Los desafíos de la vida. Claudio Rizzo
Predicación: “El sentido de la Cruz y nuestros desafíos II”
“Yo solo me gloriaré en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Gálatas 6, 14
Gloriarse en la Cruz no significa ansiar el sufrimiento; sería a la luz de la espiritualidad actual una tendencia sado-masoquista. El sadismo pone su objetivo en “infligir el sufrimiento”; el masoquismo en “recibir ese sufrimiento”: ser “castigado”. Ambas son, indudablemente, psicopatologías.
No obstante, nunca descuidemos la posibilidad de evaluar si existen tendencias. Estas no son estructuralmente patologías pero van en camino.
Nos enseña San Juan Bosco que “hay que prevenir para no curar”. Para entender qué significa “gloriarse en la Cruz” y afrontar nuestros desafíos, ineludiblemente, debemos tratar de incursionar el Fundamento de la Cruz.
Ningún otro autor cristiano ha tratado con tanta intensidad y profundidad el tema de la gracia como Pablo de Tarso. Aunque en los tratados teológicos sobre la gracia la importancia que se dé al Antiguo Testamento o a otros textos del Nuevo Testamento sea muy parcial, con Pablo se tiene un punto de partida seguro, tanto más cuanto que sus escritos jugaron un papel de gran importancia, si no decisivo, en las controversias en torno a la reforma protestante. Su inclusión al final de los temas tratados en esta parte puede ayudar, quizá, a una ubicación más histórica y objetiva de su teología, dentro de la historia del cristianismo primitivo.
Claro que una lectura rápida de las cartas de Pablo, basta para advertir que la problemática de la gracia está tematizada en la carta a los Gálatas y en la carta a los Romanos. En el caso de un pensador de la pujanza de Pablo, este hecho suscita algunas cuestiones: ¿Hay que presumir una evolución en el pensamiento paulino, que lo lleva a descubrir recién en sus cartas tardías el tema de la gracia?
La evolución, en este caso, estaría estrechamente ligada a su valoración de la ley judía. ¿O hay que recalcar más bien el carácter situativo de la teología paulina, que responde a los interrogantes nacidos en sus comunidades, a los que él con sus cartas pretende dar una respuesta?
Desde esta perspectiva, no habría que hablar de una evolución del pensamiento paulino en sentido propio, sino de la actualización y tematización de convicciones teológicas que el Apóstol poseía ya antes, pero que hoy había explicitado porque no había tenido necesidad de hacerlo. A partir de la teología de la cruz (1 Co 1, 18-25) no queda espacio para ninguna otra instancia salvífica. Pablo pone al descubierto las dos tendencias “naturales” del hombre, que llevan a un rechazo del mensaje de la cruz, si es que no se lo acepta por la fe. El griego buscará siempre la consonancia con una exigencia lógica, racional. El mensaje de la cruz suena para él a necedad que, en fuerza de la propia “lógica”, debe ser rechazado. Para los judíos el anuncio de la fe se convierte en ocasión de escándalo (fe ocasión de caída-debilitamiento de la propia). Aún hoy cuesta aceptar que la cruz es el único mensaje de la salvación.
Pablo no habla en estos textos de la vigencia de la ley, pero la magnitud del mensaje de la cruz no puede sino excluir todo otro camino de salvación. La unidad de la teología paulina se ve en la audaz afirmación de 2 Co 5, 2: “A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado a favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él”.
La cruz es el lugar en el que el pecado alcanza una concreción única por su densidad. El Hijo de Dios se vuelve él mismo “pecado” para liberar al hombre del pecado y convertirlo en justicia de Dios (acepto en su Presencia). La misma idea aparece expresada por medio de otra imagen en Ga 3, 13: “Cristo nos liberó de esta maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros”, en plena argumentación para fundamentar bíblicamente la imposibilidad de la ley judía de brindar la Salvación. Para los cristianos la única ley verdadera es la Ley de Cristo.
El núcleo cristológico de la argumentación paulina es el mismo: Según sus propios datos autobiográficos (Ga 1, 14; Fil 3, 5s), su juventud estuvo marcada por su celo a favor del cumplimiento de la ley judía. Este mismo celo lo llevó a perseguir activamente al grupo herético que anunciaba a un mesías crucificado y hablaba en contra del templo y de la ley. Esteban es el representante de este grupo (Hch 6, 1-3) Cuando aquello que había sustentado su vida creyente fue desplazado por la fuerza de la experiencia cristológica; el Apóstol no vacila en buscar y dar un nuevo fundamento a su vida, y éste no va a poder ser otro que la figura del Crucificado mismo.
Siempre vamos a pasar en nuestro camino de conversión por un combate interior que nos humilla. Sea cual fuere la interpretación de este combate, lo definitivo al fin es la palabra
del Señor: “Mi gracia te basta, pues la fuerza se perfecciona en la debilidad”, 2 Co 12, 9.
En el devenir de nuestra vida, nos topamos con desafíos internos (afectados por nuestras concupiscencias) y desafíos externos (impulsados por distintos agentes, algunos buenos
(exigencias-esfuerzos-trabajos para nuestro crecimiento) y otros que desearíamos eludir… En todos pronunciamos aquello de la espiritualidad carmelitana: “Ave Crux- Spes única”, Bendita seas Cruz, esperanza única.
Para algunas personas “tener esperanza” en el poder redentor y salvífico de la fuerza de la Cruz es un asunto de personalidad.
Cuando, en verdad, empezamos a pensar que la esperanza es una decisión, es una opción, muchas cosas suceden en la vida sobre las que no tenemos control, pero sí lo tenemos sobre cómo respondemos a ellas. Pensemos en algún momento complejo de la vida, cuando aplicamos la esperanza, algo del dolor de una circunstancia se suaviza porque miramos más allá de la situación, a lo que sucederá en el futuro, Y aun si la situación no puede ser modificada, muestra respuesta a ella puede cambiar. Podemos decidirnos encargarnos de la situación en vez de ser “víctimas de ella”.
Cuando reflexionamos y descubrimos que la esperanza no es algo que generamos nosotros mismos, sino que sucede porque nuestra mirada está puesta en quien Dios es y en cómo Él nos percibe no nos quedamos bajo el efecto de temores o fobias que nos paralizan, sino que caminamos hacia adelante. Cuando alejamos nuestros ojos de Jesús, nuestra esperanza puede mermar. Cuando esto sucede provoca que nos rindamos, fracasemos, nos derrumbemos o vivamos conformes. Algunas veces la erosión de la esperanza es igual a una avalancha que termina en veinte segundos.
Una experiencia negativa puede golpearnos duramente y nuestra esperanza se descomprime de inmediato. La Cruz nos señala la Victoria ineludible, porque allí el Señor venció el pecado. Otras veces la esperanza merma tan gradualmente que ni siquiera nos percatamos. Simplemente caminamos la vida sin ambición, sintiéndonos sin bendición; en este sentido conviene hacer una buena lectura de los acontecimientos, circunstancias, personas que nos están hablando a nuestro alrededor al momento del desafío.
Cuanta más formación, lógicamente se ennoblece la lectura. Este tipo de desesperanza es la que se da cuando fenecen los pequeños proyectos: salir a caminar, encontrarse con amigos, comer una comida rica, ir a los espacios propios de encuentro con Dios… y así nos sentimos sin bendición. Si esto ocurre, dobleguemos nuestra oración sálmica acompañada lógicamente por la literatura sapiencial que corresponda según las circunstancias. Rescatándonos seremos muy útiles tanto a nosotros como a los otros…
Nos preguntamos, nos respondemos:
• En tu pasado: ¿qué situaciones viviste como una “cruz”? ¿Encontraste tu fuerza en el Señor? Si la respuesta es no, ¿a qué se lo atribuís?
• ¿Hubo en tu vida, situaciones de desesperación?, ¿te faltó un nivel de fe más elevado? ¿estabas apartado/a de su alianza?
• ¿Qué entiendes hoy por “estar en alianza con Dios”?
• ¿La desilusión suele sorprenderte?, ¿o solo en algunas ocasiones?,
• ¿sabes pedir ayuda o te cuesta?
• Con el camino de formación-conversión que estás recorriendo ¿cómo describirías hoy la Cruz?
• ¿Puedes culminar hoy