Klopp. Raphael Honigstein

Klopp - Raphael Honigstein


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que, en una ocasión dirigió a Diego Armando Maradona durante un partido con el Al-Ahli en Arabia Saudita, además de a los equipos nacionales de Kenia y Canadá y toda una miríada de clubes alrededor del globo; pero sumar seis puntos en nueve partidos desde que se hiciera cargo del equipo en noviembre, resulta la típica racha que te lleva de cabeza al cese. Además, Heidel también tenía la sensación de que, desde el primer instante, Krautzun había jugado con él para conseguir que lo contratara.

      Su predecesor, René Vendereycken, quien en su día fuera internacional belga, resultó ser un entrenador hosco y monosilábico, cuya negación a la hora de comunicarse tanto con los jugadores como con la directiva y empleados solo quedaba igualada por su renuencia a la hora de imponer un sistema de juego coherente. Fue cesado cuando apenas se habían completado doce partidos de la temporada 2000-2001, tras conseguir veinte pírricos puntos, dejando al Mainz, una vez más, en la zona de descenso. Heidel quería poner al cargo a alguien capaz de implementar el exitoso sistema de cuatro defensas/marcaje en zona que Wolfgang Frank introdujera seis años atrás, durante su época como entrenador del Mainz, una táctica que, por aquel entonces, se consideraba tan avanzada para los estándares de la Bundesliga que casi nadie sabía cómo hacer que funcionara.

      Heidel: «Le dije a todo el mundo que buscaba un entrenador capaz de hacer funcionar una defensa zonal. Alguien que la pudiera entrenar, que pudiera enseñar a los jugadores a jugarla. De repente recibí una llamada de Krautzun. Para ser sincero, jamás pensé en él. Su anterior club fue el Kaiserslautern y no le habían ido bien las cosas, así que me daba la sensación de que no merecía la pena intentarlo. Pero él siguió hablando y hablando sin parar, hasta que, al final, me convenció para reunirnos. Así que fui a Wiesbaden a verlo. Se puso a explicarme todo tipo de cosas sobre la defensa en zona, con todo lujo de detalles, y pensé «¡la madre que me parió, al final va a resultar que sabe de qué va todo esto!». Yo había visto tantos entrenamientos de Frank que sabía perfectamente cómo eran los movimientos. Así que lo contraté. Unas dos semanas después, Klopp vino a verme y me dijo que Krautzun le había llamado un mes antes. «Quería saber cómo funcionaba la defensa en zona, nos tiramos tres horas hablando». Y esa era, justo, la sensación que daba sobre el terreno de juego. «Empezamos ganando un partido, pero después todo se fue al garete».

      Deshacerse de Krautzun era la decisión más fácil y sensata. Pero encontrar al sustituto ideal resultó un trabajo mucho más arduo. Heidel se sepultó bajo una montaña de anuarios de Kicker, con la esperanza de descubrir al candidato apropiado. «Por entonces no existía Internet. Por ejemplo, no sabías quién entrenaba al Brujas. Pero también es cierto que ese tipo de equipos eran cinco veces más grandes que el nuestro. Eran otros tiempos. Apenas había entrenadores extranjeros en la Bundesliga. Al final, te veías pescando en el mismo barreño una y otra vez. Pasado un tiempo, Heidel cerró todos sus anuarios y admitió su derrota: «Estaba convencido de que la única opción que teníamos era la de volver, fuera como fuera, al tipo de juego que habíamos desarrollado bajo la batuta de Wolfgang Frank. Pero era incapaz de encontrar a la persona adecuada. No tenía ni la más remota idea de quién podría lograr algo así».

      Puede que, en un día en el que no se aplican los convencionalismos, fueran los bufones que desfilaban por las calles de Mainz quienes inspiraran a Heidel. Se había quedado sin toda respuesta racional. El único movimiento lógico que le quedaba era tirar por la vía del absurdo. Si no había ningún entrenador adecuado disponible, a lo mejor la respuesta era… ¿seguir sin entrenador?

      «Pensé ‘‘Hagamos algo espectacular. Entrenémonos nosotros mismos’’». Afirma que «en la plantilla había suficientes muchachos buenos e inteligentes» como para hacer que una idea tan absurda funcionara; podían enseñar a los que habían llegado después del final de los días de Frank en el Bruchwegstadion. Pero como el fútbol es como es, siempre tiene que haber alguien al mando. Heidel llegó a pensar ponerse él mismo al frente. «Después de asistir a tantísimos entrenamientos con Wolfgang podría haberles explicado cómo funciona el sistema; pero jamás había disputado un partido en la Bundesliga, ni tan siquiera en la Oberliga (Cuarta División). Hacerlo habría sido una estupidez. Por eso llamé a Klopp, a su habitación en el hotel de Bad Kreuznach. No tenía la más mínima idea de la que le caía encima».

      Heidel informó al veterano lateral derecho de que la situación con Krautzun era insostenible, de que era necesario cambiar algo. «Le dije: ‘‘Creo que sois imposibles de entrenar. No hay nadie en Alemania capaz de entender eso a lo que jugamos —o a lo que pretendemos jugar— y con lo que pretendemos tener éxito. Vosotros, la plantilla, sí lo entendéis. Pero no ha funcionado con ningún entrenador’’. Klopp seguía sin saber lo que pretendía, así que fue entonces cuando le dije: ‘‘¿Qué te parece si nos dirigimos nosotros mismos? Alguien tendría que estar al frente y tú eres el apropiado’’. Al otro lado de la línea se hizo el silencio, cosa de tres o cuatro segundos. Y entonces respondió: ‘‘Es una gran idea. Hagámoslo’’».

      Heidel telefoneó al capitán, Dimo Wache, el portero. «El verdadero capitán era Kloppo, pero quien portaba el brazalete ere Dimo. Dietmar Constantini (el entrenador que precedió a Krautzun) se lo había quitado a Klopp porque este siempre criticaba las tácticas. Ningún otro jugador estaba tan interesado en la táctica, pasaba mucho tiempo dándole vueltas. Constantini llegó incluso a sacarlo del equipo un tiempo. Kloppo de suplente, eso no puede funcionar. Hoy en día resulta gracioso escucharlo cuando critica a los jugadores por quejarse; si lo hubiera visto por entonces…».

      Harald Strutz, el caballeroso presidente del Mainz, estaba muy ocupado cumpliendo con sus deberes canibalísticos liderando a los Ranzergarde, un cuerpo de guardia de soldados del siglo XIX que parodiaban al militarismo prusiano. «Heidel me telefoneó y me dijo: ‘‘Tenemos que echar al entrenador, de inmediato’’», cuenta Strutz, sentado en su acogedor despacho en las oficinas del Mainz, en un bloque de oficinas a las afueras de la ciudad. En la recepción hay una vitrina de cristal con artículos del FSV, entre los que se encuentra una edición especial del Monopoly en cuya caja aparecen Klopp y Heidel. «Krautzun fue de lo más correcto. Quería continuar con su trabajo, pero le dijimos que la decisión estaba tomada. Así que me quité mi uniforme de los Ranzengarde y conduje hasta Bad Kreuznach. En Mainz, el Lunes de las rosas, todo el mundo está de fiesta, pero eso no significa que todo el mundo esté bebido. O al menos yo no lo estaba, de lo contrario no podría haber conducido hasta allí. Le preguntamos a Kloppo: ‘‘¿Crees que puedes hacerlo?’’. No dudó ni un segundo: ‘‘Por supuesto que sí. Claro, sin duda’’».

      Strutz se detiene un momento, atónito por lo incongruente de la decisión más importante que jamás tomó mientras presidió al Mainz. Es miembro local del Partido Liberal Democrático y trabaja como abogado; sobre la mesa de su sala de conferencias se puede ver una copia del Bürgerliches Gesetzbuch, el código civil alemán. En pocas palabras, Strutz es un hombre serio. No es el tipo de mandamás que se deja llevar por las Schnapsidee (quimeras) de su mánager general. «Es una historia muy especial», prosigue. «Así es como empezó ¿por qué íbamos a cambiar nada? Si hubiera visto lo que pareció en aquel momento… Fue todo un logro mantener unido al equipo. Un comienzo extraordinario para una carrera de entrenador como esa. Todavía me da vueltas la cabeza de lo extraordinario que fue».

      Pero los diez periodistas locales que acudieron a la rueda de prensa del FSV en Bad Kreuznach, un día después, no estaban tan emocionados. Heidel: «Ya estaban al tanto de que Krautzun se había marchado. Se lo habíamos confirmado. Fue entonces cuando un periodista, Reinhard Rehberg, quien a día de hoy sigue trabajando, dijo ‘‘¿Qué hace Klopp aquí?’’. Todos suponían que le encargaríamos la dirección del equipo al segundo entrenador mientras encontrábamos a alguien, pero es que ni tan siquiera recuerdo que, en aquel momento, tuviéramos segundo entrenador. Así que les dije: ‘‘Kloppo será el entrenador este partido’’. Toda la mesa de periodistas rompió en una sonora carcajada. Se partieron de la risa. Al día siguiente, todos los periódicos se burlaban de nosotros. La gente suele pensar que todo el mundo se ha deshecho en alabanzas hacia Klopp siempre, pero Klopp no era, por aquel entonces, el mismo que es hoy en día; era el Klopp de entonces. Era un jugador, no tenía licencia como entrenador profesional, solo había estudiado Educación Física».


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