casi ni se acordaban del lugar, tenían solo vagos recuerdos del campo o del olor de los árboles entre los cuales jugaban a las escondidas.

      Después de la muerte de su marido, a la tía le había costado reorganizarse y había


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